El caso Galileo es un tópico utilizado frecuentemente para atacar a la Iglesia. Un ejemplo clamoroso es lo que ha ocurrido hace pocos días, en Roma, y que ha tenido un amplio eco mediático.
El pequeño grupo de profesores La Sapienza que escribió al Rector para mostrar su rechazo a la visita de Benedicto XVI a la Universidad de Roma, se remitió de nuevo a Galileo para justificar su postura intolerante. Por eso nos ha parecido de interés para los lectores de este blog recordar los datos principales del caso Galileo.
Animamos a entrar en la página web de Ciencia, Razón y Fe (CRYF) Grupo de Investigación Interdisciplinar de la Facultad de Ciencias y de la Facultad Eclesiástica de Filosofía de la Universidad de Navarra y ver con detalle la "Sesión on-line sobre el Caso Galileo".
Esa sesión on-line ha sido preparada por Monika Bogdalska y supervisada por el Prof. Santiago Collado. En su realización se han utilizado los estudios del Prof. Mariano Artigas (fallecido en diciembre de 2006).
El Prof Artigas dedicó muchos años de su vida a investigar en el caso Galileo y sus repercusiones en la historia de la Iglesia y de la ciencia. Su objetivo fue contribuir a arrojar luz sobre la verdad del caso: exponer los hechos históricos, explicar las dudas más usuales y corregir interpretaciones equivocadas que se han dado a lo largo de los siglos.
En 1632, Galileo fue llamado a comparecer ante el Santo Oficio en Roma y al año siguiente fue condenado. Este famoso proceso ha sido deplorado claramente por la Iglesia. Pero también se abusa de esos hechos, extrayendo de ellos algunas conclusiones falsas tanto histórica como científicamente que se aplican para juzgar diversos problemas actuales.
Apuntamos en rápido resumen algunos de los hitos principales del caso:
Hacia 1610, Galileo se fue convenciendo de la verdad del sistema heliocéntrico, según el cual y contra la opinión entonces vigente la Tierra gira alrededor del Sol, y éste ocupa el centro del mundo.
Esto ya estaba planteado por Copérnico en una obra publicada en 1543 en la que basaba todos sus cálculos astronómicos sobre la hipótesis de que la Tierra y los planetas giraban alrededor del Sol; decía que él sólo formulaba una hipótesis matemática conveniente para los cálculos, sin pretender juzgar cómo eran las cosas en la realidad. En verdad, Copérnico no tenía base científica para afirmar más.
Galileo contaba con más datos, pero no los suficientes para afirmar la verdad del heliocentrismo. Si sus conclusiones eran ciertas, sus argumentos probatorios no tenían la misma consistencia.
Esa teoría levantaba entonces sospechas por un doble motivo: parecía ir contra una filosofía basada en la experiencia ordinaria y algunos la veían incompatible con pasajes de la Biblia.
En 1616, el Santo Oficio de Roma pidió un dictamen a 11 teólogos, quienes calificaron las tesis astronómicas de Galileo como filosóficamente absurdas y formalmente heréticas. Sin embargo, ese dictamen nunca fue publicado como acto del Magisterio de la Iglesia.
El 26 de febrero de 1616, ante el Cardenal Belarmino, Galileo se comprometió a no defender la teoría heliocéntrica, sin que hubiera juicio ni condena.
El juicio llegó al cabo de bastantes años, en 1632-33, cuando las circunstancias parecían favorables a Galileo, pues había sido elegido Papa -con el nombre de Urbano VIII- el Cardenal Barberini que parecía comprensivo con la teoría en cuestión.
El 12 de abril de 1633 tuvo lugar la primera comparecencia ante el tribunal de Roma. A pesar de sus protestas en contra, era bastante claro que no se había atenido rigurosamente al compromiso que asumió en 1616: por ejemplo, Galileo había publicado en febrero de 1632 una obra en que defendía el heliocentrismo.
El 22 de junio de 1633 se le condenaba a censuras que fueron perdonadas en vista de sus buenas disposiciones, y a la cárcel (en un Palacio de Roma) que enseguida fue conmutada por el confinamiento en su villa del Gioiello, donde siguió trabajando y publicando hasta que le sobrevino la muerte en 1642, a los 78 años de edad.
El juicio de 1633 se basó en el desgraciado dictamen de los 11 teólogos de 1616, que no volvió a discutirse entonces. El conflicto podía haberse evitado fácilmente, dejando aparte las circunstancias del momento. En efecto, la Iglesia admite que el texto de la Biblia debe interpretarse en cada caso según el tipo de cuestiones de que se trate, y es evidente que, cuando se trata de cuestiones científicas, el autor humano utilizará expresiones que corresponden a la apariencia ordinaria de los hechos: Dios no pretende revelar por anticipado conclusiones de la ciencia natural. Esto era tan claro que el mismo Galileo lo expuso, por escrito y de modo correcto, en una larga carta de 1615.
