Dan ganas de parar el discurrir de nuestras horas, de nuestros días, y, tras abstraernos de lo que ya nos parece normal, empezar a cimentar con nuevo brío nuestra sociedad
Las Provincias
Me he resistido a titular estas líneas como lo he hecho. Por más que he pensado un título más apropiado, no he encontrado un modo mejor de contribuir al optimismo que reflejar la realidad y alzar la voz en favor de lo obvio, lo que debería ser evidente para todos, y sin embargo no lo es en España.
Seguro que el lector comprenderá mi resistencia. No es fácil aceptar lo que estamos presenciando, escuchando, viviendo, porque invita a replantearnos muchas cosas, y además porque parece que la espiral y la caída en picado van aumentando en progresión geométrica. Dan ganas de parar el discurrir de nuestras horas, de nuestros días, y, tras abstraernos de lo que ya nos parece normal, empezar a cimentar con nuevo brío nuestra sociedad.
Lejos de mí buscar, como recurso periodístico, la exageración de situaciones. Lo más probable es que me quede, incluso, algo corto. No pretendo captar la atención en perjuicio del rigor de lo que escribo. El tema admite pocas superficialidades, por no decir ninguna. Hablar de la vida humana es el eje de cuanto podemos hablar, cultivar y promover. Y sin embargo, parece que hoy en día hay personas -que parece que actúan orquestadamente- empeñadas en frivolizar con la vida humana y relegarla.
Basta, como botón de muestra, releer unas declaraciones recientes de Bernat Soria, Ministro de Sanidad y Consumo, en las que afirma que la eutanasia es una asignatura pendiente en nuestra sociedad. Basta con recordar que 90.000 es la cifra de abortos legales en España del último año, y que cada año aumenta. Basta con recordar el número de hijos que tienen los matrimonios españoles, a la cola del universo, de modo que no llega ni siquiera a la cifra que requiere el relevo generacional.
Son datos claros de que la vida humana se presenta como problema, no como un bien. El Gobierno se propone fomentar la eutanasia como asignatura pendiente. Me gustaría, para empezar, que pregunte si la sociedad española lo considera así también. Diversas instituciones poderosas llevan años intentando que la sociedad española piense que sí es una asignatura pendiente, pero me parece que no ha calado en la mayoría de los españoles. Pero mi apuesta es, sencillamente, democrática: preguntar ahora a los españoles, o bien que el PSOE sea claro en su programa electoral, y señale la eutanasia sin disimulos como objetivo, para que los españoles sepan qué votan el próximo mes de marzo. Lo que ocurre es que no va a hacer ni una cosa ni otra: no se va a arriesgar a preguntar, porque sabe que la mayoría no es partidaria de la eutanasia, y no va a ser tan democrático como para destacar un objetivo polémico y antihumano en su programa electoral.
La vida de enfermos, mayores y moribundos se plantea como problema, no como un valor en sí mismo, que se puede sobrellevar con cuidados paliativos bastante bien. Parece que son personas que molestan, quitan comodidad -aquí de nuevo aparecería el eufemismo de calidad de vida de quienes viven con el anciano o enfermo- y la eutanasia parece que es la solución. Es la solución de los egoístas e inhumanos, porque hay un sinfín de estudios que aportan el dato de que, debidamente apoyados por familiares y médicos, esas personas desean vivir.
Los hijos, en vez de un bien, un regalo, un don -debería ser el más deseado, porque es el don de la vida humana- son, de hecho, un problema, una complicación, y hasta casi una enfermedad: por eso, los matrimonios tienen tan pocos hijos y por eso el aborto sigue creciendo en nuestro país, como si el embarazo de una mujer fuese casi una enfermedad, un quiste que le molesta y que ha de extirpar. Cuesta casi hasta escribir lo que acabo de escribir.
Hay temor a los hijos, y eso quiebra en su misma base a una civilización. Los que ahora vivimos damos gracias por haber tenido unos padres con otros parámetros, unos parámetros humanos y cristianos.
Mucho ha cambiado España en pocas décadas. No todos los cambios han sido positivos, y el que menciono es el más trágico. Si bien es cierto que los grandes males requieren grandes remedios, no es fácil mencionar siquiera los principales remedios, pero en primer lugar hemos de ser conscientes de que urge un cambio cultural que recupere la vida como un bien, el primero y máximo, pues los demás vienen después.
Algo tiene que ver en este deterioro la comodidad que nos rodea. Ni siquiera un ciudadano rumano quemándose a lo bonzo en Castellón despierta operativamente nuestras conciencias, como si se tratara de un loco aislado. Tiene bastante razón la nueva directora de la Biblioteca Nacional, Milagros del Corral, cuando dice que en España hemos perdido la cultura del esfuerzo, y los jóvenes aspiran a ser famosos como si eso fuera una profesión, y con el mínimo esfuerzo. Si los padres centran su esfuerzo en el bienestar económico y no en la familia y los hijos, los hijos aprenden ese estilo de vida.
La ministra de Educación, Mercedes Cabrera, ha anunciado que no repetirán curso los que suspendan cuatro asignaturas: hasta ahora, con dos tenían que repetir. Todo para reducir las cifras del fracaso escolar, justificándolo en la flexibilidad. Una prueba más de que el esfuerzo no desea ser fomentado por quienes nos gobiernan. Más que sospechoso.
Ser fiel en el matrimonio requiere esfuerzo, tener hijos requiere esfuerzo: son los bienes que hacen de verdad felices a las personas, pero se olvida con frecuencia, sustituyéndolos por viajes, volcarse en el ocio o sobresalir en el trabajo. Tal vez una zozobra económica -no descartable en estos momentos- actuaría de despertador. Nunca se sabe con precisión por dónde pueden venir los cambios sociales. Desde luego, suelen ser previos a los cambios políticos.