Con la llegada de la Navidad, los catálogos de juguetes y las docenas de anuncios de televisión sobre los más modernos artilugios para entretener a niños y jóvenes, inundan todas las casas. Es un buen momento para que los padres recapaciten sobre la importancia de saber decir un No a tiempo y no sólo en Navidad. Al contrario de lo que se suele pensar, decir No no es malo, ni frustra de por vida a los menores, ni mina su autoestima para siempre. La realidad demuestra que decir No capacita a los niños para hacerse adultos y para admitir los contratiempos
De un tiempo a esta parte, se ha impuesto una corriente en psicología infantil que se basa, principalmente, en evitar decir No a los niños, bajo el pretexto de que hacerlo los frustra, genera desesperación y puede mermar su autoestima. Es cierto que tanto el exceso de autoridad como la sobreprotección pueden tener consecuencias muy negativas sobre la psique de los menores. Pero hay cada vez más expertos que recuerdan la importancia de saber decir No. Y si el No es importante durante todo el año, lo es más aún en Navidad, cuando el consumismo hace mella también en los más pequeños y las vacaciones invitan a un exceso de permisividad.
Lo cierto es que, detrás de esa psicología del no frustrar, se esconde otra realidad, la de muchos padres que prefieren no enfrentarse a la reacción negativa de los hijos cuando reciben un No por respuesta. Así lo explica doña Azahara López, de la Fundación Abbant. «Como pasan muy poco tiempo con los niños, prefieren no tener que encontrarse con una rabieta», dice esta experta en psicología infantil. Además, muchos padres creen erróneamente que, por decir No a sus hijos, éstos se sentirán menos queridos. La realidad es que decir Sí es más fácil, porque un No exige un razonamiento posterior, mientras que el Sí es mucho más sencillo, no necesita motivaciones ulteriores y, además, garantiza que el niño dejará de pedir, al menos, por un tiempo.
Los perjuicios de decir Sí
Aunque, a corto plazo, un Sí simplifica mucho las cosas, las consecuencias a largo plazo no son tan buenas. Por ejemplo, los niños a los que nunca se les niega nada son incapaces de afrontar la frustración. Y, como explica a Alfa y Omega la profesora de la Universidad Camilo José Cela doña María Hernández-Sampelayo, autora del libro La educación del carácter (Ed. Umelia), «el papel de los padres es preparar a los hijos para la vida madura, para el futuro. Y se van a encontrar muchas veces que les van a decir que No, en el colegio, en la universidad, en los puestos de trabajo... Enseñar a los hijos a admitir la frustración es un papel fundamental de los padres y de los profesores». Para esta profesora de Magisterio, la razón por la que los padres dicen Sí es que tienen, a menudo, «un problema de culpabilidad, porque muchas veces intentan compensar el poco tiempo que pasan con ellos comprando cosas». Y hay otro motivo: «La educación es muy cansada. Decir No implica un esfuerzo mayor, es más fácil no decirlo». Otra consecuencia de los Síes a diestro y siniestro es que los niños no aprenden a esperar. A veces, un No no es definitivo, sino por un tiempo, y es importante comprender que las cosas no se pueden tener siempre cuando se desean, sino que, en ocasiones, llegan más tarde.
Si el problema de la frustración inaceptada es una de las consecuencias de la psicología infantil excesivamente permisiva, hay otro de extremada gravedad que no se percibe hasta que no llega el momento de la adolescencia. Si un niño no recibe un No, no puede comprender el valor que tiene, de modo que él tampoco sabrá decir No a las situaciones a las que se enfrente en la vida, como explica la estadounidense Betsy Hard, en Sin miedo a educar (Ed. Ciudadela). «La clave -dice doña María Hernández-Sampelayo- está en educar en libertad. Hay que poner a los niños en situaciones en las que tengan que tomar decisiones y hacerles indicaciones. De esa manera, ellos acaban sabiendo lo que está bien y lo que está mal».
Otro de los perjuicios de decir Sí es que, como el Sí no hay que justificarlo, se priva al niño de conocer lo que los padres piensan de ciertas cuestiones, es decir, se le priva de educación. Un No va acompañado de una explicación ulterior, y eso implica que, poco a poco, con cada circunstancia, los niños van conociendo los criterios de los padres sobre diferentes cuestiones que serán, muchas veces, fundamentales para su vida.
