El experto Juan Ruiz explica la posición de la Iglesia sobre la condenación eterna y las palabras del Papa ante el clero romano
La pasada semana se vertían algunos comentarios algo dudosos y no del todo ciertos sobre una intervención de Benedicto XVI ante los sacerdotes y diáconos de Roma, y otro discurso suyo de marzo del pasado año. Se trataba del asunto del infierno. En torno a este debate, se puede decir que el Papa actual en ningún momento ha afirmado que el infierno sea un lugar. Lo que llamamos infierno es el estado de aquél que ha elegido para sí una eternidad sin Dios y se ha enrocado en su cerrazón.
Las palabras del Papa
Por otro lado, para la Iglesia, interrogarse por el número de reprobados tiene el mismo sentido que preguntar a la ONU cuántos esqueletos de ballenas hay en la Fosa de las Marianas. Sencillamente, no hay forma de saberlo.
Sin embargo, el Papa ha recordado que el alejamiento eterno de Dios es una posibilidad real del ser humano. Dios ofrece a todos su amor, pero el ser humano es libre hasta el punto de poder rechazarlo.
La libertad humana
Por eso, la condenación no es otra cosa que voluntaria autoexclusión. Benedicto XVI ha hablado del infierno también del purgatorio y del paraíso en el contexto del juicio final. Sólo el juicio último de Dios garantiza la justicia. Por eso, la verdad del juicio universal apela a la responsabilidad del hombre y subraya que todas las elecciones humanas son relevantes. En estos puntos, la sintonía del actual Papa con Juan Pablo II es total.
Cada ser humano es llamado a la existencia para establecer con Dios una relación de amistad. Las intervenciones de Dios en la historia tienen como finalidad mostrar al hombre su amor e invitarle a su intimidad.
El plan de Dios en el mundo es crear un espacio de comunicación familiar con todo hombre y continuar este diálogo en la eternidad ya sin velos, cara a cara. Pero la amistad es una relación que requiere el encuentro entre dos voluntades.
Por eso, la enseñanza de ambos Papas defiende que la libertad humana no es trivial. No hay primera y segunda división. Juega siempre en la Liga de Campeones. Sus decisiones implican aceptar el amor de Dios o rechazarlo. Ahí se encuentra la grandeza del hombre y su responsabilidad.