Lo más grave que está sucediendo entre nosotros es que no nos tomamos la educación en serio
La Gaceta de los Negocios
Lo peor de la asignatura que centra la polémica en este comienzo de curso es su título. Porque resulta equívoco. Y discutir sobre un malentendido no conduce a ninguna parte. Sin entrar a analizar lo que se pretende decir con la palabra ciudadanía, que nos llevaría muy lejos, baste advertir que el enfoque de la materia impuesta por el Gobierno no es educativo sino ideológico. La Educación para la Ciudadanía, tal y como está oficialmente pensada, es pura y simple ideología postsocialista. Esta asignatura pretende trasladar a las mentes juveniles esquemas cerrados de un programa social y político claramente partidista. El fin de la ideología no es el conocimiento, la forja del carácter o la mejora de la convivencia, lisa y llanamente, el poder: conquistarlo o, aquí y ahora, perpetuarse en él. Por eso los socialistas defienden con uñas y dientes esta materia, aduciendo simplezas tales como que son los obispos quienes mueven a los disidentes, sin advertir que quienes discrepan son ciudadanos libres y mayores de edad, no acostumbrados a actuar por consignas, y que no están a las resultas de instrucciones provenientes de varones mitrados. Otros son los rumbos por donde funciona la férrea disciplina de partido y las represalias para quien la desobedece. Siempre conviene evitar lo que, en jerga psicoanalítica, se denomina transferencias.
Como el ansia incondicionada de poder no es un objetivo confesable, en el fondo de esta maniobra ideológica lo que hay es enmascaramiento. Las ideologías ésta también son incompatibles con la verdad. Y la verdad es la primera víctima de una contraeducación de raíz ideológica, como se ha podido ya advertir a lo largo del tortuoso trayecto de gestación e implantación de esta asignatura; sin olvidar los beneficios económicos que está deparando a sus promotores y a los escribidores de los manuales autorizados.
La orientación hacia la verdad es la necesidad más básica de la mujer y del hombre, y late todavía incontaminada en las personalidades jóvenes. Precisamente por ello, la manipulación ideológica en la escuela produce hondas distorsiones. Da lugar a psicologías confusas y retorcidas, difícilmente recuperables para una vida familiar, profesional o social equilibrada y sana.
La educación, en cambio, no tiene nada que ver con la manipulación. Es lo más alejado del intento fascista de golpear las cabezas hasta que penetren en ellas las ideas. La educación no consiste en presionar las conciencias, en convencer a base de repetir, en procurar instilar en otras convicciones sectarias.
La educación no tiene nada que ver con el adoctrinamiento. No se mueve en un plano fáctico de causa y efecto, sino que se sitúa en el nivel cognoscitivo y volitivo, caracterizado por la libertad. Y la libertad, no se olvide, es la piedra de escándalo de toda ideología. Para muestra de lo que sucede, baste registrar las amenazas, nada veladas, que están sufriendo los discrepantes de la postura oficial.
En la educación, el protagonismo corre enteramente de parte del estudiante, en el que no se pretende influir, sino dejarle ser, para que saque lo mejor de sí mismo, para que se genere en él o en ella desde dentro un auténtico florecimiento, con plena autonomía vital. Desde la ideología, por el contrario, se intenta torcer actitudes, transformar la sociedad en un sentido muy determinado, ahormar mentes y costumbres. Aunque se predique el inmoralismo, lo que resulta es un implacable moralismo.
Lo más grave que está sucediendo entre nosotros es que no nos tomamos la educación en serio. Carencia que es común a la izquierda y a la derecha, pero es la izquierda la que saca partido. En un ambiente culturalmente enteco, las improvisaciones totalitarias florecen con pasmosa facilidad, sin encontrar apenas obstáculos. El tema de la ciudadanía y el humanismo cívico estaba siendo desatendido durante largos años, a pesar de las repetidas advertencias de algunos observadores acerca de su importancia y actualidad.
Ahora procede resistirse ante el abuso, porque no queda otro remedio. Pero, si se observa que los árboles tardan veinte años en crecer, conviene plantarlos cuanto antes, sin esperar a que se eche de menos el reparo de su sombra, porque entonces será ya tarde.
Si el tejido social se encuentra vivo y bien trabado, los atropellos provenientes de las Administraciones Públicas, con su tinte ideológico o sus intereses coyunturales, encontrarán una enérgica respuesta. Cuando la iniciativa social se halla atenta y vislumbra tanto las amenazas como las oportunidades, se adelanta a los posibles montajes burocráticos que tienden a ocupar el vacío dejado por la ausencia de la responsabilidad ciudadana.
Resulta paradójico que una asignatura que debería contribuir a activar la fuerza creadora de la libertad sea una muestra palpable de su adormecimiento y pretenda incluso prolongarlo.