(...) cada hombre es una nueva boca que alimentar, pero también dos brazos para trabajar y un cerebro para pensar. Sobre todo esto último
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Hace ya bastantes años fue el economista americano Julien Simon, de religión judía, el que se convirtió científicamente al natalismo por la fuerza de las cifras contantes y sonantes, dejando atrás una larga trayectoria maltusiana. Recientemente otro profesor norteamericano, igualmente economista, también ha cambiado de bando y se ha pasado al bando de los cornucopianos.
Gregory Mankiw, profesor de la Universidad de Harvard, es conocido por ser el autor de dos libros muy populares entres los estudiantes de economía: Principios de Economía y Macroeconomía, de los que ha vendido más de un millón de ejemplares.
No hace mucho, un estudiante de 1º de esta licenciatura en la Universidad San Pablo-CEU (Madrid), le escribió un e-mail al profesor N. Gregory Mankiw. En esa misiva electrónica, el joven le decía que su profesor de Economía no estaba de acuerdo con las tesis maltusianas que aparecían en su libro Principios de Economía. Debió sorprenderse bastante el citado estudiante al recibir la contestación desde las aulas de Harvard, perteneciente al célebre y reducido grupo de universidades que integran la Ivy League. Porque Mankiw le contestó que él ya había cambiado sus tesis y que se estaba convirtiendo al natalismo.
Y no sólo eso. Sino que añadía, con cierta sorna, el profesor americano: Mi mujer y yo estamos a punto de realizar un acto que algunos definirían como socialmente irresponsable: al final del verano, vendrá al mundo nuestro tercer hijo (..). Al escribir esto me acordé de la familia Latasa, mis nuevos amigos, que acabo de conocer en Irlanda: con seis chicos y chicas a sus espaldas, muchos los deben ver como unos auténticos extraterrestres en este mundo que nos rodea. Pero todo el que los conozca, aunque sólo sea por un breve rato, se dará cuenta de que es en esas familias numerosas donde uno puede encontrar la verdadera alegría y el sentirse querido. Juan y Patricia, los padres, son unos auténticos héroes, unos superpadres.
Las teorías de Malthus han fracasado, afortunadamente estaba bastante equivocado, contestaba Mankiw: Aunque la población mundial ha aumentado seis veces con respecto a la de hace un par de siglos, ahora los niveles de vida son mucho mayores. Las nuevas ideas acerca de las mejoras en la producción, e incluso los bienes que deben ser producidos, nos han llevado a una época de prosperidad mayor de la que Malthus (o cualquiera de sus coetáneos) pudieron haber imaginado.
No hay que tener miedo a la superpoblación, el fantasma que propaló Malthus hace doscientos años y que algunos ingenuos todavía se siguen creyendo. Antes de decidir si la superpoblación es una plaga o una bendición, deberíamos preguntarnos si el hecho de que haya una persona más supone un problema, fijándonos si consume más de lo que produce o viceversa. Como decía Julien Simon en su célebre libro El último recurso, cada hombre es una nueva boca que alimentar, pero también dos brazos para trabajar y un cerebro para pensar. Sobre todo esto último. Ya decía Ortega y Gasset que el destino del hombre es primariamente acción. No vivimos para pensar, sino al revés: pensamos para poder pervivir. Por eso Simon concluía que el ser humano es el último recurso.
El profesor de Harvard está en la misma línea de pensamiento: la bomba de la población es un bluff que esconde oscuros e inconfesables intereses de poder. No hace mucho, la prestigiosa revista The Economist diseccionaba cómo nacen y se desarrollan algunos alarmismos sobre el medio ambiente, que califica de cuentos de terror con argumento medioambiental. Hablando del de la superpoblación, escribe: Así, cuando nadie miraba, la explosión demográfica se transformó en un crecimiento asintótico hasta un máximo de 15.000 millones; que se rebaja luego a 12.000 millones y, después, hasta menos de 10.0000. Lo que significa que la población nunca volverá a duplicarse.
Para el nuevo partidario del cuerno de la abundancia, quizás el recurso sin precio más importante sea la capacidad de la sociedad para generar nuevas ideas. Cada vez que nace un bebé, hay una probabilidad de que se convierta en el próximo Newton, Darwin o Einstein. Y cuando eso ocurre, todos nos beneficiamos.
Y concluye que, por ejemplo, el Gobierno puede proteger el medio ambiente de una manera muy sencilla con impuestos eficaces sobre los hidrocarburos; pero que fomentar la producción de nuevas ideas es mucho más difícil. La mejor manera de tener más genios es teniendo más gente.