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La escritora brasileña Adélia Prado defiende el esmero en las celebraciones litúrgicas y la belleza como una «necesidad vital» que debe permearlas, y afirma que «una misa es como un poema, no soporta ningún maquillaje».
«La misa es la cosa más absurdamente poética que existe. Es siempre lo absolutamente nuevo. Es Cristo encarnándose, sufriendo su pasión, muriendo y resucitando. No tenemos que añadir nada a eso, y sólo eso», enfatiza.
Poeta y prosista, una de las más conocidas escritoras brasileñas actuales, Adélia Prado, 71 años, habló sobre lenguaje poético y lenguaje religioso el pasado 29 de noviembre, en Aparecida, São Paulo, en el festival musical y cultural «Vozes da Igreja» (Voces de la Iglesia).
Al proponer un diálogo sobre el rescate de la belleza en las celebraciones litúrgicas, Prado reconoció que es una preocupación que siente desde «hace muchos años». «Como cristiana de confesión católica, creo que tengo el deber de no ignorar esta cuestión», dijo.
«Oigan -comentó con una mezcla de humor y queja-, tenemos algunas celebraciones en las que la gente sale de la Iglesia con deseos de buscar un lugar para rezar».
Como primer punto para el diálogo, Adélia propuso la cuestión del canto de la liturgia. Especialmente el canto, «que tiene un nuevo significado en cuanto a participación popular», «muchas veces no ayuda a rezar».
«El canto no tiene unción, está hecho, confeccionado, fabricado. Es indispensable redescubrir el canto oración», dijo, citando a Max Thurian, que, tras ser observador en el Concílio Vaticano II como calvinista, se convirtió al catolicismo y fue ordenado sacerdote.
Adélia Prado reforzó sus observaciones subrayando que «el canto con mucho barullo, con instrumentos ruidosos y micrófonos altísimos, no facilita la oración sino que impide el espacio de silencio, de serenidad contemplativa».
Según la poeta, «la palabra fue inventada para que cale. Sólo después de que se profundiza la gente escucha. La belleza de una celebración y de cualquier cosa, la belleza del arte, es puro silencio y pura escucha».
«No encontramos nunca en nuestras iglesias el espacio de silencio. Estoy hablando de mi experiencia, quiera Dios que no sea esa la experiencia aquí -comentó-. Parece que hay un horror al vacío. No se puede parar un minuto». «No hay silencio. Y al no haber silencio, no hay escucha. No escucho la palabra porque no escucho el misterio», dijo.
Según la escritora minera (natural de Divinópolis, Minas Gerais), «muchos de nuestros métodos son un intento de domesticar lo que es inefable, lo que no puede ser domesticado, lo que es absolutamente otro».
«Porque el asunto es tan indecible, su magnitud es tal, que no tengo palabras. Y no tener palabras ¿qué significa? Que existe algo inefable a lo que debo tratar con toda reverencia».
Adélia Prado hizo críticas a las interpretaciones equivocadas que se hicieron del Concilio Vaticano II en cuanto a reforma litúrgica.
«No es el hecho de pasar del latín a la lengua vernácula, en nuestro caso el portugués, no es eso. Sino que en ese paso hubo un abaratamiento. Abaratamos el lenguaje y el culto se empobreció en lo que es su propia naturaleza, la belleza».
«¿Qué celebra la liturgia -se preguntó-. El misterio. ¿Y qué misterio es ése? Es el misterio de una criatura que reverencia y se postra ante el Creador. Es el humano ante lo divino. No tiene que situar esa actitud al nivel de las cosas banales o comunes».
Según Prado, el error está en la suposición de que, para acercarse al pueblo de Dios, hay que hablar el lenguaje del pueblo.
«Pero ¿qué es el lenguaje del pueblo? Ahí mora el equívoco -dijo-. No hay nadie que se acerque con mayor reverencia al misterio de Dios que el propio pueblo».
«Es justo el pueblo el que tiene más reverencia por lo sagrado y por el misterio», subrayó.
«¿Cómo puedo ofrecer a ese pueblo una música sin unción, oraciones fabricadas, multiplicadas y colocadas en los bancos de las iglesias, y que nada tienen que ver con esa dimensión que es el hombre, humano, pecador, que se acerca al misterio?».
Según la escritora brasileña, se ha abaratado el espacio de lo sagrado y de la liturgia «con letras feas, con músicas feas, comportamientos vulgares en la iglesia».
«Y está tan banalizado todo en nuestras iglesias que hasta la gente ha cambiado el modo de hablar de Dios. Se habla del "Jefe", "El que está allá arriba", el "Padrazo", el "Compañero"».
«Dios no es un "Compañero", no es un "Padrazo", no es un "Jefe". Estoy hablando de otra cosa. Se necesita un lenguaje diferente, para que el pueblo de Dios pueda realmente experimentar o buscar aquello que la Palabra anuncia», afirmó.
Para Adélia Prado, «lenguaje religioso es lenguaje de la criatura que reconoce que es criatura, que Dios no es manipulable, y que dependo de él para mover la mano».
Con ese espíritu, subrayó, «nuestra Iglesia puede crear naturalmente ritos y actitudes, cantos absolutamente maravillosos, porque son verdaderos».
Hay que destacar que la misa es como un poema y que no soporta maquillajes, afirmó Adélia Prado, que la celebración de la Eucaristía «es perfecta» en su sencillez.
«Nosotros creamos maquillajes, papeles por todos los lados, procesión de esto, de lo otro, del ofertorio, de la Biblia, de las palmas para Jesús. Son cosas que van rompiendo el ritmo. Y una misa tiene un ritmo, es la liturgia de la Palabra, las ofrendas, la consagración...».
«La gente no siente arte ni fe. Es algo dirigido al tercer confín del alma, el sentimiento, la sensibilidad. No hay que inventar nada, nada, nada», dijo la poeta brasileña.
Y cerró su intervención declamando un poema suyo, del cual presentamos este fragmento: «Nadie ve al cordero degollado sobre la mesa,/ la sangre sobre los manteles,/su lancinante grito,/ ninguno».
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