En su reciente encíclica Spe salvi, sobre la esperanza cristiana, dice Benedicto XVI que los cristianos hemos de aprender de nuevo lo que es y lo que no es la esperanza, para comprendernos a nosotros mismos a partir de nuestras propias raíces.
Todos queremos vivir, pero ¿qué vida?
Por eso comienza evocando a los primeros cristianos. ¿Qué pasaba cuando se convertían? Habían conocido a Jesucristo, y eso, como a todos los que después han abrazado el cristianismo como Josefina Bakhita, les había liberado. Ahora sabían en qué consiste la vida verdadera, y por tanto llegaban a una nueva libertad. Su existencia se podía apoyar en la certeza de un futuro que ya comienza a entregarse ahora. El que descubre o redescubre de verdad el cristianismo, se da cuenta de que es amado, nada menos que por aquel Amor que es el dueño del mundo, y que le espera. Por eso está seguro de que su vida es hermosa y vale la pena.
Los primeros cristianos veían a Cristo como el verdadero filósofo (maestro) y el verdadero pastor: Es Aquel que conoce también el camino que pasa por el valle de la muerte; Aquel que incluso por el camino de la última soledad, en el que nadie me puede acompañar, va conmigo guiándome para atravesarlo. En Él está la vida verdadera, la vida eterna.
Pero ¿qué es la vida eterna?, se pregunta el Papa. No se trata de un vivir ilimitadamente sin más (eso sería aburrido y al final insoportable), sino una vida feliz que no sea afectada ni siquiera por la muerte: una vida en sentido pleno, en la plenitud del ser y de la alegría.
Sólo el amor salva
Ahora bien, se pregunta el Papa, eso de aspirar a la felicidad y a la alegría, ¿no es un puro individualismo, que se desentiende del mundo para refugiarse en una salvación eterna exclusivamente privada? ¿Tienen razón los que critican al cristianismo por eso?
Lo cierto es que al llegar la edad moderna, la Ilustración quiso instaurar el reino de la razón y de la libertad al margen de Dios. Después el materialismo marxista acabó negando la libertad en nombre del progreso técnico; olvidó la ética y el perfeccionamiento del hombre. Y es que sin Dios, el hombre se queda sin razón, sin libertad y sin esperanza. Es capaz de llegar de la honda a la superbomba (Adorno), incluso hasta el final perverso de todas las cosas (Kant).
Lo peor, advierte Benedicto XVI, es que el cristianismo, en esa situación, se ha concentrado en gran parte sólo sobre el individuo y su salvación, aunque se haya preocupado por los que sufren. Por eso hemos de aprender de nuevo que la esperanza de cada uno incluye la esperanza del "nosotros" primero en la Iglesia y desde ahí en la humanidad entera.
La razón es que Dios, en Jesús, nos ha amado hasta el extremo, a cada uno en particular y a la humanidad en su conjunto. Y por eso estar en comunión con Jesucristo nos hace participar en su ser para todos, en la responsabilidad por la justicia, en ya no poder vivir para uno mismo.
Por tanto deduce el Papa para los cristianos se impone no sólo la pregunta ¿Cómo puedo salvarme yo mismo?, sino también: Qué puedo hacer para que otros se salven y para que surja también para ellos la estrella de la esperanza? Entonces habré hecho el máximo también por mi salvación personal. El ancla de la esperanza cristiana es siempre esperanza para los demás. (Este argumento es parecido a otro que Juan Pablo empleaba en su diálogo con los enfermos: la pregunta más importante no es por qué me pasa esto a mí; sino para qué, es decir, cómo puedo contribuir ahora al bien de mi familia, de mis amigos, del mundo entero).
Aprender la esperanza también con el sufrimiento
En la perspectiva de la fe, el Papa dice que todo esto hay que aprenderlo de nuevo en diversas escuelas como la oración, el trabajo, el sufrimiento que conlleva buscar la verdad y la justicia.
A los que tenemos que ver con los enfermos, o estamos enfermos, nos interesa mucho el sentido del sufrimiento. Éste, explica Benedicto XVI, tiene dos orígenes: el primero, nuestra finitud; el segundo, las culpas acumuladas de la humanidad. Hay que hacer todo lo posible para disminuir el sufrimiento, para superarlo; pero no es posible extirparlo del todo, porque los hombres no podemos eliminar totalmente el mal y la culpa. (Hay una novela de Stangerup donde un hombre buscaba por todas partes a alguien que le reconociera como culpable, en un mundo donde se había borrado la palabra culpa).
