"(...) quizá deberíamos preguntarnos si el problema no reside en que nuestra sociedad promueve actitudes que terminan dificultando la educación de las próximas generaciones adultas. Quizá no estemos enviando los mensajes adecuados, quizá haya algo en lo que estemos fallando"
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Fracaso escolar, abuso en las aulas, comportamientos incívicos. Son historias de las que oímos hablar con cierta frecuencia. Los medios nos cuentan que a los jóvenes les gusta beber en la calle, que detienen trenes sólo para hacer pintadas, que son dados al vandalismo o que realizan actos de delincuencia organizada. Pero además de cuestionarnos si la alarma social se corresponde íntegramente con la realidad o es a menudo amplificada, quizá deberíamos preguntarnos si el problema no reside en que nuestra sociedad promueve actitudes que terminan dificultando la educación de las próximas generaciones adultas. Quizá no estemos enviando los mensajes adecuados, quizá haya algo en lo que estemos fallando.
Algunos de los factores erróneos, partirían, para María Rosa Buxarrais, profesora de Pedagogía de la Universidad de Barcelona, de un olvido en los planes educacionales, ya que hay una ausencia constatada de formación ética de los estudiantes. Se les forma poco como personas, como futuros ciudadanos/as que van a ejercer una tarea profesional en ámbitos relacionados con seres humanos. En consecuencia, se habría apostado demasiado por ofrecer un cuerpo de conocimientos extenso y muy poco por intentar conseguir que el estudiante adquiera capacidades éticas. También lo cree así Enrique Gervilla, Catedrático de Teoría de la Educación de la Universidad de Granada, para quien se aprecia un acentuado marco profesional y las materias encaminadas a la formación son mínimas. En el nuevo sistema europeo esperamos que tal situación cambie y se preste más atención a las tres dimensiones de la educación, ser, saber y saber hacer.
Según Concepción Naval, Vicerrectora de Educación Académica de la Universidad de Navarra, y coeditora de Educación y ciudadanía en una sociedad democrática (Ed. Encuentro), desde la educación contemporánea se ha puesto mucho excesivamente el acento en el fomento de la autonomía personal, en la suscitación del sentido crítico, lo cual es una necesidad educativa, pero ha habido un abuso que ha distorsionado el horizonte vital. Se han distanciado en exceso las actuaciones individuales de su repercusión en la vida del conjunto, perdiéndose conciencia de que toda decisión personal tiene implicaciones sociales y políticas. El punto de llegada de esa excesiva insistencia sería una sociedad que conduce a formar personas extremadamente individualistas, autosuficientes, y en su extremo egocéntricas.
Claro que esas posturas quizá sean consecuencia de un entorno que privilegia lo material, que tiende a la distancia cínica y a la desconfianza respecto de todo lo que no sea práctico. Según María Rosa Buxarrais, en una sociedad tan consumista como la nuestra prevalece la riqueza material sobre la espiritual, sobre la formación de la persona a nivel ético, y las generaciones jóvenes terminan contagiándose de valores como el consumismo, el individualismo, la competitividad, etc, de las generaciones adultas, porque éstas se olvidan de transmitir otros valores como el respeto, la solidaridad o la tolerancia.. Para Buxarrais, no tenemos demasiado presente que los adultos nos convertimos en modelos a imitar por nuestras generaciones jóvenes.
Habría un tercer factor, directamente relacionado con el relativismo, asegura Concepción Naval, y que conllevaría numerosas consecuencias sobre los modos de vida, ya que promovería un escaso sentido de compromiso y una ausencia del pensamiento a largo plazo. Vivimos en el corto plazo y eso afecta muy directamente al carácter de las personas, al modo en que nos relacionamos unos con otros. Además, esa tendencia, que generaría autosufuciciencia y superficialidad tendría que ver con la disolución de la noción de verdad sepultada por la búsqueda del consenso social. Se olvida que para que haya auténtico diálogo es necesario que haya opiniones formadas y razonadas, auténticas convicciones.
Pero hay quien busca una clave de interpretación más amplia. Para Alfredo Rodríguez Sedano, profesor del Departamento de Educación de la Universidad de Navarra, el problema sería más grave que una simple serie de factores aislados, ya que habría una causa en la que se subsumirían las demás. No se trataría de curar un catarro sino de una enfermedad más preocupante, la ruptura de la estructura familiar. El objetivo de la familia siempre ha sido es y será buscar la normalidad afectiva, que es el requisito clave para el desarrollo de la personalidad y de las facultades de cada persona, de su voluntad, sentimientos y emociones. O hay normalidad afectiva o no se sale adelante. Y como la familia, que es lo que la aseguraba, se está rompiendo....
Posibles soluciones: Familia y autoridad
Los problemas quedan, pues, identificados para los expertos. ¿También las soluciones? ¿Saben qué se debe hacer? ¿Hay una serie de medidas que podrían tomarse? Sí, si se trata de su formulación genérica. Para Rodríguez Sedano, ya que la clave es el ámbito familiar, no podemos considerar al ámbito educativo, y menos aún al Estado, como sustituto de la familia. El protagonismo que se ha dado al Estado es erróneo. Hay demasiados modelos educativos pero lo que importa es que la familia, - esa realidad que es una madre y padre- funcione.
En opinión de Rosa María Buxarrais, uno de los principales remedios estaría en el restablecimiento de cierta autoridad: es necesario poner límites a hijos y alumnos para que estos sepan qué hacer y qué esperar de la vida. Los límites son una muestra de la preocupación que tanto educadores como padres debemos explicitar a nuestros alumnos e hijos.
Vuelta a los valores
Coincide Enrique Gervilla, pero insistiendo en un aspecto que a veces pasa inadvertido, que la autoridad proviene de cómo es percibido quien la ejerce: Del autoritarismo hemos pasado a la ausencia casi total de autoridad. Ésta, sin embargo es imprescindible, no tanto como disciplina, cuanto como prestigio. Nuestra educación está falta de verdaderos maestros, de modelos de vida.
Para Concepción Naval, la educación, para que sea efectiva, debe cumplir tres objetivos. En primer lugar, debe promover que las personas que sigan esa educación tengan, como consecuencia de ésta, una forma de vida valiosa y deseable por sí misma, y no porque sea útil para otra cosa. La preocupación por el valor intrínseco de la educación es una medida certera contra ciertas tendencias actuales que llevan a ver en la tarea educativa una preparación para satisfacer demandas circunstanciales, pragmáticas, economicistas. Además, debe promover que las personas no sólo adquieran habilidades operativas, sino que comprendan los principios por los que actúan; que sean capaces de pensar. Y, por último, su conocimiento y comprensión no deben ser inertes: esto es, deben afectar a su visión del mundo y su sentido de la vida, potenciando activamente su actividad ordinaria.