Pero es que además, contra lo que se pueda pensar, decir permanentemente Sí provoca en los niños sentimientos encontrados y no positivos. Para empezar, curiosamente, provoca sentimientos de ira. Y, además, descoloca a los niños. Como dice doña María Hernández-Sampelayo, da a los niños una sensación de abandono: «Me contaba una profesora de la Universidad de Harvard que, tras entrevistar a los alumnos más brillantes sobre determinadas materias, había descubierto que más del 80% echaba de menos unos padres que les exigieran más». Los hijos que no tienen límite en sus actuaciones no se sienten más libres, sino, a veces, incluso, menos queridos. En este sentido, recuerda la profesora Hernández-Sampelayo que «amigos, los niños, tienen muchos, pero padres sólo tienen dos».
Un No lógico
A veces los padres no dicen No para no frustrar a los hijos, pero muchas veces no se dan cuenta de que los hijos no se van a frustrar tanto ante un No y que, en realidad, se les pasará la rabieta mucho más rápido de lo que los padres creen. «Nos hemos consagrado al culto del niño satisfecho», dice Betsy Hart, pero la realidad es que no medimos la verdadera satisfacción de los niños. Para esta autora, la sociedad actual, «en lugar de ver el No como una palabra que protege el cuerpo y el alma, lo vemos como algo que asfixia», cuando la realidad es que el No evitará muchas frustraciones futuras y ayudará a tomar decisiones coherentes. Un niño que quiere un juguete y que recibe un No por respuesta tendrá una pataleta breve y después se olvidará para siempre del juguete.
Ahora bien, es importante saber comprender lo que para los hijos va a ser una minucia y lo que tendrá peso en sus vidas. Aunque es bueno que los padres intenten quitar siempre importancia a la frustración, tienen que constatar que aquello a lo que se van a negar no es algo importantísimo para los niños.
El No en Navidad
Es más fácil de lo que parece decir No a los niños cuando, al llegar la Navidad, las peticiones de juguetes se incrementan y los niños no paran de pedir. Resulta que, a pesar de que los adultos estamos inmersos en la rueda del consumismo, los niños no son tan conscientes. Además, se les pueden modelar las peticiones con cierta facilidad -ellos quieren algunos juguetes, pero son intercambiables por otros y no entienden bien el valor de los juguetes-. La descristianización de la Navidad ha dificultado mucho las posibilidades de los padres para explicar a sus hijos el verdadero sentido de la Navidad y el sentido real de los juguetes que reciben. Aun así, es importante luchar contra corriente. Y si los niños preguntan a sus padres por qué en su casa las cosas son distintas que en casa de un amigo, basta decirles que cada casa es diferente. Lo entenderán, asegura doña Ana Aznar.
María Solano
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Normas para decir No
La psicóloga infantil doña María Luisa Ferrerós incluye, en su libro Pórtate bien (Ed. Planeta), algunas normas básicas para decir No con acierto:
Una buena carta a los Reyes Magos
Doña Ana Aznar, Directora de la revista Hacer Familia, explica algunas pautas a seguir para que los niños pidan a los Reyes Magos los regalos que necesitan:
Adolescencia, la peor etapa
Si decir No es difícil, la adolescencia es el momento más complicado. En la adolescencia, es frecuente que los niños cuestionen a sus padres más que nunca, de modo que, como explica doña Azahara López, es especialmente importante que los padres tengan muy claro por qué están diciendo No a algo, porque tendrán que argumentarlo para que los hijos no puedan utilizar en contra de los padres su falta de consistencia.
Las escuelas de padres son una ayuda en este terreno, como explica doña Azahara, que da clases en ellas a través de la Fundación Abbant. Allí se plantean situaciones reales y se proponen soluciones posibles.
Pero, sobre todo, se abre los ojos a los padres respecto a lo que sus hijos van a encontrar en la sociedad, para que sean conscientes y para que mediten, de antemano, en qué cosas tendrán que transigir y en cuáles no.
Pero no hay que tenerle miedo a esta etapa. Recuerda la profesora María Hernández-Sampelayo que «a la adolescencia no se llega de repente. Si a los niños se les ha dicho No desde pequeños, al llegar a la adolescencia sólo será necesario aguantar el tirón y no será una hecatombe». La educación hay que empezarla desde que el niño nace. Sólo así se llegará con soltura a la época más complicada.Introducción a la serie sobre “Perdón, la reconciliación y la Justicia Restaurativa” |
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