Las Provincias
¿Qué podemos esperar?, ¿qué no podemos esperar?, se pregunta Benedicto XVI hacia la mitad de Spe salvi. Y responde que, en el plano de la técnica, hay una clara continuidad de progreso, mientras que no es así en el ámbito de la conciencia y de la decisión moral, por el hecho de que la libertad es siempre nueva y ha de tomar siempre decisiones nuevas.
Las personas, las jóvenes generaciones, pueden aprovechar o rechazar el tesoro moral de la humanidad. Ese tesoro moral es una invitación a la libertad, que no puede garantizarse solamente a través de estructuras humanas, sino que esas mismas estructuras sólo funcionan cuando se tienen convicciones vivas. Y la libertad necesita convicciones, que ha de conquistar. Por otro lado, la libertad es siempre frágil, por lo que no existirá en este mundo el reino del bien definitivamente consolidado.
No es la ciencia, las leyes, las estructuras, lo que redime al hombre, sino el amor. Esta afirmación -dice el Papa- es válida incluso en el ámbito intramundano. Pero también el amor es frágil, por lo que el ser humano necesita un amor incondicionado para poder esperar, ese al que se refiere san Pablo cuando dice que nada "podrá apartarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús".
Para tener verdadera esperanza, necesitamos aspirar a la vida en su verdadero sentido, que es relación con quien es fuente de la vida. "Si estamos en relación con Aquel que no muere -escribe el Pontífice-, que es la Vida misma y el Amor mismo, entonces estamos en la vida". Esa relación con Dios, mediante la comunión con Cristo, evita todo individualismo al hacernos participar de su ser "para todos". La unión verdadera con Dios se traduce, pues, en responsabilidad con los hombres. Así fomentamos esperanzas -las necesitamos-, pero sin la gran esperanza en Dios, aquellas se quedan sin fundamento y sin trascendencia, cansan, no llenan.
Tiene mucho interés el apartado que dedica a los "lugares de aprendizaje y ejercicio de la esperanza": la oración, la acción del hombre y su sufrimiento, y el Juicio. Vale la pena leer despacio las valientes, humanas y sobrenaturales aseveraciones que se recogen ahí. Con pena, sólo podemos mostrar alguna idea muy incompleta. La oración, en primer lugar, porque sé que Dios me escucha. San Agustín define la oración como un ejercicio del deseo, porque en ella el Señor ensancha nuestro corazón pequeño para desear al Dios infinito. El corazón agrandado y purificado hace al hombre libre para Dios y abierto a los demás.
Con respecto al actuar y al sufrir: nuestro obrar ha de llevarnos a la búsqueda de un mundo más luminoso y humano. Pero, para cansarnos del esfuerzo ni derivar al fanatismo, necesita la luz y el empuje de la gran esperanza. Veo insertada aquí esa gran tarea de santificar las realidades ordinarias -familia, trabajo, descanso, actividades sociales, etc.- que se engrandecen y saltan hasta la vida eterna cuando encontramos "ese algo divino que en los detalles se encierra" para servir a todos y "poner a Cristo en la cumbre de todas las actividades humanas", como predicó el fundador del Opus Dei.
El dolor forma parte de la existencia del hombre. Tratamos de limitarlo, de luchar contra él, pero no es suprimible. Incluso aquellos que desean "ahorrarse la fatiga y el dolor de la verdad, del amor y del bien caen en una vida vacía", quizá ajenos al dolor, pero sin sentido y en la soledad del aislado. Lo que cura al hombre no es esquivar el sufrimiento y huir ante el dolor, sino su capacidad de aceptar la tribulación, de madurar en ella y encontrarle sentido mediante la unión con Cristo, que ha sufrido con amor infinito. Así se entiende que una sociedad no compasiva con el doliente o el abandonado es cruel e inhumana.
La injusticia, el sufrimiento de los inocentes, el cinismo de los poderosos han puesto en tela de juicio la existencia de un Dios bueno. El Papa trata este tema al escribir sobre el Juicio Final como "lugar de aprendizaje y ejercicio de la esperanza". Se dice allí que la pretensión de que sea el hombre mismo quien establezca la justicia y destierre el sufrimiento, mientras se niega que Dios pueda hacerlo, es intrínsecamente falsa.
Frente a Adorno y Horkheimer, el Papa afirma vigorosamente que Dios mismo nos ha dado una imagen de Sí en el Cristo que se ha hecho hombre. "Dios revela su rostro precisamente en la figura del que sufre y comparte la condición del hombre abandonado por Dios, tomándola consigo". Este inocente se ha convertido en esperanza certeza: Dios existe y crea justicia de modo que nosotros no somos capaces de concebir, pero sí intuir por la fe. Se verá en el Juicio y en las verdades del cielo, purgatorio e infierno.
Introducción a la serie sobre “Perdón, la reconciliación y la Justicia Restaurativa” |
San Josemaría, maestro de perdón (1ª parte) |
Aprender a perdonar |
Verdad y libertad |
El Magisterio Pontificio sobre el Rosario y la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae |
El marco moral y el sentido del amor humano |
¿Qué es la Justicia Restaurativa? |
“Combate, cercanía, misión” (6): «Más grande que tu corazón»: Contrición y reconciliación |
Combate, cercanía, misión (5): «No te soltaré hasta que me bendigas»: la oración contemplativa |
Combate, cercanía, misión (4) «No entristezcáis al Espíritu Santo» La tibieza |
Combate, cercanía, misión (3): Todo es nuestro y todo es de Dios |
Combate, cercanía, misión (2): «Se hace camino al andar» |
Combate, cercanía, misión I: «Elige la Vida» |
La intervención estatal, la regulación económica y el poder de policía II |
La intervención estatal, la regulación económica y el poder de policía I |