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La oficina de prensa del Vaticano ha hecho público hoy el texto íntegro (italiano) de la lección que Benedicto XVI debía haber pronunciado mañana en la Universidad de La Sapienza.
De este modo, quizá, los asistentes al acto de inauguración del curso, podrán disponer de las palabras que un mínimo grupo de universitarios intransigentes (profesores laicistas dogmáticos y alumnos con nulo sentido de su posición real), han impedido que lea en esa Universidad, ante la vergüenza y el sentido del oprobio de propios y extraños.
En breve y apresurada traducción, el denso documento de seis folios habla de varios asuntos. En primer lugar, Benedicto XVI se plantea qué puede y debe decir un Papa invitado a hablar en la principal Universidad de la ciudad de la que es Obispo:
(...) ¿Qué puede y debe decir un Papa en una ocasión como ésta? En la lección de Ratisbona hablé, sí, como Papa, pero sobre todo como antiguo profesor de aquella que fue mi universidad, buscando reunir recuerdos y actualidad.
En la universidad "Sapienza", la antigua universidad de Roma, he estado invitado como Obispo de Roma, y por eso debo hablar como tal. Cierto que la "Sapienza" fue en tiempos pasados la universidad del Papa, pero hoy es una universidad laica con esa autonomía que -fundada en su mismo concepto fundador- siempre ha formado parte de la naturaleza de la universidad, que debe estar exclusivamente ligada a la autoridad de la verdad.
En su libertad de autoridades políticas y eclesiásticas, la universidad encuentra su función particular, precisamente para la sociedad moderna, que necesita una institución de este tipo. (...)
Tras exponer qué supone ser Obispo de Roma, con la función de "episkopein", de observar y también guiar las gentes de su comunidad, según Jesucristo, añade:
(...) Pero esta comunidad de la que cuida el Obispo -sea grande o pequeña- vive en el mundo; y sus condiciones, su camino, su ejemplo y su palabra influyen inevitablemente sobre el resto de la comunidad humana en su conjunto. (...) De este modo, el Papa, precisamente como Pastor de su comunidad, se ha convertido cada vez más en una voz de la razón ética de la humanidad.
Y tras traer a colación John Rawls y la razón "pública" y la "razonabilidad" de una proposición no secularista, afirma que:
(...) Ante una razón a-histórica que busca autoconstituirse en una racionalidad a-histórica, la sabiduría de la humanidad como tal -la sabiduría de las grandes tradiciones religiosas- es algo que conviene valorar como una realidad que no se puede tirar impunemente a la papelera de la historia de las ideas. (...)
Luego de razonar preguntándose por el papel y la finalidad de la Universidad, como institución, contesta -telegráficamente- que
puede decirse que el verdadero, íntimo, origen de la universidad está en el anhelo de conocimiento que es propio del ser humano, que quiere saber qué es todo lo que le rodea. Quiere verdad.
Y tras describir a Sócrates dialogando con Eutrifón acerca de los dioses, y despegándose de atender a las presuntas guerras entre ellos, muestra el interés de Sócrates por saber acerca del Dios realmente divino. Un interés en el que los primeros cristianos se han reconocido y han reconocido el camino del don de la fe recibida:
Han acogido su fe no de modo positivista, o como salida para deseos que no se apagan; la han comprendido como el disolverse de la niebla de la religión mitológica que deja sitio para el descubrimiento de ese Dios que es Razón creadora y al mismo tiempo Razón-Amor.
Sigue luego un recorrido agustiniano en el que se puede ver que la verdad está más allá del simple saber, cercana al bien, porque hay
una reciprocidad entre la "scientia" y la "tristitia": el simple saber, dice Agustín, nos deja tristes. Y de hecho sucede que quien ve y aprende sólo aquello que sucede en el mundo, termina por entristecerse. Pero la verdad significa más que el saber: el conocimiento de la verdad tiene como objetivo el conocimiento del bien. Este es también el sentido de la pregunta socrática: ¿cual es el bien que nos hace verdaderos? La verdad nos hace buenos y la bondad es verdadera: y éste es el optimismo que vive en la fe cristiana, porque a ella le ha sido concedido la visión del Logos, de la Razón creadora que, en la encarnación de Dios, se ha revelado al tiempo como el Bien, como la misma Bondad.