Pero no todo es malo o negativo en el sufrimiento. Lo que cura al hombre escribe el Papa no es esquivar el sufrimiento y huir ante el dolor, sino la capacidad de aceptar la tribulación, madurar en ella y encontrar en ella un sentido mediante la unión con Cristo, que ha sufrido con amor infinito.
Saber sufrir para aceptar a los demás y madurar personalmente
El sufrimiento, explica el Papa, es escuela de esperanza porque puede ayudarnos, en primer lugar a aceptar a los demás. En efecto, aceptar al otro que sufre significa asumir de alguna manera su sufrimiento, de modo que éste llegue a ser también mío. Pero precisamente porque ahora se ha convertido en sufrimiento compartido, en el cual se da la presencia de un otro, este sufrimiento queda traspasado por la luz del amor, y vence así la soledad.
En segundo lugar, el sufrimiento nos ayuda a madurar personalmente. Cuando acepto el sufrimiento (se entiende aquel sufrimiento que no se puede quitar) por amor al bien, a la verdad y a la justicia, la humanidad se hace más grande en mí, y mi vida muestra su autenticidad. De lo contrario cuando pongo mi bienestar por encima de la verdad y la justicia, favorezco la violencia y la mentira.
Sufrir por amor de la verdad
Esto se relaciona también con el tercer beneficio: El amor exige siempre nuevas renuncias de mi yo, en las cuales me dejo modelar y herir. Por eso, no sólo es inevitable sino también constructivo sufrir a causa del amor y con el fin de convertirse en una persona que ama realmente. Que eso vale la pena se comprueba al contemplar la pasión de Jesús. Él se entrega para acompañarnos y consolarnos.
Como somos frágiles, añade el Papa que nuestra fe necesita de testigos (que pueden ser los enfermos mismos y también los que los cuidan), que nos confirmen en esta sabiduría propia de la vida cristiana. Los necesitamos en las pruebas más graves de la existencia. También los necesitamos en las pequeñas alternativas de la vida cotidiana, para preferir el bien a la comodidad, sabiendo que precisamente así vivimos realmente la vida.
Benedicto XVI habla del interés que tiene el ofrecer (en unión con la pasión del Señor) las pequeñas dificultades cotidianas, que nos aquejan una y otra vez como punzadas más o menos molestas, dándoles así un sentido. De esta manera entran a formar parte de algún modo del tesoro de compasión que necesita el género humano. Hay en ello algo esencial que puede ayudarnos a recuperar una perspectiva sensata en la línea de contribuir a fomentar el bien y el amor entre los hombres.
Todo esto es muy importante para los que estamos o trabajamos en una clínica inspirada por el espíritu cristiano. Para aprender siempre de nuevo la esperanza, podemos seguir los consejos de San Josemaría: Obra el bien, revisando tus actitudes ordinarias ante la ocupación de cada instante; practica la justicia, precisamente en los ámbitos que frecuentas, aunque te dobles por la fatiga; fomenta la felicidad de los que te rodean, sirviendo a los otros con alegría en el lugar de tu trabajo, con esfuerzo para acabarlo con la mayor perfección posible, con tu comprensión, con tu sonrisa, con tu actitud cristiana.
Introducción a la serie sobre “Perdón, la reconciliación y la Justicia Restaurativa” |
San Josemaría, maestro de perdón (1ª parte) |
Aprender a perdonar |
Verdad y libertad |
El Magisterio Pontificio sobre el Rosario y la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae |
El marco moral y el sentido del amor humano |
¿Qué es la Justicia Restaurativa? |
“Combate, cercanía, misión” (6): «Más grande que tu corazón»: Contrición y reconciliación |
Combate, cercanía, misión (5): «No te soltaré hasta que me bendigas»: la oración contemplativa |
Combate, cercanía, misión (4) «No entristezcáis al Espíritu Santo» La tibieza |
Combate, cercanía, misión (3): Todo es nuestro y todo es de Dios |
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