Aceprensa
Para estimar el grado de bienestar en una sociedad se suelen medir síntomas como las adicciones, los hábitos insalubres, la pobreza, el fracaso escolar... Una manera muy directa de mejorar esos indicadores es promover el matrimonio y la estabilidad familiar. Lo confirma un reciente estudio de la oficina británica de estadística, especialmente para el caso de niños y adolescentes.
Cuenta una novela costumbrista británica de finales del XIX la historia de dos jóvenes hermanos huérfanos que vivían en una amplia finca de la campiña inglesa. El mayor de ellos, seco, envarado, meticuloso, se encargaba de gestionar el abundante patrimonio de la familia. El menor, en cambio, era un vividor cuyos días transcurrían en medio de una agitada vida social. Tras la inesperada muerte del primero de ellos, el otro pierde progresivamente su antigua alegría en poco tiempo, acaba cayendo en la bancarrota, enferma de gravedad y muere, ante la sorpresa de su entorno.Hay una escena de la novela en la que el hermano menor, ya en el lecho de muerte, recibe a uno de sus amigos. Durante la conversación, recuerdan al hermano mayor, y el visitante se burla de su famosa flema, falta de nervio e inflexible, pero el enfermo le corrige: Es fácil dice ser chispeante y libertino cuando se tiene quien lleve las cuentas. Las económicas y las morales. ¡Echo tanto de menos la mirada acusadora de mi hermano!.
Algo semejante parece ocurrir en la sociedad occidental en lo que se refiere a ciertos valores, instituciones y formas sociales que en las últimas décadas han sido considerados obsoletos o circunstanciales, y cuya erosión demuestra tiempo después los efectos beneficiosos que suponían. Uno de los más claros es el matrimonio.
Mientras existían unos usos sociales que, de hecho, promocionaban la unión familiar estable, las cargas de profundidad ideológicas y culturales contra la institución que se han producido desde el siglo XIX podían resultar incluso atrevidas. Ahora que la sociedad se mueve en buena medida bajo la influencia cotidiana de esos patrones, se muestran temerarias, vistas las consecuencias que ya afloran. Los números cantan. Y, paradójicamente, uno de los momentos más críticos para el matrimonio puede convertirse también en su oportunidad para demostrar los enormes beneficios que reporta a los individuos y a la sociedad.
Menos parejas casadas
Gran Bretaña ha encendido sus alarmas ante la creciente delincuencia entre los jóvenes, a la que se suman el alcoholismo o el fracaso escolar. Quizá por este motivo, del país anglosajón llegan informes, estudios e investigaciones que buscan datos fiables para encontrar una solución a estos acuciantes problemas.
Hace casi un año el Partido Conservador publicaba un amplio informe Breakdown Britain que mostraba los perjudiciales efectos de la crisis familiar y, por consiguiente, los beneficios de la estabilidad conyugal y familiar y la necesidad de privilegiarla fiscalmente. Ahora, la Office for National Statistics (ONS) ha publicado un estudio, titulado Focus on families, en el que se cruzan datos del censo y de encuestas nacionales para tratar de descubrir las relaciones que existen entre la tipología familiar y la situación de los padres con la salud, la economía y la formación académica.
Uno de los datos más significativos que ofrece el estudio es el de la composición de los hogares y su evolución. En 35 años, de 1971 a 2006, Gran Bretaña ha aumentado en 2 millones el número de familias, hasta los 17,1 millones. El número de hogares, sin embargo, se ha cuadruplicado, pasando de 6 a 24, 9 millones, con una disminución del número de miembros de esos hogares.
En cuanto a las formas de convivencia, la gran mayoría de las parejas en Gran Bretaña están casadas: 12,1 millones de matrimonios frente a 2,3 millones de parejas de hecho, 2,3 millones de madres solas (con hijos dependientes o no) y menos de 200.000 padres solos (9 de cada 10 hogares monoparentales dependen de la madre). Entre 1996 y 2006, el número de parejas casadas cayó en un 4%, mientras que las parejas de hecho crecieron un 60%, y las madres solas, más del 11%. El estudio hace estimaciones en las que predice un incremento de las parejas de hecho de 45 a 64 años en un 250% hasta 2031, y sugiere la posibilidad de que las parejas de hecho con hijos superen a los matrimonios con hijos, si se mantiene la tendencia. Ahora bien, estas previsiones no tienen en cuenta la evolución de la inmigración, en cuyas familias dominan aun más las parejas casadas.
