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El cardenal Tarcisio Bertone nos recibe en la Secretaría de Estado al mediodía, con una luz candeal en los ventanales. Bertone encarna a la perfección el carisma salesiano: es un hombre afectuoso y franco, alto como un chopo, que contagia de calidez el encuentro, sin que ese derroche cordial perjudique, ni siquiera mínimamente, su rigor.
El cardenal Bertone ha desarrollado labores pastorales en Vercelli y Génova, ha probado sus condiciones como canonista en la Universidad Pontificia Salesiana y desempeñado las más delicadas misiones en la curia vaticana. Allá donde ha estado, ha dejado la impronta de una humanidad desbordante y también de una honda e inquisitiva preocupación cultural. Como el cardenal Villot, quien desempeñara funciones de secretario de Estado durante el papado de Pablo VI, Bertone fue designado para tan alta responsabilidad sin que lo asistiese ninguna experiencia previa en la diplomacia.
Pero Benedicto XVI sabe que este piamontés más festivo que la mayoría de sus paisanos es capaz de cargar sobre sus hombros con cualquier encomienda. Y es que Bertone, aunque de formación eminentemente jurídica, es sobre todo un erudito en humanidad, un aventajado y jovial hijo de Don Bosco.
Su Eminencia ha sido un colaborador muy próximo a Su Santidad, primero como secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe durante siete años y más recientemente como secretario de Estado. ¿Cómo es su relación personal y cotidiana con el Papa?
Conocí al cardenal Ratzinger en Roma, en la época en la que colaboré con el Dicasterio de la Curia Romana como externo, siendo profesor de Derecho Canónico y Derecho Público Eclesiástico. Inmediatamente se me reveló como lo que es: un gran intelectual, pero también como un hombre de una finura y una dulzura excepcionales que a todos nos seducía y a todos nos escuchaba. Me atreveré a decir que su característica principal es la de escuchar antes de hablar. Es una experiencia que he podido comprobar durante mucho tiempo en la Congregación para la Doctrina de la Fe, en las reuniones que manteníamos cada semana. Los miércoles tenían lugar las sesiones ordinarias, que el cardenal Ratzinger introducía con una espléndida síntesis teológica sobre el tema que fuésemos a tratar síntesis que llevaba siempre escrita a mano en un cuaderno; a continuación, ofrecía la máxima libertad a los participantes para aportar sus puntos de vista basta revisar los nombres de los miembros de esta Congregación para comprobar su altura teológica y su independencia de juicioy, después de todas las intervenciones, el cardenal realizaba una exposición en la que se recogían todos los pareceres expuestos. Además, siete cardenales de la Congregación eran invitados a aportar sus pareceres particulares por escrito, que se incorporaban como alegaciones al informe que se entregaba a Juan Pablo II. Y conste que, con frecuencia, las otras opiniones no concordaban con la del cardenal Ratzinger. Pero él asumía e integraba las diversas opiniones y las hacía suyas cuando actuaba como portavoz ante el Santo Padre. Siempre ha sido un hombre capaz de escuchar, capaz de preguntar y capaz de valorar las opiniones de los demás: ese es el estilo que caracteriza a este gran intelectual.
Precisamente su talla intelectual hizo pensar a muchos que tendría problemas para llegar a la «gente llana», pero esta presunción está siendo desmentida por los hechos.
Benedicto XVI es un hombre dotado de una extraordinaria lucidez, bendecido por el don de la claridad y por una gran capacidad de comunicación que es, a la postre, capacidad de dar las razones de la fe, capacidad para hacerlas inteligibles al hombre contemporáneo, con un lenguaje muy incisivo, a la vez profundo y perfectamente accesible, en el que las gentes hallan siempre abrigo. Y es que, además de gran intelectual, el Santo Padre es hombre de una profunda y contagiosa espiritualidad. Día a día, vemos crecer su impacto sobre la asamblea cristiana, sobre el pueblo de Dios. A muchos les ha sorprendido que un teólogo habituado a disertar para eruditos haya sido capaz de predicar con tanta llaneza el mensaje del Evangelio. Benedicto XVI nos ha demostrado que no es sólo capaz de hablar a los doctos, sino también de comunicarse con la gente de la calle, capaz en definitiva de tutelar y defender la fe de los simples creyentes. Esa es la razón por la que tantos fieles, e incluso personas alejadas de la Iglesia, desean escuchar al Papa Benedicto. Un hombre de Dios, un hombre de fe que hace vivir la razón de la fe y revitaliza la fe en todo aquel que lo escucha.
