Alfa y Omega
Frente a corrientes culturales que niegan la diferencia y complementariedad entre los sexos, Benedicto XVI ha pedido una nueva reflexión cristiana sobre la relación hombre-mujer. El Congreso internacional Mujer y varón, la totalidad del humanum ha conmemorado en Roma los veinte años de la publicación del primer documento de un Papa dedicado a la mujer: la Carta apostólica de Juan Pablo II Mulieris dignitatem. En su discurso a los participantes, el Santo Padre ha recordado que «Dios encomienda al hombre y a la mujer, según sus peculiaridades, una vocación específica y una misión en la Iglesia y en el mundo».
La relación hombre-mujer, según Benedicto XVI, se ha convertido en «un punto central de la cuestión antropológica, tan decisiva en la cultura contemporánea». Juan Pablo II, como explicó el Papa, al abordar esta cuestión, partió de «la igualdad de dignidad» y de «la unidad de los dos, en la arraigada y profunda diversidad entre lo masculino y lo femenino, y en su vocación a la reciprocidad y a la complementariedad, a la colaboración y a la comunión. Esta unidad dual del hombre y de la mujer se basa en el fundamento de la dignidad de toda persona, creada a imagen y semejanza de Dios, quien los creó varón y mujer (Génesis 1, 27), evitando tanto una uniformidad indistinta y una igualdad estática y empobrecedora, como una diferencia abismal y conflictiva».
«Esta unidad de los dos lleva en sí, inscrita en los cuerpos y en las almas, la relación con el otro, el amor por el otro, la comunión interpersonal, que indica que, en la creación del hombre, se da también una cierta semejanza con la comunión divina», continuó el Papa. De este modo, «cuando el hombre o la mujer pretenden ser autónomos y totalmente autosuficientes, corren el riesgo de encerrarse en una autorrealización que considera como una conquista de la libertad la superación de todo vínculo natural, social o religioso, pero que en realidad les reduce a una soledad opresora».
Es necesaria la reflexión cristiana
A partir de estas premisas, el Papa lanzó la siguiente propuesta: «Se necesita una renovada investigación antropológica que, basándose en la gran tradición cristiana, incorpore los nuevos progresos de la ciencia y las actuales sensibilidades culturales, contribuyendo de este modo a profundizar no sólo en la identidad femenina, sino también en la masculina, que con frecuencia también es objeto de reflexiones parciales e ideológicas». Esta reflexión -aclaró- es particularmente urgente «ante corrientes culturales y políticas que tratan de eliminar, o al menos de ofuscar y confundir, las diferencias sexuales inscritas en la naturaleza humana, considerándolas como una construcción cultural». Frente a ello, «es necesario recordar el designio de Dios que ha creado al ser humano varón y mujer, con una unidad y al mismo tiempo una diferencia originaria y complementaria».
Reconocer la diferencia no es, de ningún modo, justificar el sometimiento de la mujer que, a veces, ocurre. Según advirtió el Santo Padre, «todavía hoy persiste una mentalidad machista, que ignora la novedad del cristianismo, que reconoce y proclama la igual dignidad y responsabilidad de la mujer con respecto al varón. Hay lugares y culturas en los que la mujer es discriminada y minusvalorada sólo por el hecho de ser mujer, en los que se recurre incluso a argumentos religiosos y a presiones familiares, sociales y culturales para defender la disparidad de los sexos, en los que se perpetran actos de violencia contra la mujer, haciendo de ella objeto de malos tratos o de abusos en la publicidad y en la industria del consumo y de la diversión». Ante fenómenos «tan graves y persistentes», según el Papa, es «más urgente todavía el compromiso de los cristianos para que se conviertan por doquier en promotores de una cultura que reconozca a la mujer la dignidad que le compete, en el derecho y en la realidad concreta».
