Urge volver a recuperar un sentido del matrimonio abierto a la vida. Esto es lo natural del matrimonio, lo que coincide con los deseos más íntimos del hombre y la mujer
Esta todavía en la mente de todos la controversia sobre el llamado matrimonio de los homosexuales. Veto del Senado, todas las instituciones jurídicamente solventes españolas se pronunciaron en contra, multitudinaria manifestación en Madrid, recurso de inconstitucionalidad... son algunas de las cosas que manifiestan la gran oposición que se hizo a esta regulación del matrimonio.
Y, sin embargo, siendo esto importante, no es más que la consecuencia de una determinada visión del matrimonio que manifiesta, muy a las claras, el denominado divorcio-exprés. Este cambio legislativo sí que tiene trascendencia. Y lo tiene por varias razones: al facilitar que cualquiera de los cónyuges pueda romper el matrimonio en cualquier momento, incluso contra la oposición del otro, nos está diciendo que en el matrimonio español ha desaparecido cualquier tipo de compromiso. Me explico: una de las ideas básicas de los contratos es que ninguna de las partes puede romper el contrato unilateralmente. Lo contrario indicaría que ninguna de las partes en realidad se ha comprometido. Pues bien, esto es lo que sucede actualmente con el matrimonio: al dejar a cualquiera de los cónyuges la posibilidad de disolver con absoluta facilidad el matrimonio, se nos está diciendo que el sí matrimonial de la boda no sirve para nada, porque en cualquier momento puede decir no. En realidad, el matrimonio, así concebido, se parece mucho a una unión de hecho, sin compromisos reales entre las partes.
Lo que está subyaciendo en este divorcio-exprés es la idea de que el matrimonio es puramente afectividad, entendida como mero sentimiento. Mientras te quiero, estoy contigo. En cuanto dejo de quererte, te abandono. ¡Peligroso modo de fundamentar un matrimonio!. La vida es larga y en cualquier matrimonio la convivencia no siempre es fácil. La rutina se apodera de la pareja, las dificultades, terceras personas (la secretaria, el compañero de trabajo
). Si la relación se fundamenta solo en la mera afectividad, es fácil echarlo todo a rodar. En este sentido, la idea de la indisolubilidad es una garantía para que los esposos no hagan ninguna tontería.
Por otra parte, el matrimonio no es cosa de dos, sino de más, los hijos. ¿Quién les protege en caso de divorcio?. ¿Les pide alguno de los cónyuges su opinión si se quieren divorciar?. Y, sin embargo, en el Derecho español, rige el principio de protección del menor: el interés del menor está por encima de cualquier otro interés. Y también esto debe aplicarse al caso de divorcio. Sé perfectamente que la mentalidad ha cambiado por lo que he dicho más arriba. Al primar el sentimiento de los cónyuges por encima de cualquier otra consideración, los hijos quedan en segundo lugar. Antes sucedía lo contrario: precisamente el interés de los hijos era un poderoso acicate para no divorciarse. A pesar de todo, desde un punto de vista jurídico, un juez podría oponerse al divorcio de dos personas primando el interés del menor por encima del interés de las mismas.
Hace ya años también desapareció en el Código Civil el llamado impedimento de impotencia. Con lo que se nos comunicó lo siguiente: los hijos, en el matrimonio, dejaban de tener trascendencia jurídica. Precisamente, porque en el Derecho Canónico, el matrimonio está orientado hacia la procreación, existe este impedimento, que, durante muchos años, también estuvo en el Código Civil. Al desparecer de este cuerpo legal, el mensaje es clarísimo: el matrimonio deja de estar orientado a la procreación. No es que los cónyuges no quieran tener hijos: no es eso. Lo que sucede es que el Código civil nos dice que, para el matrimonio, eso no tiene trascendencia alguna.
¿Qué es hoy el matrimonio desde un punto de vista jurídico?. Poca cosa: una unión afectiva entre dos personas. Y nada más. Se entiende muy bien una encuesta que ví una vez en una cadena de televisión en la que diversas personas manifestaban que el matrimonio civil les parecía una broma, mientras que el matrimonio canónico era muy serio. Y se entiende también que podamos hablar de matrimonio de los homosexuales si el matrimonio es pura afectividad sin más. Pero hay que sacar las consecuencias lógicas de esta postura. Si el matrimonio es pura afectividad, y nada más, caben en él los homosexuales, pero también la poligamia (¿Quién tiene autoridad para impedir a dos mujeres que se casen con un hombre, si le quieren?), o la poliandria.
Urge recuperar el sentido del matrimonio en varios aspectos. En primer lugar, volver al compromiso. Urge volver a la estabilidad del mismo: por los cónyuges y por los hijos. Es verdad que muchas personas son incapaces de pensar que pueda haber personas capaces de contraer compromisos irrevocables. Para aquellos, se puede mantener el divorcio. Para los quieran casarse con un compromiso estable, démosles esta posibilidad, como ya sucede en diversos estados de la Unión Americana : una opción entre matrimonio irrevocable y matrimonio disoluble. No se impone nada a nadie: cualquiera puede elegir. Urge volver a recuperar un sentido del matrimonio abierto a la vida. Esto es lo natural del matrimonio, lo que coincide con los deseos más íntimos del hombre y la mujer.
Luis Martínez Vázquez de Castro
Catedrático de Derecho civil. Universidad Jaime I de Castellón.