Su Eminencia fue uno de los grandes electores durante el último cónclave. ¿Podría contarnos alguna experiencia de aquel acontecimiento histórico sin quebrantar el juramento de secreto?
Muchas de las cosas que se han escrito sobre aquel cónclave son muy parciales y, por lo tanto, infieles a la verdad total. Yo me hallaba en el interior de la Capilla Sixtina en una posición bastante buena para observar las reacciones y el estado de ánimo del cardenal Ratzinger durante la elección y hasta su nombramiento. Lo vi en todo momento muy tranquilo, muy sereno; serio, ciertamente, pero sobre todo muy sereno. Recuerdo en especial las razones que ofreció para elegir el nombre de Benedicto: en primer lugar, expresó su veneración a Benedicto XV, el Papa genovés de la paz y la reconciliación; e inmediatamente después mencionó a San Benito, gran civilizador de Europa, gran muñidor de su espiritualidad más auténtica. Desde el punto de vista humano, el cardenal Ratzinger es un hombre con un estilo de vida muy próximo a la regla benedictina. En aquel momento, recordó dos expresiones de la regla benedictina que también son guías de su existencia: Sub ductu Evangelii («Bajo la guía del Evangelio») y Nihil Christo praeponatur («Nada se anteponga a Cristo»).
¿Se tropieza desde la Secretaría de Estado con problemas a la hora de combatir las manipulaciones que desde ciertos medios de comunicación se tratan de hacer con el mensaje del Papa?
Se trata, en efecto, de un serio problema: los prejuicios a veces parecen invencibles. Con frecuencia, no se quieren entender las palabras auténticas del Papa. Se lee al Papa a través de un filtro que ya, en parte, mutila o manipula su pensamiento. Y, naturalmente, desde la Secretaría de Estado, en colaboración con los departamentos competentes de la comunicación, como la Sala Stampa Vaticana y el diario LOsservatore Romano y subrayo: el nuevo Osservatore Romano de modo particular asumimos nuestra misión de hacer llegar el pensamiento auténtico del Papa, actuando como sus portavoces. Y así, a través de todas mis actividades, de mis discursos, y en las entrevistas que concedo, en todas mis intervenciones en las más variadas palestras pongo mi mayor empeño en esta tarea. Pero es, desde luego, una tarea difícil: uno trata de conceder que quien te escucha actúa con buena fe, pero también hay veces en que concederlo es difícil, vista la mala fe con que algunos tratan de distorsionar el mensaje pontificio.
Una de las distorsiones más evidentes fue la que se hizo con el discurso que pronunció en Ratisbona.
Sabíamos bien que las citas sacadas de contexto pueden alterar el sentido de las palabras papales. Ciertamente, la presentación que se hizo de su discurso estaba falseada. La gran línea argumentativa del Santo Padre fue escamoteada por muchos medios; pero, a la vez, estos intentos de tergiversación propiciaron una mayor curiosidad por aquellas palabras. A la postre, hemos podido comprobar que aquel gran discurso ha suscitado reflexión y análisis en profundidad, así como un muy fructífero diálogo dentro y fuera de la Iglesia, un diálogo incluso entre personas que se hallan a cierta distancia del Papa mismo. El último episodio, o uno de los últimos episodios de este diálogo en profundidad, se ha plasmado en la reciente carta suscrita por 138 intelectuales muy representativos, en la que se suscitan cuestiones que deben ser motivo de reflexión, también dentro de la Iglesia. Incluso algunos exponentes musulmanes han estudiado a fondo el discurso del Papa, considerándolo un acicate, una invitación a purificar nuestras fes respectivas y a avanzar en su entendimiento reflexivo.
Cree, pues, que las relaciones con el mundo musulmán están mejorando.