Padre y madre
En la parte final de su discurso, Benedicto XVI volvió a subrayar la complementariedad de ambos sexos: «Dios encomienda al hombre y a la mujer, según sus peculiaridades, una vocación específica y una misión en la Iglesia y en el mundo», afirmó. El Santo Padre se refirió en particular a «la familia, comunidad de amor abierto a la vida, célula fundamental de la sociedad. En ella, la mujer y el hombre, gracias al don de la maternidad y de la paternidad, desempeñan juntos un papel insustituible en relación con la vida». Pero es que, además, «desde su concepción, los hijos tienen el derecho de poder contar con un padre y una madre para que les cuiden y les acompañen en su crecimiento», advirtió. Y concluyó: «El Estado, por su parte, tiene que apoyar con políticas sociales adecuadas todo lo que promueve la estabilidad y la unidad del matrimonio, la dignidad y la responsabilidad de los cónyuges, su derecho y tarea insustituible como educadores de lo hijos. Además, es necesario que se le permita a la mujer colaborar en la construcción de la sociedad, valorando su típico genio femenino».
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Es preciso reconocer la aportación original de la mujer
Es urgente un nuevo feminismo que reconozca apropiadamente el genio femenino y su aportación tanto a la Iglesia como a la sociedad. Ésta ha sido la principal conclusión del Congreso internacional Mujer y varón, la totalidad del humanum, convocado por la Santa Sede en el XX aniversario de la Carta apostólica Mulieris dignitatem. La cita reunió en Roma a 260 delegados de 49 países, 40 conferencias episcopales, representantes de 28 movimientos y 16 asociaciones internacionales femeninas católicas, así como religiosas y mujeres líderes en los diversos ámbitos de la cultura.
Este nuevo feminismo, que fue planteado a los presentes, en su mayoría mujeres, por el cardenal Stanislaw Rylko, Presidente del Consejo Pontificio para los Laicos, busca «reconocer y expresar el verdadero genio femenino en todas las manifestaciones de la convivencia civil, trabajando por la superación de toda forma de discriminación, de violencia y de explotación». La fuerza moral de la mujer -añadió el cardenal, citando a su gran amigo Karol Wojtyla- «se une a la conciencia de que Dios le confía de manera especial al hombre, al ser humano», y se necesita esa sensibilidad por cada persona.
La conferencia inaugural del Congreso corrió a cargo del cardenal Antonio Cañizares, arzobispo de Toledo, quien desenmascaró la revolución cultural que tiene lugar en estos momentos con una capacidad destructora más arrolladora de lo que se puede pensar, por medio de la ideología de género. Según esta corriente, la sexualidad no se acepta «propiamente como constitutiva del hombre», sino que «el ser humano sería el resultado del deseo de la elección», de manera que, «sea cual sea su sexo físico», la persona, mujer o varón, «podría elegir su género» y modificar su opción cuando quisiera: homosexualidad, heterosexualidad, transexualismo, etcétera.
De esta manera, esta revolución cultural destruye «el nexo individuo-familia-sociedad», acabando en «el cuestionamiento radical de la familia y de su verdad -el matrimonio entre un hombre y una mujer abierto a la vida- y de toda la sociedad».
Uno de los desafíos fundamentales del nuevo feminismo que ha propuesto el Congreso pasa por encontrar claves para conciliar la «vocación a la maternidad» de la mujer y su compromiso y protagonismo en el mundo del trabajo. Según explicó Janne Haaland Matlary, antigua Secretaria de Estado de Asuntos Exteriores de Noruega y comisionada de la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa para los Balcanes, en algunos países, como es el caso de España, se ha dado una cierta incompatibilidad entre estos dos elementos, provocando un invierno demográfico que no es sano para nadie. En las sociedades en las que no nacen niños, explicó Matlary, que es miembro del Consejo Pontificio para la Justicia y la Paz, «la política sólo se preocupa por comprender cómo podrá pagar las pensiones de sus ciudadanos». No se comprende, sin embargo, que «el valor de la familia no tiene precio».
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