Aceprensa
El pasado 18 de diciembre, la asamblea general de las Naciones Unidas votó a favor de establecer una moratoria en la aplicación de la pena de muerte. Concluía así una campaña de opinión y acción nacida en Italia por iniciativa de varios grupos, entre los que figuraban asociaciones laicas y católicas, y cuyo lema de resonancias bíblicas fue: Que nadie toque a Caín. El éxito de la campaña movió a la redacción del diario italiano Il Foglio a proponer otra moratoria, en este caso sobre el aborto.
La argumentación de fondo es: si se está a favor de respetar la vida de Caín, aunque se trate de culpables de delitos de sangre, cuánto más habrá que respetar la vida de Abel, la del inocente no nacido. La petición surgía de la constatación de que el aborto, contrariamente a una de las motivaciones que acompañan su aprobación ofrecer una vía de salida para casos extremos, se ha convertido en un fenómeno monstruoso: una media mundial de casi cincuenta millones al año. Es necesario, por tanto, llegar a una situación en la que el aborto sea de verdad una excepción y algo anormal.
Los promotores de la iniciativa señalan, además, que el aborto se ha distinguido en los últimos decenios por el sexismo y la eugenesia. El sexo femenino es la primera víctima, también en sentido estadístico, del aborto masivo: sólo en Asia faltan doscientos millones de niñas, que han sido excluidas de la vida porque son consideradas inútiles; está en marcha una progresiva eliminación de millones de personas por potenciales o probables minusvalías (que en tres casos sobre cuatro se demuestran luego demasiado tarde no reales).
Reacciones a la propuesta
Naturalmente, la propuesta de moratoria ha provocado toda una gama de reacciones entre las fuerzas sociales y políticas italianas, desde la perezosa respuesta precocinada (la ley del aborto no se toca) hasta la confrontación libre de prejuicios y argumentada. A diferencia de otras ocasiones en las que el aborto también se cuestionó en la opinión pública, ahora da la impresión de que el clima es algo más propicio para el diálogo. Al menos, nadie se ha referido al aborto como conquista ni por lo general se ha descalificado automáticamente a quien repropone el debate.
Aunque varios obispos italianos han expresado su simpatía y adhesión a la moratoria lanzada por Il Foglio, como el cardenal Camillo Ruini o el presidente de la Conferencia Episcopal italiana, Angelo Bagnasco, no se trata de una iniciativa confesional. El director del diario y artífice de la idea, Giuliano Ferrara, procede de una familia de tradición atea y comunista, y él mismo según confesó tiempo atrás estuvo involucrado en varios abortos. Pero en los últimos años ha llegado a la convicción de que no basta con seguir repitiendo los eslóganes del 68. Afirma que la crisis de la sociedad actual requiere respuestas, y no oculta que para muchas de ellas encuentra una profunda inspiración en los escritos del cardenal Ratzinger y el magisterio de Benedicto XVI.
La propuesta se ha caracterizado por su tono positivo, que gira en torno a proclamar la libertad de nacer como uno de los derechos fundamentales del hombre. No se pretende colocar el aborto fuera de la ley, sino situarlo fuera de la conciencia compartida de lo que son los derechos humanos. La moratoria excluye explícitamente toda forma de culpabilización de las mujeres que se encuentran ante la elección de la maternidad.
Mons. Elio Sgreccia, presidente de la Academia Pontificia para la Vida, también ha aplaudido la iniciativa. En un artículo publicado en Corriere della Sera señala que no es una vuelta al pasado, sino un ir adelante: así como se combatió la esclavitud, la discriminación entre blancos y negros, o entre ricos y pobres, se debe continuar reconociendo el derecho a la vida también en sentido vertical, para los nascituri y los nacidos, para los culpables y los inocentes.
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