El 12 de septiembre de 2006, en el marco de su viaje apostólico a Baviera, Benedicto XVI impartió, en el Aula de la Universidad de Ratisbona, la lección magistral titulada «Fe, Razón y Universidad. Recuerdos y Reflexiones», que tuvo un impresionante eco mediático.
Todos recuerdan las polémicas que siguieron en ambientes musulmanes. Pasado un año, calmados los ánimos, aquel discurso se ha convertido en una piedra miliar en las enseñanzas del pontífice y en la misma vida de la Iglesia.
Según monseñor Giampaolo Crepaldi, secretario del Consejo Pontificio Justicia y Paz, «su contenido intrínseco, más allá de las interpretaciones forzadas, la densidad del pensamiento presupuesto y expresado, hacen del mismo un documento absolutamente imprescindible, denso de sugerencias de gran apertura hacia la relación entre la fe cristiana y la razón humana, entre la Iglesia y el mundo, entre el cristianismo y las demás religiones».
Para profundizar el mensaje lanzado por el Papa en aquella ocasión, Zenit ha pedido a monseñor Crepaldi, que es también presidente del Observatorio Internacional «Cardinale Van Thuân», que comente aquél texto breve pero ponderoso.
En su opinión, ¿hay que considerar la lección magistral de Ratisbona como un hecho nuevo en el magisterio de este Papa o como la continuidad natural de lo que ya dijo antes?
Ambas cosas. La lección de Ratisbona es un texto de extraordinaria eficacia y de gran valor, tanto teorético como comunicativo. Al mismo tiempo, no hace sino volver a plantear, de forma especialmente incisiva, sus enseñanzas previas, incluida la encíclica «Deus caritas est», y diría también muchos aspectos de la teología de Joseph Ratzinger, empezando por el conocido libro «Introducción al Cristianismo» de 1969, que ya contenía todas las ideas expresadas en Ratisbona.
¿Cree que la polémica surgida tras el discurso impidió una recepción adecuada?
Creo que la polémica, a pesar de que a menudo sus motivaciones no encontraran fundamento en el texto del discurso del Papa, fueron de todas maneras expresión del reconocimiento de la fuerza verdadera contenida en el discurso. En Ratisbona, el Papa no se entretuvo en cuestiones marginales, sino que captó plenamente el problema de fondo, que consiste en la pretensión cristiana de ser la religión verdadera. Aunque dicho con caridad, porque el cristianismo es también la religión del amor, esto suena mal para muchos oídos.
La polémica atrajo las miradas del Islam. ¿Esto, en su opinión, distrajo la atención de otros elementos importantes del discurso?
En cuanto a opinión pública, creo que sí. Por esto hace falta volver a leer la lección con calma. Por lo demás, a lo largo de este año han sido innumerables los libros, los congresos de alto nivel, las numerosas monografías de revistas dedicadas al tema de Ratisbona. Señal de que los problemas mencionados por el Papa no son superficiales. Un tema, en mi opinión, ha quedado un poco en la sombra, fagocitado por otros aspectos. Al comienzo de su discurso, el Papa habla de la «cohesión interior del cosmos de la razón», es decir, podríamos decir con una antigua expresión, de la unidad del saber. Hubo una época en la que la Universidad vivía de esta convicción, hoy ya no es así. Querría recordar que la «Fides et Ratio» sostiene que tal falta produce desorientación en el hombre contemporáneo y justamente, en una vuelta a la unidad del saber, señaló el gran horizonte del compromiso de los intelectuales cristianos ante el nuevo milenio.
Este problema del diálogo entre las disciplinas, la unidad del saber, como lo llama usted, ¿es posible lograrlo sin la fe cristiana, sólo a través de la sola razón?
Este es uno de los temas principales subyacentes a la lección de Ratisbona, y que la remite a la «purificación» de la razón, de la que el Papa habla en la «Deus caritas est». En Aparecida, el Papa dijo que, sin tener en cuenta a Dios, el mismo conocimiento de la realidad se hace imposible. La dimensión trascendente asegurada por la fe y, por tanto, indispensable para que la razón no se cierre en sí misma, iniciando así un proceso de «autolimitación», que no puede acabar en el relativismo nihilista. La fe, como afirma la «Fides et Ratio», empuja a la razón a no detenerse nunca. De este modo, la salva de sí misma, permitiéndole ser ella misma, o sea la purifica.
¿No le parece que hay una contradicción entre lo que afirma el Papa en Ratisbona y lo que acaba usted de decir? En Ratisbona, el Papa atribuyó a la razón la posibilidad de «evaluar» las religiones porque lo que no es racional no viene del Dios verdadero. Usted en cambio está diciendo que es la fe la que valora a la razón, distinguiendo entre una razón cerrada y una abierta a la trascendencia...
No hay ninguna contradicción. La fe cristiana presenta la pretensión de la propia verdad y así acepta ser examinada por la razón. Sin embargo, presenta también el problema de la verdad de la razón, e invita a la razón a mirar dentro de sí misma. Una razón «autolimitada», como la racionalista, positivista o nihilista, no es capaz de examinar la religión por el simple hecho de que no es ni siquiera razón, habiendo perdido la idea misma de la propia verdad. La fe cristiana acepta ser examinada por la razón en su plenitud, pero tal razón en su plenitud, para serlo, debe estar abierta a la verdad trascendente.
Por tanto, el Papa subraya el primado de la fe también en el momento en el que afirma que el cristianismo acepta ser examinado por la razón.
Digamos que la razón tiene la propia autonomía lógica y metodológica, lo que hace posibles las diversas ciencias y al mismo tiempo su unidad. Sin embargo, si la razón no se deja ayudar continuamente a respirar desde una relación dialógica con la fe, ésta inevitablemente corre el riesgo de la asfixia. Parafraseando una frase de Maritain -en «El campesino del Garona»-, si la razón cree que tiene que encerrar a la fe en una caja fuerte, usa igualmente una fe. Por esto Benedicto XVI afirma en sus escritos que, sin Dios, se cae presa de los dioses. Y esto sucede también con la razón. Por ejemplo, el racionalismo o el positivismo, a pesar del parecer contrario de los exponentes filosóficos de estas dos corrientes, tienen como base una fe en el poder absoluto e incluso salvífico de la razón y de la ciencia.
Por tanto, ¿la fe está siempre en el inicio, tanto para el creyente como para el no creyente?
Diría propio que sí. Por un motivo simple y dramático al mismo tiempo: cada hombre escribía Ratzinger ya en 1969- debe de alguna manera tomar postura ante las decisiones fundamentales. La misma cuestión surge si la razón, absoluta o no, es, antes que nada, una cuestión de fe, sin excluir naturalmente la consiguiente aportación de la razón misma. Sin la fe, la razón no puede saber lo que es ella misma.
¿En el diálogo con las demás religiones está antes la fe o la razón?
Leyendo con atención la lección de Ratisbona, considero que también aquí el punto de partida es la fe. Sin embargo, según la fe presenta el papel de la razón en el diálogo interreligioso, se comprende también su verdad y la verdad del mismo diálogo. También el diálogo si no es verdadero no viene de Dios. Para ser verdadero, el diálogo exige estar animado por la verdad de la razón, que se reconoce en la verdad de la fe.
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