Matrimonio, un hábito saludable
El estudio centra dos de sus cinco capítulos en la relación entre cuidados no remunerados, estructura familiar y salud, y las cifras muestran el impacto positivo que tiene el matrimonio sobre la salud de las familias. Las parejas casadas se ocupan, en mayor proporción que las parejas de hecho, de atender a los padres de uno u otro cónyuge y a otros familiares, ya que en aquellas la cohesión familiar es más fuerte. Mientras el 16% de las familias casadas ofrece atención durante una hora o más semanalmente, solo un 9% de miembros de parejas de hecho lo hacen, dice el informe. Esto tiene su importancia económica, pues quienes cuidan de familiares ahorran actualmente a las arcas británicas 87.000 millones de libras (125.000 millones de euros) anuales en servicios de salud y atención a personas dependientes.
Hombres y mujeres casados llevan vidas más saludables y económicamente más estables. Las mujeres casadas de 40 a 64 años, según el informe, tienen ventajas de salud significativas sobre las no casadas, y las madres están más sanas que las que no tienen hijos. En términos generales, con el matrimonio los maridos ganan en salud y las esposas en situación económica.
Efectos protectores
Según diferentes estudios citados por el informe, el matrimonio tiene además efectos protectores sobre los miembros de la familia porque proporciona apoyo social y emocional. Amortigua los efectos perjudiciales del estrés; influye también en la salud al crear hábitos de vida saludables (por ejemplo, algunos estudios indican que los hombres mayores que viven solos se alimentan peor que quienes viven con su esposa); los cónyuges particularmente las esposas pueden disuadir de hábitos dañinos (así, los hombres no casados tienen índices más altos de consumo de alcohol que los casados).
El matrimonio también favorece el bienestar de los hijos. Así, entre los menores de 15 años, los que viven con su padre y su madre casados son los que presentan menor riesgo de sufrir enfermedades prolongadas. Le siguen los niños que viven en hogares formados por su padre natural y una madrastra, y los que están al cuidado de la madre y un padrastro. Exceptuando el 1% de chicos sin familia, que son los que más sufren este riesgo, la mayor probabilidad de padecer una enfermedad de larga duración se da en los que viven en hogares monoparentales encabezados por la madre, hogares que registran los mayores índices de pobreza.
Diferencias de rendimiento escolar
En lo referido a la formación académica, el estudio se dirige a analizarla como causa y consecuencia de una determinada estructura familiar. Quizá las cifras más interesantes son las que reflejan el abandono escolar según los diferentes tipos de familia. A los 17 años, edad en la que la enseñanza ya no es obligatoria, el 78% de las chicas y el 69% de los chicos que vivían con sus padres casados seguían estudiando a tiempo completo, cosa que solo hacían el 69% de las chicas y el 59% de los chicos que vivían únicamente con la madre. En ambos casos, los porcentajes son superiores a los que registran aquellos que viven con padres no casados.
Estas cifras podrían ser achacables a factores socioeconómicos, ya que hay un mayor porcentaje de parejas casadas entre aquellas familias en mejor situación económica. La monoparentalidad y las rupturas familiares suelen ser causa de dificultades económicas. Para eliminar las interferencias producidas por estos factores, el estudio de la ONS desglosa los datos teniendo en cuenta la clase social del o los sustentadores económicos de la familia (clase 1: directivos y profesiones liberales; clase 2: cuadros medios, pequeños empleados, autónomos y técnicos; clase 3: trabajadores manuales). Y las diferencias se mantienen.
En el caso de las chicas de 17 años que viven con sus padres casados, siguen estudiando a tiempo completo más del 85% en las familias de clase 1, en torno al 75% en las de clase 2, y más del 65% en las de clase 3. En las familias monoparentales a cargo de la madre, las proporciones están en torno al 79%, 72% y 63%, respectivamente. En el resto de las situaciones familiares, los datos son incluso peores.
En los chicos, las diferencias son más pronunciadas. Así, de los que viven con sus padres casados, siguen estudiando a tiempo completo con 17 años el 81% de aquellos cuyos padres pertenecen a la clase 1, el 63% de los de clase 2, y el 54% de los de clase 3. De los que viven con su madre, lo hacen poco más del 70%, el 61% y el 51%, según la clase. Los porcentajes en el resto de situaciones familiares son mucho peores, especialmente para las familias de las clases 2 y 3. El estudio encuentra diferencias semejantes al analizar las calificaciones que obtienen los alumnos de esa misma edad.
Por otro lado, las diferencias en los resultados académicos entre chicos y chicas son menores en los hogares que están a cargo de los padres casados y no son familias recompuestas. Los peores resultados en todos los casos aquí mencionados corresponden a los hijos que viven en parejas de hecho en los que uno de los cónyuges no es el progenitor biológico del adolescente.Introducción a la serie sobre “Perdón, la reconciliación y la Justicia Restaurativa” |
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