Están mejorando, sin duda alguna. Es voluntad permanente, no una voluntad pasajera, del Papa profundizar en la interlocución con el mundo musulmán. Prueba de ello es el reforzamiento del Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso, que con su específica autonomía y competencias propias está propiciando encuentros a muy diversos niveles. Y hemos iniciado vías de diálogo con diversos jefes de Estado musulmanes. Hoy, sin ir más lejos, al concluir esta entrevista, recibiremos por primera vez al Rey de Arabia Saudita.
Su Santidad ha mostrado siempre una preocupación máxima por la liturgia. Algunas de sus indicaciones al respecto han sido, sin embargo, interpretadas como concesiones a ramas integristas.
El Papa es un gran estudioso de la liturgia y un devoto admirador de Romano Guardini, muy en sintonía con este gran teólogo y escritor sacro de nuestro tiempo. En el pensamiento del Papa, como en el de Guardini, se aprecia la valoración de la liturgia como elemento constitutivo no meramente formal de la fe, de ahí que defienda su sacralidad. Benedicto XVI se ha propuesto como misión conservar el misterio de la liturgia, que es la expresión de una relación especial entre Dios y el hombre, realizada a través de la celebración sagrada. Una relación vuelta hacia una presencia, la presencia de lo divino, de lo sobrenatural que se hace visible, que se hace tangible y que debe ser conservado intacto a través de instrumentos concretos, según la gran tradición mantenida a través de los siglos. En modo alguno se ha querido dar satisfacción a grupos tradicionalistas o fanáticos; por el contrario, al proteger el núcleo de la sacralidad y del misterio de la liturgia, el Santo Padre pretende poner en el centro de la celebración la aproximación íntima del hombre a Dios a través de su Hijo Jesucristo, universal Salvador, sumo y eterno sacerdote. Esta es la intención del Papa. De ahí que haga hincapié en la gran visibilidad de la Cruz, que no debe esconderse: Jesús tiene presencia real en la Eucaristía; y Benedicto XVI desea que esa presencia real de Jesús sea el centro verdadero de la liturgia católica.
Su Eminencia fue nombrado secretario de Estado tras rendir a la Iglesia grandes servicios pastorales y doctrinales, pero carecía de experiencia diplomática previa. ¿Cómo ha sido su adaptación a este nuevo cargo?
Aunque yo no provengo de la escuela diplomática, he estudiado y enseñado durante largos años Teoría e Historia de las relaciones entre Iglesia y Estado, y por tanto conozco bien la evolución de estas relaciones y las vicisitudes de la elaboración de los concordatos. Además, en mi cargo de rector de la Universidad Pontificia Salesiana y, sobre todo, como secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe y presidente de la Comisión para la Justicia y la Paz de la Conferencia Episcopal Italiana he tenido ocasión de tratar a muchos hombres de la política. Como arzobispo, primero de Vercelli y después de Génova, he mantenido relaciones de manera continua y estable con intelectuales y administradores italianos, relaciones que son muy importantes para la Iglesia en el mundo contemporáneo. Así que, aunque no he tenido esa experiencia diplomática a la que usted alude, sí la he ido adquiriendo mediante mi labor docente y pastoral. Y, en último término, me encomiendo a la acción del Espíritu; siempre es Él quien obra a través de nosotros.
El laicismo, que parece extenderse por Europa, ha encontrado en España, país de gran tradición católica, un territorio de paradójico arraigo. Recientemente ha habido disposiciones legales en asuntos tan diversos como el matrimonio o la experimentación con embriones que chocan frontalmente con la doctrina católica. ¿Cree que estas medidas son un intento de presentar batalla al ascendiente que pueda tener sobre los españoles la moral cristiana?
