El físico Paul Davies, conocido autor de libros de divulgación científica, señala en The New York Times (24 noviembre 2007) que ciencia y fe se encuentran más cerca de lo que muchos científicos suponen.
Davies comienza su artículo recordando las ideas comúnmente admitidas sobre la relación entre ciencia y religión. La ciencia, nos dicen continuamente, es la forma más fiable de conocimiento que tenemos sobre el mundo, porque se basa en hipótesis contrastables. En cambio, la religión se basa en la fe. ( ) En ciencia, un sano escepticismo es una necesidad profesional, mientras que en religión, creer sin tener evidencia se considera virtud.
Pero la separación entre ciencia y fe no es tan neta, pues la ciencia tiene su propio sistema de creencias basado en la fe. Toda ciencia descansa en el supuesto de que la naturaleza tiene un orden racional e inteligible. Uno no podría ser un científico si creyera que el universo es un revoltijo de cosas yuxtapuestas al azar. Cuando los físicos sondean un nivel más profundo de la estructura subatómica, o los astrónomos amplían el alcance de sus instrumentos, esperan volver a encontrar un elegante orden matemático. Y hasta ahora esta fe ha mostrado estar justificada.
La expresión más refinada de la inteligibilidad racional del cosmos se encuentra en las leyes de la física, que son las reglas fundamentales del funcionamiento de la naturaleza, prosigue Davies. Pero ¿de dónde vienen esas leyes? Y ¿por qué tienen la forma que tienen? Si se plantean estas preguntas a los físicos, unos responden que no son cuestiones científicas, otros que no se sabe; la mayoría dice que no hay razón alguna para que las leyes físicas sean como son: simplemente son así. Entonces, comenta Davies, un científico ha de tener fe en que el universo está regido por leyes matemáticas seguras, inmutables, absolutas y universales de origen desconocido. Hay que creer que esas leyes no fallarán, que mañana al despertar no nos encontraremos con que el calor fluye de las cosas frías a las calientes, ni que la velocidad de la luz cambia cada hora.
Pero la tesis de que la existencia de las leyes no obedece a razón alguna es profundamente anti-racional. La explicación científica de cualquier fenómeno se basa en que hay razones para que las cosas sean como son. Si al final resulta que los fundamentos de la realidad, las leyes de la física, no tienen razón que los sustente, es como una burla de la ciencia.
De hecho, en los últimos años ha ido aumentando el número de científicos que no rehúsan plantearse la cuestión del origen de las leyes físicas. Por un lado, ha ido ganando aceptación la idea de que la aparición de la vida en el universo, y por tanto de observadores como nosotros, depende de la forma de las leyes. Si las leyes de la física no fueran más que un batiburrillo de reglas, casi con toda certeza no habría vida. Por otro lado, también se ha extendido la hipótesis de que las leyes que considerábamos básicas y universales podrían ser en realidad leyes particulares de nuestro universo, distintas de las de otros universos. Así, otros universos están regidos por leyes físicas incompatibles con la vida, pero naturalmente nosotros estamos en uno con leyes que nos permiten existir.
Sin embargo, esa segunda teoría, observa Davies, no responde a la cuestión sobre el origen de las leyes. Pues tendría que haber un proceso físico que hiciera surgir los distintos universos y otorgara leyes particulares a cada uno. Y tal proceso habría de tener sus propias leyes, o meta-leyes. ¿De dónde habrían venido?
Davies concluye que tanto la religión como la ciencia se fundan en la fe, o sea, en la creencia de que existe algo exterior al universo y que no se explica, bien Dios, bien un conjunto de leyes físicas o tal vez incluso un enorme conjunto de universos desconocidos. Esta coincidencia no es tan extraña, pues la misma noción de ley física es teológica en su origen. Procede, como muestra el caso de Newton, de la doctrina cristiana, según la cual Dios creó el mundo y le confirió un orden racional.
Por tanto, no hay posibilidad de explicar por qué el universo físico es como es, dice Davies, si se atribuye su fundamento a leyes que carecen de justificación o vienen impuestas por la divina providencia. Sería necesario, más bien, considerar las leyes físicas y el universo regido por ellas como partes de un sistema unitario y encajarlas en un esquema explicativo común. Hasta que la ciencia no lo logre, mientras no ofrezca una teoría contrastable de las leyes del universo, su pretensión de estar libre de fe es manifiestamente falsa.
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