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Sabemos todos que comunicar es algo más que hablar y escuchar. En el trato humano, comunicarse es, en primer término y por encima de todo, medio insustituible para alcanzar la verdad. Es clave para resolver los problemas que se puedan plantear, en las diversísimas circunstancias personales y de relación.
Hablar y avenirse es, por lo que respecta a la familia, un precioso instrumento para facilitar el amor, haciendo partícipes a los más próximos de los propios sentimientos, de las propias necesidades, alegrías, expectativas y esperanzas.
Somos conscientes de que, para robustecer y progresar en la convivencia diaria se precisa una cierta sintonía. Pues bien, para entendernos hemos de asegurar dos asuntos. Por un lado, querer-buscar un conocimiento efectivo de la realidad, saber de las cosas tal como son. Y de otra parte, un respetuoso reconocimiento de la dignidad de las demás personas, por encima de prejuicios y particularismos.
Ocurre que ahora, sólo lo automático, lo rápido, lo inmediato es lo considerado bueno. Pero, no olvidemos que en la comunicación familiar y entre personas que se aprecien, existe una lógica de tiempo y espacio que nos lleva mucho más lejos. Hemos de aprender a saber esperar la reflexión, dar tiempo a una respuesta, a una mejora, a una decisión libre y responsable. Eso, aunque sea sobre algún pequeño asunto, es entrenamiento de convivencia, es ternura y cálida presencia.
Es así que surge, más encendida que nunca, la necesidad de poner en gran valor el trabajo del hogar y la familia, de esmerarnos en un reparto de tareas prudente y generoso, de evitar estereotipos machistas y también feministas. Amar adelantándose a lo que necesite el otro, comprender sus diferencias, quererlo o quererla en su integridad.
Por ejemplo, si una esposa comprende la falta de orden material del marido significa que le ayudará a mejorar, se lo dice, tiene paciencia e incluso sonríe al ver los esfuerzos que él hace. Idéntica actitud ante el desarrollo de virtudes en los hijos, facilitará en ellos la mejora real, espontánea, agradable, deportiva; con esfuerzo, por supuesto.
En el itinerario del amor es seguro que aparecen dificultades. Puede ocurrir que alguien pase temporadas de especiales complicaciones de salud, anímicas, laborales, etcétera. Pero, como el amor de verdad está centrado en la persona del otro, no nos puede ser ajeno cualquier asunto que le afecte, poco o mucho, a esa otra persona.
El peligro de la dejadez
La verdad que ha de haber en el amor, se convierte en mentira si hay dejadez para saber cómo se encuentra él o ella; si nos desentendemos de cómo interpreta las acciones o datos que recibe por nuestra parte. Afinar en la compenetración del equipo es ocupación diaria. Y en ocasiones, tal vez precise esfuerzos extras para evitar fijaciones y susceptibilidades.
También es verdad que, en ciertos momentos y circunstancias, algún desconsuelo o alguna ausencia nos van a resultar impulso de buena reflexión. Nos motivarán para retomar, con un tierno guiño, el amor y la esperanza compartidos.
No dudemos que se puede, y se debe, encontrar caminos para enamorarse otra vez de la propia esposa o esposo. Urge abrir vías de comunicación. Es verdad que hay períodos de sequedad sentimental pero, precisamente éstos son los que hacen más maduro al amor, pues vamos a trabajar mejor los sentimientos y las pasiones. Así, la razón nos atrae para querer más y más, con toda la persona, cuerpo, afectos y voluntad.
Pero, en todo caso, descubramos al novio o novia que todos llevamos dentro. Cultivemos nuevamente aquellas largas citas, ayunas de nadie más. Eso nos facilitará ser más hombres y mujeres, para después ser mejores padres, madres, esposas y esposos.
No es un momento: es un proceso
Por otra parte, vale la pena recordar que el amor matrimonial no es un momento, un hecho estático en la vida de las personas. Es un estado en desarrollo, que evoluciona. Tan es así, que el verdadero amor es creciente. El tiempo que vaya transcurriendo y las pruebas por las que pase el amor, consiguen acrisolarlo, hacerlo más limpio y elevado. Es un amor enamorado, incluso con estupendas pasiones, amor entero.
La relación de pareja se refuerza superando y canalizando las tensiones, perdonando y aprendiendo a perdonar. Para ello, es imprescindible establecer hábitos estables de trato sincero. Facilitemos que nuestro cónyuge nos explique su opinión, sus inquietudes, que los problemas que puedan aparecer sean objeto de estudio, no de discusión, que nos adelantemos a cambiar o rectificar. Eso es un buen punto de partida para la rectificación del esposo o la esposa. Y siempre, el olvido de sí y la amorosa aceptación del otro.
Dios quiera que, cada día, todos aprendamos un poco más a avenirnos. Y que, de las tensiones, como de los buenos instrumentos musicales, saquemos estupenda armoníaIntroducción a la serie sobre “Perdón, la reconciliación y la Justicia Restaurativa” |
San Josemaría, maestro de perdón (1ª parte) |
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