14 octubre 2007. almudi.org
Entronización de San Josemaría en la Capilla de Desenredo, por Pablo Sala
¡Vale la Pena!, por Santi Hevia
¡Que sea altamente contagioso¡, por Pablo Sala
El Desenredo bajo la protección de San Josemaría
Pablo Sala, seminarista de cuarto curso del Seminario Mayor de Valencia cuenta la entronización de San Josemaría en la Comunidad de Desenredo
Al fin llegó el día 22 de julio y, a media tarde, nos dispusimos a acompañar la imagen de San Josemaría que habíamos traído con nosotros desde España hasta El Crucero, en el corazón de Nicaragua, para ser entronizada en la capilla de la comunidad de El Desenredo, ubicada en plena selva y construida, poco a poco, con el empeño de sus habitantes y del abnegado párroco, P. Modesto, junto con la ayuda que les brindamos desde España.
La imagen, una talla de madera en su color, destacaba, esbelta, en sus andas adornadas con flores para la ocasión y colocadas del mejor modo posible en la parte trasera del célebre pick-up de la parroquia, nuestro medio habitual de transporte, donde nosotros la custodiábamos mientras recorríamos el trayecto que nos conduciría al desvío de la carretera principal donde empezaba el camino de El Desenredo.
Poco después llegamos al desvío donde esperaban los miembros de aquella comunidad con la imagen del Sagrado Corazón de Jesús, también con sus andas engalanadas, junto con los miembros de otras comunidades, que se sumaban a la fiesta. No podían faltar, además, los célebres Chicharros (así son conocidos los miembros de la banda de música), que también esperaban, formados y con sus instrumentos, con el fin de dar mayor solemnidad con sus acordes a la celebración, de sabor genuinamente nicaragüense. Poco después de los aplausos y vítores de bienvenida, emprendimos la marcha hacia la capilla, iniciando la procesión por aquel camino de tierra, que había sido previamente adecentado por los habitantes del lugar para facilitar la marcha. Las imágenes avanzaban ligeras por entre la gente, recortándose sus figuras sobre un hermoso cielo azul, bajo el sol de una tarde espléndida. A cada momento se escuchaban los gritos de la gente, nacidos en el corazón, que rasgaban el aire y de este modo sencillo pero elocuente expresaban su alegría, su devoción y su agradecimiento con un: ¡Viva el Sagrado Corazón de Jesús!, ¡Viva San Josemaría!, ¡Viva España! y muy especialmente la sentida exclamación: ¡Nicaragua de María...y María de Nicaragua!.
Así llegamos a la pequeña capilla, sencilla construcción que se alza a la sombra de unos árboles, en el lado izquierdo del camino, y después de tomar unas fotos que guardaran memoria de aquel momento, entramos juntos para celebrar la Santa Misa propia de la fiesta de San Josemaría. Allí se podían ver, sobre la desnuda pared del presbiterio, rodeando la imagen de Cristo crucificado y ocupándola casi por completo, unas letras grandes, de un vistoso color amarillo y adornadas con puntitos brillantes, que rezaban así: Bienvenido San Josemaría Escrivá de Balaguer. Estas letras habían sido confeccionadas a mano por los mismos feligreses de El Desenredo, especialmente niñas y niños, que ponían así de manifiesto, una vez más, el espíritu festivo y profundamente agradecido que les animaba.
Poco después, una vez nos hubimos acomodado en el interior de la pequeña capilla, que aquel día no daba abasto para albergar a tanta gente, y tras colocar las imágenes a ambos lados del altar mayor, empezó la Santa Misa, presidida por el párroco, P. Modesto, que no cabía en sí de gozo, como reflejaba su rostro, y concelebrada por D. Carlos Cremades y D. Jesús Navarrete, sacerdotes de la Prelatura del Opus Dei. Podría decirse, después de escuchar la homilía del párroco de aquella comunidad, que éste se había contagiado un poco del espíritu propio del Opus Dei, pues en la homilía animaba a los fieles a ser santos en su vida ordinaria, cuidando los pequeños detalles de cada día, dándonos para ello algunos consejos de tipo práctico, como por ejemplo: no robándole la gallina ni los frijoles a nuestro vecino aunque éstos nos salgan al encuentro, atendiendo a nuestra familia siempre con una sonrisa, estando alerta frente a los peligros que la televisión e Internet pueden traer consigo cuando dispongan de luz eléctrica...
