El todo vale de nuestra sociedad, el consumismo, el afán de novedades (...) y una buena dosis de comodidad fomentan personalidades con escaso dominio de sí mismo y un sospechoso afán de imponerse por la fuerza a los demás
Las Provincias
No es difícil que coincidamos en una afirmación: nuestra sociedad es violenta. La violencia física o psíquica nos acompaña, y cada vez más. Hay una agresividad sospechosa, sobre todo porque casi nadie asume cierta responsabilidad. Por eso, cuando hay una oportunidad, se reduce casi todo a causas políticas o a un uso imprudente de las nuevas tecnologías de la información, acaparando la mayor parte de las críticas la televisión, y en segundo lugar el uso incontrolado de internet.
Esta violencia social es real. Basta recordar el aumento de la delincuencia, la inseguridad ciudadana en el sentido amplio de la expresión. Basta recordar las palizas propinadas por jóvenes caprichosos a algunos indigentes o a otros jóvenes.
Hay una violencia radical, que muy pocos asocian al origen de la violencia en nuestra sociedad: el aborto. La aniquilación de vidas humanas, por parte de la propia madre, que en 2007 superará la cifra de 100.000 legales, porque la cifra total no se puede ni estimar-, y cuya crueldad parece habernos impresionado al conocer cómo se deshacían cuatro clínicas barcelonesas de los fetos, con un sistema de trituradoras industriales y desagües, que nos lleva a horrorizarnos de los campos nazis, pero no lo de que estamos consintiendo en España y en muchos otros países.
La violencia, el asesinato en el seno materno, ya hipoteca y lastra cuanto podamos considerar en torno a la violencia en nuestra sociedad. Si eso se permite y hasta se fomenta, es prácticamente imposible establecer límites. El todo vale de nuestra sociedad, el consumismo, el afán de novedades sobre todo emocionales, no por supuesto racionales ni de la voluntad, porque requieren mayor esfuerzo- y una buena dosis de comodidad fomentan personalidades con escaso dominio de sí mismo y un sospechoso afán de imponerse por la fuerza a los demás.
La violencia no surge por generación espontánea, sino en un caldo de cultivo donde no hay frenos para el egoísmo y el placer: lo que nos lo impida, se consigue con la violencia que sea precisa. Si no la utilizamos, al menos nos descansa y nos sacia verla en televisión o internet. Por eso casi nadie protesta por la violencia, salvo en contadas ocasiones.
Atribuir a las televisiones cierto fomento de la violencia es algo que se viene haciendo desde hace años. Por extensión, también se incluye a los medios de comunicación en su conjunto. Algo podemos y debemos mejorar, incluso mucho, en los medios de comunicación, pero sólo somos la punta del iceberg, o -si se prefiere- el escaparate de una sociedad violenta.
Diversos estudios por ejemplo, el de Leonard D. Eron, que presentó al Senado en Estados Unidos hace unos años- han establecido una relación entre violencia y televisión, destacando dos efectos que están interrelacionados, especialmente entre los niños y, por supuesto, los adultos con desajustes psíquicos o amorales. El primero es la imitación: la abundancia de violencia, indiscriminada, en la televisión lleva a algunos a calcar en la realidad lo que se ve. El segundo es la pérdida de sensibilidad, puesto que poco a poco el espectador se va haciendo menos sensible al sufrimiento de los demás, la violencia se integra en el mundo de los juegos y de la ficción diaria, y se acaba valorando la violencia como un modo aceptable de alcanzar objetivos, divertido y sin daño.
En cierto sentido, me parecieron acertadas las palabras del filósofo francés, Pierre Bourdieu, al afirmar que el periodismo es una profesión muy poderosa, compuesta por individuos muy frágiles: a nivel colectivo, los periodistas arrasan; desde el punto de vista individual, están en constante peligro. Tal vez Bourdieu se quedó a mitad de camino, al no puntualizar las causas y las soluciones. Pero no se privó de criticar a la televisión, pues afirmó que la televisión ejerce una coacción terrible, porque define el juego: los temas de los que hay que hablar, qué personas son importantes y cuáles no. Para él, prácticamente la televisión sería la nueva dictadura.
Habrá a quien le suene terriblemente autoritario, pero el propio Eron apuntó un principio para paliar la violencia juvenil, que nada tiene que ver con la televisión, y todo que ver con padres y profesores: si no se realizan críticas y castigos del mal comportamiento de los estudiantes, es inútil alabar su comportamiento positivo.
¿Cómo mejorar la situación actual de una sociedad violenta? No tengo una varita mágica, nadie la tiene. Pero me acuerdo de Cervantes, que en Don Quijote supo reflejar, con humor y belleza literaria, el mundo imaginario y enloquecido que creaban las novelas de caballerías. En Cervantes se concentran diagnósticos y remedios, con un Don Sancho que baja a la realidad al caballero Don Quijote. No lo hace dando lecciones a nadie, sino con buen humor. Me parece que, si evitamos tremendismos y todos nos atenemos más a la realidad con sentido común, avanzaremos más que con figuras como la aprobada de Defensor de la Igualdad en las televisiones.