Forum Libertas
Nadie, absolutamente nadie en el mundo, desarrolla tanta actividad social de ayuda y asistencia como la Iglesia Católica.
Incluso organismos internacionales extraordinariamente bien dotados económicamente por los Estados, como los de ONU, quedan a años luz de lo que hacen las instituciones de la Iglesia en pro de los pobres, los desvalidos, los marginados, los enfermos, los ancianos, los inmigrantes, ..., a lo largo y ancho del mundo.
Aunque siempre sea insuficiente, hasta los lugares más recónditos del Planeta llega la acción de religiosos, sacerdotes o laicos cristianos a través de unas organizaciones u otras.
Más aún. Muchas entidades que realizan actividad social han nacido y funcionan a raíz de la vida cristiana de sus promotores y promueven valores cristianos aunque su carácter jurídico sea civil y no confesional. No pueden contabilizarse como instituciones de la Iglesia pero sí forman parte de este cuerpo invisible y a sus directivos les inspira el amor a Dios y a los demás, hasta el punto de que aquellas organizaciones no existirían sin el espíritu cristiano.
Sin necesidad de recurrir a casos tan paradigmáticos como el de la Madre Teresa de Calcuta, los religiosos y laicos cristianos son abanderados incluso en la atención a los afectados por enfermedades cuya culpabilidad a menudo se echa en cara a la Iglesia. Especialmente en la propagación del sida.
En el continente negro, el más afectado por el virus de inmunodeficiencia adquirida y con menos recursos para combatirlo, multitud de institutos religiosos católicos e incluso de laicos trabajan contra la pandemia. Eso sí, yendo también a las causas y recordando que la dignidad de la persona humana excluye aplicar determinados métodos o tratamientos.
Tal presencia de los cristianos no falta tampoco en el Primer Mundo, aun cuando una parte sustancial de la asistencia al ciudadano ha sido positivamente asumida y mejorada a través de las pensiones e instituciones sociales del Estado del Bienestar. Baste ponderar, simplemente, algo tan cotidiano y poco llamativo como la suma de las iniciativas sociales de todas las parroquias. Es una labor inmensa. Y representa sólo un cierto porcentaje del global.
Una particularidad de la mayor parte de las instituciones y personas católicas que participan en estas actividades, sobre todo en el Tercer Mundo, radica en que no están allí para hacerse la foto. Demasiado a menudo en la acción social de famosillos, y de no tan populares, actuaciones en principio solidarias y positivas están más dirigidas a conseguir publicidad en favor del protagonista o el sponsor que al amor a los destinatarios de la ayuda.
Es, por otro lado, experiencia repetida en países en que se desatan conflictos es que quienes se quedan son los religiosos o, en general, los cristianos que han ido a ayudar, mientras otros se van de inmediato del país.
A lo anterior podría sumarse la enorme labor educativa realizada por instituciones de la Iglesia, desde los parvularios a las universidades.
De todo ello se podría concluir que la Iglesia es una enorme ONG en cuyo seno hay miles de otras organizaciones no gubernamentales de todos los tamaños, orígenes y objetivos. Pero la realidad va más allá. La Iglesia es mucho más que una ONG, por grande que sea.
La Iglesia representa también como nadie en el mundo una conciencia moral. Más aún. En la relativista sociedad posmoderna que ha perdido hasta la noción de verdad y que no reconoce la Ley Natural, son la Iglesia y sus fieles la verdadera reserva moral.
Es otra grandeza, una aportación enorme a la dimensión ética de toda la sociedad en la vida profesional, social, económica o política.
Sin embargo, la Iglesia tampoco es sólo eso. Lo acaba de afirmar el Papa Benedicto XVI en su reciente viaje a Austria: El cristianismo es algo más que un sistema moral, es el regalo de una amistad (...) que incluye una gran fuerza moral que tanto necesita para hacer frente a los desafíos de nuestra época.
El Papa nos habla de una amistad. Evidentemente con Cristo. Ante todo, ser cristiano es encontrarse con Cristo e identificarse con Él.
A Cristo lo encontramos en las demás personas y de forma muy directa en la Eucaristía, en la oración, en los sacramentos.
Desarrollar una gran actividad social es magnífico. Y promover los valores éticos también. Pero un cristiano que no busca la unión con Cristo en la oración y los sacramentos más o menos pronto también aflojará en valores éticos y dejará de actuar en la ayuda a los demás o convertirá su acción simplemente en un activismo que se alejará los objetivos finales, de forma que, como dice Camino, será tan estéril como coser con una aguja sin hilo. O incluso tal labor social puede entenderla como una plataforma para la vanidad personal.
Las trayectorias de todos los santos activos están profundamente impregnadas de vida interior y de fidelidad a la Iglesia.
Cuentan que en cierta ocasión un cámara de televisión estuvo grabando la labor asistencial de la Madre Teresa de Calcuta y sus monjas. Tras permanecer varios días con ellas, el informador comentó a la Madre Teresa que con tan gran dedicación a los demás no veía ninguna lógica en que las monjas madrugaran muchísimo cada jornada y antes de empezar su trabajo perdieran el tiempo dedicando varias horas a la oración. Esto sobraba, era inútil.
La Madre Teresa con cariño se lo aclaró más o menos con estas ideas: Sin oración, esta dedicación a los desheredados quizás se puede aguantar unos días, unas semanas, pero no de forma permanente entregando la propia vida.
La fuerza para la entrega, también para promover ONGs o defender valores en la sociedad, la obtiene el cristiano de la unión con Cristo, no de voluntarismos más o menos positivos. Por ello la oración y los sacramentos no son añadidos que están bien, sino piezas imprescindibles.Introducción a la serie sobre “Perdón, la reconciliación y la Justicia Restaurativa” |
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