Finalmente repartimos a todos los presentes la estampa de San Josemaría para rezar juntos la oración: niños y mayores, padres y madres, sacerdotes y laicos, catequistas y catecúmenos, músicos y amas de casa... Al concluir la celebración, tras la sesión de fotos y las palabras oportunas, la nueva imagen, que acababa de ser bendecida en el transcurso de la Santa Misa por D. Jesús Navarrete, fue colocada con sus andas sobre la mesa que ocupaba el centro del pequeño presbiterio y hacía las veces de altar mayor para que pudieran acercarse a ella todos los que quisieran para verla de cerca, y ¡quién sabe cuántas oraciones subieron al cielo aquella tarde, pidiendo gracias por intercesión de San Josemaría!
Una vez salimos al exterior de la capilla, tras repartirse entre los asistentes la comida y bebida necesarias para completar el día de fiesta, los españoles organizaron juegos para entretener a los niños y niñas, y entre risas y chucherías llegamos al momento de la despedida, ya bien avanzada la tarde, desandando aquel camino montados en un pick-up a rebosar de gente de todas las edades.
Ninguno de los que participamos en la fiesta de la entronización olvidaremos nunca los entrañables momentos que aquella tarde se vivieron en esa pequeña y humilde comunidad rural de Nicaragua, que procuró dar lo mejor de sí para recibir la imagen de San Josemaría del modo más digno posible.
Mientras tanto, en plena selva nicaragüense, quedaba la imagen de San Josemaría, que con su semblante sereno y sonriente, siempre será testimonio elocuente de fidelidad a Cristo y a su Iglesia, y de amor a la Santísima Virgen, siendo intercesor y estímulo permanente para el progreso espiritual y humano en el día a día de aquella gente del campo que tanto quería, recordándoles que también ellos están llamados a la santidad.
Estoy convencido de que aquel día, también en el Cielo, donde ya nada puede empañar la felicidad de los que están junto a Dios, hubo sonrisas al mirar hacia El Desenredo...
15 de agosto de 2007
Pablo Sala
Massalavés
Seminarista
Santi Hevia, estudiante de Magisterio narra su experiencia en Nicaragua con Almudí en el verano de 2007
No os voy a dar la chaqueta sobre lo importante que es ir a Nicaragua, lo paupérrimos que son allí, o lo que necesitan de nuestra ayuda.
Me han pedido que cuente alguna experiencia, alguna anécdota graciosa, algo que anime a ir a muchas otras personas. Pero creo que no debo adornar la realidad con la que os vais a encontrar allí.
Lo primero, no vais a salvar el mundo, no sois héroes, y es muy posible que el laborioso trabajo que hagáis se olvide en un tiempo. Ser voluntario, no es ir a sacarles de la ignorancia, de su mísera vida, ni del mal camino. No es ir a enseñarles la verdadera verdad, ni se trata de occidentalizarles con nuestro estilo de vida y costumbres. Es mucho más. Quien vaya a salvar el mundo y llevar la luz, mejor que se quede en casa, porque hará más daño allí del que ya tienen, no necesitan conquistadores.
Un voluntario es una persona que se entrega por propia voluntad, y para entregarse debes saber estar a su nivel, porque estamos a su nivel, somos tan personas como ellos, no nos engañemos, no somos evangelizadores que van repartiendo la limosna que les sobra. Este es el primer paso para hacer una buena labor, si te entregas como uno más, recibirás mucho más.
