Los tiempos que vivimos son complejos, como por otra parte siempre han sido todos los demás. Ahora los tiros van por dar un testimonio valiente de nuestra fe, en medio de una sociedad indiferente y cada vez más hostil a la Verdad
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Que los buenos no hagan nada.... De esta forma comienza un libro de Federico Suárez. Nos cuenta que cuando Edmund Burke, crítico de la Revolución Francesa, escribió que "lo único necesario para el triunfo del mal, es que los buenos no hagan nada", dijo una gran verdad.
No parece que se requiera una inteligencia particularmente despierta para hacerse cargo de que si el mal no encuentra oposición ni resistencia, acaba siempre por imponerse.
Me parece más actual que nunca este peligro de la pasividad de los buenos.
Pero, ¿qué entiendo por buenos? Buenos no son los que lo son, sino los que deberían serlo. Llamo buenos a los que saben dónde está el bien y cómo tienen que hacerlo. Los que cuentan con los medios para discernir el camino a seguir en las encrucijadas de la vida. Conocen el camino y no sólo deben seguirlo ellos, sino indicar a los demás la dirección correcta.
Quienes no actuaran así, casi se podría decir que no tendrían perdón de Dios; casi, porque el perdón lo tienen, siempre y cuando lo pidan sean conscientes del mal realizado o el bien no hecho- y se arrepientan, reconozcan su culpa.
Los tiempos que vivimos son complejos, como por otra parte siempre han sido todos los demás. Ahora los tiros van por dar un testimonio valiente de nuestra fe, en medio de una sociedad indiferente y cada vez más hostil a la Verdad.
En toda batalla, y ésta es una batalla ideológica, cuyos efectos se prolongan en el tiempo (acordémonos de mayo del 68), si uno de los flancos del frente decae, el enemigo lo aprovecha y hace mella por allí. ¿En qué estamos decayendo los buenos?
No todos, pero una buena parte de los buenos (saben dónde está el bien y cómo hacerlo) no hacen nada. Se limitan a señalar el bien o a observar a distancia, desde la atalaya de sus organigramas y ocupaciones, la batalla que algunos, unos pocos, están librando cuerpo a cuerpo en la defensa del bien.
Y quizá habría que preguntarse cada uno, en la tranquilidad de un sincero reconocimiento de la propia vida que cada uno lleva, ¿a cuántos he explicado las tesis cristianas sobre la defensa de la vida, el derecho de los padres a tutelar la educación de sus hijos, las experimentaciones biomédicas, la defensa de la libertad religiosa, etc, etc, en un boca a boca personal e intransferible, en este último mes, por ejemplo?
¿Cuántas cartas, artículos, comentarios en blogs, intervenciones en foros de opinión, envíos de correos de interés, he hecho en los últimos treinta días? ¿A cuántos actos en defensa de mis ideas he dado mi apoyo, con mi presencia y la de mis familiares y amigos en este tiempo?
Las teorías cósmicas sólo son válidas en Astronomía, pero no en la defensa de los valores cristianos. No sirve decir que ya hay quién hace y piensa por mí, quien sabe lo que hay que hacer y lo lleva a cabo; ni la postura escéptica de quien piensa que esto es cosa de los tiempos y que ya pasará; ni la del que cree que esta no es mi guerra, porque yo ya tengo resueltos mis problemas y vacunada a mi gente contra estos males, y basta con buscar refugio en lugares comunes, hasta que pase el temporal
Es momento de salir a la calle, de acordarse de esa queja de nuestro Señor, la mies es mucha y los obreros pocos (Mt. 9, 37). Es momento de una oración más intensa, de sacrificar el propio tiempo y sumar voluntades y esfuerzos, para que no vuelvan a escucharse esas lamentaciones de Jesucristo, pero referidas en esta ocasión a cada uno de nosotros: Ay de ti Corazaín, ay de ti Betsaida (Mt 11, 21)
¡Que los buenos sí hagan y mucho!