Arguments
Leo en La Gaceta de ayer: Por primera vez el número de abortos en España ha superado la barrera de los 100.000 abortos anuales, siempre según datos oficiales. Según el informe del Ministerio de Sanidad al que ayer tuvo acceso el Instituto de Política Familiar (IPF), en 2006 se produjeron 101.592 abortos en nuestro país, nueve mil más que en 2005.
Y continúa: Tras más de un año de retraso, y gracias a la presión de los distintos agentes sociales, según el IPF, el Ministerio se ha decidido a publicar los datos, en los que corroboran el fracaso sin paliativos de un Gobierno que ha abandonado a la mujer. En los últimos dos años (2004-2006) el número de abortos ha crecido en un 20% (19,54%) pasando de 84.985 a 101.592 abortos.
Ante estos datos, algo habrá que hacer. El IPF sugiere desarrollar una política preventiva que gire alrededor de cuatro ejes según se puede leer en el citado artículo de La Gaceta-: sensibilización y concienciación sobre la importancia y el valor personal y social de la natalidad, el embarazo y la maternidad; el aumento de los recursos públicos tanto de organismos como de dotaciones presupuestarias; la implantación de medidas de apoyo destinadas a la mujer embarazada en concreto, el IPF propone una ayuda directa al embarazo de 1.026 euros-, y una política de información a la mujer embarazada.
Publicamos ahora un artículo de José Manuel Giménez Amaya, Catedrático de Anatomía y Embriología de la Universidad Autónoma de Madrid, que se titula Un debate artificial. Se plantea el núcleo de la cuestión, que es algo que suele eludirse porque no es políticamente correcto: ¿por qué una sociedad que está dando tanta importancia a la vida, y gasta enormes recursos humanos y económicos para protegerla y para aliviar el dolor de las personas empleando una biomedicina cada vez más poderosa, no tiene en cuenta la tragedia del aborto? Y todavía más en el fondo del problema: ¿por qué se da esta ceguera biológica ante los numerosos y actuales hallazgos científicos que muestran que el inicio de la vida humana está en la fecundación de los gametos, es decir, en el momento de la concepción?
Por José Manuel Giménez Amaya
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Según Aristóteles, una de las personas más sobresalientes en el ámbito del pensamiento humano, la gran tarea del sabio es la de distinguir. Esta opinión es acertada porque el saber diferenciar, separar o analizar con rigor las cuestiones más apremiantes que se nos presentan, es el camino más acertado para lograr la claridad y la determinación necesarias para dar luz y fuerza a su resolución. Hace no mucho tiempo he visitado dos grandes países occidentales, Estados Unidos y Gran Bretaña, y me ha llamado la atención comprobar que el debate sobre el aborto, tan florido en otras épocas relativamente recientes, está ahora bastante apaciguado. El aborto en estos dos países es un tema del que se prefiere no hablar: en gran medida porque electoralmente no es en absoluto rentable. Sólo hay que fijarse en cómo se están desarrollando las primarias en la nación trasatlántica.
Por eso, ahora que en nuestro país se están produciendo una serie de hechos que parecen volver a alentar este debate, es bueno tratar de analizar algunas de las cuestiones que suscita. Esto nos ayudará a pensar sobre cuál es el meollo de la situación en la que nos encontramos. Pienso que, actualmente, gran parte de esta polémica se centraría mucho más si intentáramos dar respuesta a las siguientes preguntas: ¿por qué una sociedad que está dando tanta importancia a la vida, y gasta enormes recursos humanos y económicos para protegerla y para aliviar el dolor de las personas empleando una biomedicina cada vez más poderosa, no tiene en cuenta la tragedia del aborto? Y todavía más en el fondo del problema: ¿por qué se da esta ceguera biológica ante los numerosos y actuales hallazgos científicos que muestran que el inicio de la vida humana está en la fecundación de los gametos, es decir, en el momento de la concepción?
Estas dos cuestiones resumen un proceso en el que la biología, y específicamente la biomedicina, están irrumpiendo con inusitada energía en un debate con un poder de reflexión que antes no se intuía. Las imágenes de fetos triturados que hemos visto estos días en los medios de comunicación no son queridas ni aceptadas. Y es razonable porque, sin lugar a dudas, cada vez somos más sensibles a la falta de amor a la infancia; a los actos de violencia doméstica u otros tipos de maltratos, a la guerra o al terrorismo. Por eso no queremos pensar en el aborto, en lo que supone y el enorme daño humano y social que representa. Sin embargo, se apunta de forma notoria una creciente sensibilidad de nuestra sociedad al horror que supone acabar con la vida humana que comienza. No es fácil de asumir que muchos luchen contra el calentamiento global del planeta y no sientan compasión y rechazo ante tanto destrozo humano.
En todo este proceso está siendo definitivo el gran desarrollo de la imagen médica. ¿Qué pasaría si con las nuevas herramientas de visualización biológica pudiéramos contemplar al avance morfogenético del hombre en sus estadios más precoces de desarrollo? Lo lograremos, y ello representará una nueva y poderosa herramienta para la defensa de toda vida humana.
Si olvidamos que ningún hombre puede estar a merced de nuestro arbitrio, dejamos de lado el verdadero fundamento de los derechos humanos. Y esta obviedad que ha estado oscurecida durante décadas comienza ahora a ver algo de luz. Por eso el debate del aborto tal como se plantea en la actualidad es artificial: no va al núcleo del problema. Y es peligroso y arriesgado para aquellos que buscan con él caladeros de votos en una sociedad pluralista.
El aborto es un ejemplo paradigmático que refleja de forma sintética la gran crispación de la modernidad que está fundamentada en un cientifismo omnipresente e incuestionable, ciego a los valores y al conocimiento holístico; y a una ética que abandona el ideal de una vida feliz y buena como presupuesto básico al que tiende todo hombre.
Estos días que estamos viendo estas prácticas tan degradantes de miseria y mentira, uno recuerda esas luminosas palabras de un gran pensador de nuestros días: uno ama precisamente, cuando en lugar de acaparar para sí mismo, intenta convertirse en un donante que piensa sobre todo en aquellos a quienes nadie regala una palabra amable.
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