Ahora si diré que Nicaragua es increíble, un lugar donde conoces a mucha gente buena y donde compartes una gran cantidad de historias tanto con tus compañeros, como con los de allí, las largas travesías en el pick-up por medio de la selva, las intensas pero apropiadas homilías del Padre Modesto, los chaparrones, las bonitas excursiones a playas con peligros de ahogamiento, todas las sonrisas de los niños, y etc porque hay tantas y tantas cosas. Pero como he dicho antes se debe saber ir, a mi alguien me aconsejo que no fuera, ya que se sufre, no tanto del trabajo que se hace, que también, sino de la relación afectiva que estableces con la gente de allí. Es un lugar muy pobre, y la gente muere, si vas no te impliques emocionalmente demasiado me decían.
Este año he ido, y con el firme propósito de implicarme emocionalmente y cuanto más mejor, de hacer sonrisas, de hablar con la gente, aunque sobretodo de escucharles, aunque no lo creamos porque son muy callados, tienen muchísimas cosas que decirnos. Pero tienen que ver que no eres un extraño, que eres un amigo, que has ido para ayudarle en todo lo que puedas, pero sobretodo que has ido para estar junto a él.
Ahora para terminar diré que a pesar del trabajo, a pesar del dolor y el sufrimiento de ver las condiciones en las que viven, a pesar de las duchas frías sin agua corriente
¡Vale la Pena!
Pd: es muy hermoso ver cómo se es feliz y se ama con tan poco.
Un Saludo y ánimo a todos los voluntarios.
Santiago de Hevia
2 de octubre de 2007
¡Que sea altamente contagioso¡
La verdad es que son muchas las cosas que le vienen a uno a la cabeza cuando piensa escribir unas líneas sobre su experiencia en Nicaragua. Tan sólo espero poder expresar con palabras -tarea nada fácil- algo que sólo puede experimentarse "en vivo y en directo", más allá del Atlántico...
Cuando llegas a aquel pequeño país sientes, en primer lugar, tras la sorpresa inicial, que no hay "hielo que fundir", pues el calor y la cercanía de aquellas gentes te envuelve desde el primer momento y te acompaña durante todo el tiempo que estés junto a ellos. Pronto empiezas a descubrir que, ciertamente, estás en tu casa, porque escuchas las mismas palabras, con un acento más dulce si cabe, y es también el mismo Jesús el que te espera en aquel Sagrario de madera tallada.
Cierto es que hay una realidad tremenda que descubres, no desde la distancia, sino asomándote a cada puerta, pero sabes también que eres tú mismo un instrumento portador de esperanza para ellos.
Cierto es que hay mucho que hacer, pero tienes la satisfacción de colaborar con tus pobres manos en la hermosa y divina tarea de hacer un mundo nuevo, sabiendo que lo que yo deje de hacer quedará siempre por hacer, pues nadie puede hacerlo por mí.
Cierto es que hay miseria, en el sentido más propio y material de la palabra, pero tú sabes que puedes contribuir a su desaparición, dando de lo tuyo, por una parte, y dando tu tiempo, por otra, para "matar dos pájaros de un tiro", pues cuando empiece a desaparecer la pobreza interior empezará a desaparecer, de una vez por todas, la pobreza en su forma exterior, tan dolorosa.
Cierto es que la epidemia de las sectas se extiende, y ya estaban antes de que tú fueras a Nicaragua, pero allá queda sembrada la pequeña semilla de la buena doctrina, con la alegría de saber que has trabajado al servicio de la Verdad.
¿Qué más puedo decir? Bueno, el transporte y la comida están a la altura de cualquier amante de la aventura, y aventura de la buena...En fin, toda una experiencia, una experiencia increíble de fe, una experiencia increíble humanamente hablando, una experiencia incomparable que nadie debería dejar de experimentar.
Por último, tan sólo puedo constatar que el llamado "síndrome post-Nicaragua" existe, es algo crónico y maravilloso y afecta sobre todo al corazón, haciendo, entre otras cosas, que éste se ensanche hasta el punto de hacer que quepan en él muchas más personas de las que nunca pudiste imaginar.
Hay otro efecto de este síndrome, que merece mención aparte, y consiste en escuchar con mayor fuerza y nitidez aquellas palabras que un día pronunciaron los labios de Cristo: "La mies es mucha y los obreros son pocos".
Espero que sea altamente contagioso y rezo para que así sea...
Pablo Sala
15 de agosto de 2007
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