El conflicto hizo sufrir a Galileo. Ha perjudicado a la Iglesia durante siglos. La parte menos lesionada fue la ciencia: poco después, Newton fue mucho más lejos que Galileo, y sentó las bases de la física de modo estable, haciendo posible un progreso sistemático que ya no ha cesado. Y, desde luego, ni el Sol ni la Tierra están en reposo ni son el centro del Universo: en la física sólo se miden movimientos relativos (de unos cuerpos respecto a otros) y tomando como referencia un sistema que a efectos prácticos pueda desempeñar convenientemente su papel.
El nacimiento sistemático de la ciencia moderna fue posible gracias al convencimiento explícito acerca de la racionalidad de un Universo que es obra de un Dios creador infinitamente sabio y poderoso, y acerca de la capacidad del espíritu humano -creado por Dios a su imagen y semejanza- para comprender el orden natural. Y esta seguridad se debió al influjo del cristianismo, que llegó a configurar toda una cultura.
En la actualidad, hay quien afirma que la Iglesia actúa equivocadamente al mantener sus enseñanzas sobre los dogmas de la fe y la moral, o al condenar -por ejemplo- los anticonceptivos o el aborto: se trataría, según ellos, de nuevos casos Galileo que no tendrían en cuenta los progresos de las ciencias, de modo que la Iglesia permanecería erróneamente comprometida con modos de pensar ya superados.
Pero esta invocación a Galileo está fuera de lugar. Por ejemplo, la extensión del aborto es un dato de costumbres, no es una conclusión científica. Y el rechazo del aborto por parte de la Iglesia es la postura más acorde con los datos de la ciencia actual, que muestran un proceso continuo de desarrollo de la vida humana desde el momento de la concepción. Hoy son los defensores del aborto los que hacen oídos sordos a las conclusiones científicas en este tema.
Los presuntos conflictos entre la ciencia moderna y la fe provienen, sin excepción, de doctrinas que arbitrariamente se presentan como conclusiones científicas cuando en realidad no lo son. Esto sucede, por ejemplo cuando se niega la existencia del alma humana porque la ciencia experimental no puede comprobarla, olvidando que el método experimental que permite investigar la estructura de la materia no es apto para estudiar la naturaleza del espíritu; o cuando se rechaza la creación divina del universo en base a teorías evolucionistas que, en todo caso, se limitan a estudiar posibles transformaciones entre seres ya existentes, sin que puedan dar razón de la existencia misma de ellos.
Quienes hoy razonan de este modo, de hecho están incurriendo en el mismo error que cometieron unos eclesiásticos con Galileo. Estos pretendieron juzgar unas hipótesis científicas con métodos teológicos, sin respetar la autonomía propia de la ciencia. Hoy, son algunos hombres de ciencia -y otros que distan mucho de ser científicos- los que pretenden pontificar sobre las realidades del espíritu con criterios y métodos sólo válidos para la ciencia experimental.
Nuestra época necesita hacerse eco, de un modo positivo, de un dicho utilizado por Galileo (quien siempre fue un firme creyente, antes y después del proceso): las Sagradas Escrituras no nos enseñan cómo son los cielos, sino cómo se va al cielo.
El problema actual es descubrir la profunda armonía entre la ciencia y la fe. La ciencia proporciona conocimientos cada vez más extensos y profundos sobre la realidad y permite dominarla en gran medida, pero nada nos dice sobre la utilización de sus resultados ni sobre el sentido de la vida humana.
La fe cristiana proporciona una gran ayuda a la razón en su tarea de plantear y resolver los problemas más profundos de la vida humana. Sin duda, ésta era la convicción de Galileo, y la de tantos otros científicos que han hecho posible el progreso de la ciencia actual.
Introducción a la serie sobre “Perdón, la reconciliación y la Justicia Restaurativa” |
San Josemaría, maestro de perdón (1ª parte) |
Aprender a perdonar |
Verdad y libertad |
El Magisterio Pontificio sobre el Rosario y la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae |
El marco moral y el sentido del amor humano |
¿Qué es la Justicia Restaurativa? |
“Combate, cercanía, misión” (6): «Más grande que tu corazón»: Contrición y reconciliación |
Combate, cercanía, misión (5): «No te soltaré hasta que me bendigas»: la oración contemplativa |
Combate, cercanía, misión (4) «No entristezcáis al Espíritu Santo» La tibieza |
Combate, cercanía, misión (3): Todo es nuestro y todo es de Dios |
Combate, cercanía, misión (2): «Se hace camino al andar» |
Combate, cercanía, misión I: «Elige la Vida» |
La intervención estatal, la regulación económica y el poder de policía II |
La intervención estatal, la regulación económica y el poder de policía I |