En la universidad medieval, con sus cuatro facultades (medicina, jurisprudencia, teología y filosofía) ha habido mucho movimiento y mucho trabajo, viene a decir Benedicto XVI, por ejemplo, sobre teoría y praxis, sobre la justa relación entre conocer y actuar...
Y ¿cómo articular con justicia un orden de la libertad, de la dignidad humana, de los derechos humanos? Benedicto XVI salta hasta nuestros días y con Jürgen Habermas propone lo que bien puede ser un amplio consenso del pensamiento actual, cuando dice que
la legitimidad de una carta constitucional, como presupuesto de la legalidad, provendría de dos fuentes: de la participación política igualitaria de todos los ciudadanos y de la forma razonable en que son resueltos los contrastes políticos. Acerca de esta "forma razonable", [Habermas] advierte que no puede consistir solo en una lucha para lograr mayorías aritméticas, sino que debe caracterizarse como un "proceso de argumentación sensible a la verdad" (wahrheitssensibles Argumentationsverfahren).
Luego el razonamiento vuelve al medievo, y con Tomás de Aquino se plantea la relación entre filosofía y teología, a partir de la cristología del Concilio de Calcedonia: "sin confusión y sin separación". Y en este sentido, viene de nuevo a colación la filosofía de Rawls, para hacer ver que
el mensaje de la fe cristiana nunca ha sido una "comprehensive religious doctrine" en el sentido de Rawls, sino una fuerza purificadora para la misma razón, que la ayuda a ser más ella misma. El mensaje cristiano, por su origen, debería ser siempre un estímulo hacia la verdad y de este modo una fuerza contra la presión del poder y de los intereses.
¿Qué sucede ahora, en nuestros días?, se pregunta Benedicto XVI para concluir su recorrido universitario e histórico de la mano de la verdad. En nuestros días, cuando el saber ha progresado enormemente en las ciencias naturales y en el saber humanístico acerca de cuestiones ligadas con nuestra identidad y técnico ha cobrado un desarrollo, hay un peligro. Centrado en la esfera del Occidente, dice que ese peligro
precisamente por la magnitud del saber y del poder logrados, se rinda ante la cuestión de la verdad. Cosa que significa que la razón, al final, se pliega ante la presión de los intereses y ante el atractivo de la utilidad, y queda obligada a recocer a esta última como último criterio.
Si la razón queda sorda al mensaje que viene de la fe y de la sabiduría cristiana, pierde el coraje por la verdad, de modo que no se hace más grande, sino más pequeña:
Aplicado a nuestra cultura europea esto significa que si ésta quiere solamente autoconstituirse en base al círculo de la propias argumentaciones y a lo que en un momento dado le convence, y -preocupada por su laicidad- se separa de las raíces de las que vive, entonces no llega a ser más razonable y más pura, sino que se descompone y se rompe en astillas.
Concluye volviendo a la pregunta inicial acerca de lo que el Papa puede hacer o decir en la universidad: "ciertamente, no debe pretender imponer a los demás, de modo autoritario, la fe, que sólo puede ser un don en libertad". Y puede
invitar siempre de nuevo a la razón a ponerse en búsqueda de lo verdadero, del bien, de Dios y -en este camino- animarla a apreciar las útiles luces que han surgido a lo largo de la historia de la fe cristiana y ver así a Jesucristo como la Luz que ilumina la historia y ayuda a encontrar el camino hacia el futuro.
Hasta aquí, Benedicto XVI, traducido y seleccionado su texto con urgencia.
Espero que resulte de interés estos breves párrafos, traducido con tanta rapidez como asombro por la magnífica claridad de lo que plantea, el coraje de decir lo que piensa y el respeto para quienes le escuchan. A fin de cuentas, esta lección, que iba a quedar entre los muros de La Sapienza, llegará a muchos más universitarios, gracias a que unos pocos intolerantes no quisieron que fuera pronunciada. Cosas de la vida misma.
Quien se encuentre siendo universitario y no aprecie y agradezca este discurso de Benedicto XVI sobre la universidad, pienso que debería quizá -siendo consecuente- plantearse abandonarla, libremente, por propia iniciativa.
La universidad es lo que serenamente dice este discurso, y tiene que ver con la búsqueda de la verdad y sus consecuencias. De otro modo, se convierte en un lugar de privilegios de poder, influencia e intereses de diverso tipo, lejos de la verdad.
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