Las Provincias
No sé si el término infoética acabará imponiéndose o no. Pienso que puede consolidarse como término, porque es claro y abarca los diversos ámbitos de la información. Con ese término o con otro, sí que urge avivar la urgencia de una profundización ética en la información.
Alude a la ética de la información, y aparece en el mensaje de Benedicto XVI en la fiesta de San Francisco de Sales, patrón de los periodistas, el pasado 24 de enero. El Papa recoge este término como una sugerencia, diciendo que más de uno piensa que es necesaria en ese ámbito una infoética, así como existe la bioética en el campo de la medicina y de la investigación científica sobre la vida.
Habrá quien defienda que, tanto la medicina o la biología como la información, existen desde hace mucho tiempo, siempre se ha estudiado o aludido a una deontología médica o de la información, y por tanto puede parecer innecesario hablar de bioética o de infoética. Respetando esa posible postura, basta ver lo que ha sucedido con la bioética para reconocer un cambio de tanta entidad que ha hecho necesaria su profundización ante el progreso tecnológico que afecta a la vida.
Nuestra sociedad de la información requiere una infoética. Los debates sobre libertad de expresión, derecho a la información, derecho a la información o la propia génesis de la opinión pública nos remontan a los orígenes de los medios de comunicación, pero también nos llevan mucho más atrás, a los foros y areópagos de las culturas griega y latina, por poner un ejemplo. Pero en nuestros días las tecnologías de la información han multiplicado las opciones en la información, para bien y para mal. Internet es uno de los grandes protagonistas desde hace 15 años.
La infoética ha de partir de los que somos profesionales de los medios de comunicación, al igual que la bioética surge de los profesionales de la medicina o de la biología. Somos los que trabajamos la información. No se puede transferir la responsabilidad de la infoética a las universidades ni a la sociedad, porque son responsables secundarios.
Vengo observando que, consciente o inconscientemente, parece relegarse todo debate ético en la información a instancias ajenas a los propios medios: es una trampa, porque en el fondo es concebir la infoética como teoría abstracta, ajena o difícilmente compatible con la realidad de la profesión informativa. Es la tentación de la comodidad, que es muy atractiva siempre, porque aquieta toda intranquilidad, atribuyendo a las empresas de la comunicación propietarias o gestoras- el desarrollo real de la información. Con el famoso quien paga, manda, parece todo resuelto.
Es cierto que los medios podemos pretender crear la realidad, en vez de informar. Es cierto que, con la excusa de reflejar la realidad, legitimamos o imponemos modelos que atentan contra la ética. Es cierto que el afán de noticias nos lleva a ceder ante ciertos clichés o manipulaciones. Pero también es cierto que en todo profesional de la información hay un afán de contribuir y servir a la sociedad, que como en otras profesiones con marcado cariz ético- nos desasosiegan ciertas actuaciones propias o de otros colegas. La perspectiva de Benedicto XVI es alentadora, destacando las posibilidades de los medios para humanizar nuestra sociedad; no es tremendista ni negativa, al igual que la realidad, que es caleidoscópica, un mosaico variopinto donde coexisten heroicidades y vilezas, grandezas y medianías, muchas veces en una misma persona. Para elaborar una infoética actualizada, hace falta optimismo y realismo.
La sociedad de la información nos exige mucho, especialmente a los profesionales de la información. Hay retos inaplazables. Cada uno hemos de plantearnos decisiones y actitudes. La extensión de la vulgaridad o la zafiedad, la justificación a ultranza de la audiencia o la difusión, no deben ser la regla de oro y tampoco consolarnos con que imperan el relativismo ético y el materialismo consumista.
A la vez debemos ser muy realistas, porque ningún trabajo es perfecto, y el desaliento ético puede extenderse en algunas profesiones como la nuestra. Basta ser objetivos, para descubrir periodistas que son paradigma de una tarea bien hecha, también éticamente, y medios de comunicación que se merecen un reconocimiento ético. Pero en esa mejora de la calidad necesitamos el apoyo del público. Poco puede hacer un llanero solitario en la aldea global.
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Verdad y libertad |
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El marco moral y el sentido del amor humano |
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“Combate, cercanía, misión” (6): «Más grande que tu corazón»: Contrición y reconciliación |
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