Son, desde luego, una patente contradicción con toda la tradición católica del pueblo español, una tradición que se ha basado, en sus principios éticos, en el Evangelio y que ha sido fermento de civilidad para el pueblo español. Una tradición que ha permitido que España sea considerada faro y referencia en muchos otros países. ¡Cuántos educadores, intelectuales, misioneros, cuántos trabajadores sociales han salido de España hacia el resto del mundo, volcándose especialmente en el continente latinoamericano, llevando por todos esos lugares civilidad, ayuda, solidaridad! Este es un dato histórico innegable; y todo esto ha sido inspirado por el gran patrimonio derivado de la fe y de la moral cristianas, profundamente arraigadas en España. Es una contradicción volverse contra este patrimonio; de algún modo, traiciona esta gran tradición de nobleza del pueblo español. Las leyes, es cierto, son obra de la mayoría en un régimen democrático; pero este es un criterio muy reduccionista, porque también en un régimen democrático tiene que abordarse el problema de confrontar y hacer congruentes democracia y verdad, democracia y moralidad. La democracia o es moral o no es democracia. Esta es la gran cuestión de nuestro tiempo, una cuestión que vale para España y para otros muchos países. Cuando lo que decide la mayoría se vuelve contra la ley moral natural, contra los principios éticos fundamentales que son regulación de la vida personal y social, vamos hacia una involución, no hacia una mejora real de la nueva humanidad. Esta es una cuestión que la opinión pública debe plantearse, y muy especialmente los hombres políticos, si en verdad aspiran a alcanzar el bien común.
En los últimos meses se han percibido unas relaciones más fluidas entre el Gobierno de España y la Santa Sede, después de un período de cierta frialdad. Hemos visto que en la beatificación reciente de los mártires estuvo presente el ministro de Exteriores. Ahora se anuncia que al nombramiento próximo de tres cardenales españoles asistirá la vicepresidenta del Gobierno. ¿Cómo se valoran estos gestos desde la Secretaría de Estado de la Santa Sede?
Ciertamente, nuestra valoración es positiva. Aunque la generalidad de los hechos no nos permite todavía hablar de una mejoría, es cierto que se están produciendo signos de acercamiento. Valoramos, por ejemplo, que el Gobierno español haya entendido el sentido auténtico de la beatificación de los mártires españoles, cuyo ejemplo hoy nos inspira pensamientos de perdón y de reconciliación. Este era el verdadero pensamiento de aquellos mártires y su mejor legado, un legado profundamente cristiano que no admite tergiversaciones políticas. El hecho de que el Gobierno español haya mandado una delegación de alto nivel debe interpretarse como un gesto positivo. El nombramiento de tres cardenales el Arzobispo de Barcelona, el Arzobispo de Valencia y el gran canonista y profesor Urbano Navarrete es un signo de confianza del Papa en la Iglesia española, que es una Iglesia viva, una Iglesia que tiene una alta misión testimonial de la fe en una situación difícil. Esperamos que estas señales aporten frutos mayores en el propósito de caminar juntas la comunidad religiosa y la civil en España.
El ministro Moratinos, en su reciente visita a Roma, dijo que los acuerdos entre el Estado Español y la Santa Sede son plenamente vigentes, pero en España a cada poco surgen voces desde ciertos sectores del Partido Socialista o desde otras formaciones políticas de izquierda que solicitan que el Estado español denuncie unilateralmente o revise estos acuerdos. ¿Se considera desde la Secretaría de Estado la posibilidad de esta denuncia o revisión?
No, una denuncia unilateral no tendría sentido en el mundo de hoy. También en Italia existen algunos grupos que quieren la denuncia o la revisión del Concordato, pero no representan en modo alguno el sentir general. Muchos países de América Latina, de África, también países de Europa, de la Europa Oriental, están estipulando acuerdos con la Santa Sede distintos, naturalmente, de los acuerdos entre la Santa Sede y el Estado español; países de todo tipo, de las más diversas regiones del mundo, quieren entablar relaciones con la Santa Sede y establecer instrumentos jurídicos concretos. En un momento así, sería poco sensato que en España estos acuerdos fueran puestos en tela de juicio; y constituiría, desde luego, una contradicción con la propia historia del país.
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San Josemaría, maestro de perdón (1ª parte) |
Aprender a perdonar |
Verdad y libertad |
El Magisterio Pontificio sobre el Rosario y la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae |
El marco moral y el sentido del amor humano |
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“Combate, cercanía, misión” (6): «Más grande que tu corazón»: Contrición y reconciliación |
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