No les importa que sus cogitaciones no respondan a la realidad, sino que sean una forma del pensamiento Alicia
Gaceta de los Negocios
El primer signo de que ya estamos en precampaña electoral para las próximas legislativas lo dio el presidente del Gobierno cuando, en el debate de política general, anunció el regalo universal de 2.500 euros por cada nacimiento que ocurriese en España desde el mismo instante del anuncio. Los sufridos funcionarios hubieron de soportar, sin saber qué responder, porque ellos también se habían enterado por la radio y la televisión, un diluvio de llamadas telefónicas de papás y mamás que querían saber dónde daban las instancias y a qué ventanilla había que ir a cobrar. Este episodio ilustra muy bien no sólo que ya estamos en campaña, sino también, y acaso sobre todo, cómo funciona la cabeza del señor José Luis Rodríguez Zapatero.
En efecto, el anuncio se hizo en el contexto del autoelogio que se tributó por lo intenso de su política a favor de la familia. En esa medalla simbólica que Rodríguez se colgó figuraba, sin embargo, otra hazaña gubernamental, que él citó para demostrar lo mucho que le importa la familia: la llamada ley del divorcio exprés, que ha convertido el contrato matrimonial civil en el más desprotegido y azaroso de todo nuestro ordenamiento, y ha disparado el número de divorcios en los últimos veintiún meses hasta doscientos setenta y cinco mil, y subiendo, con un número de hijos menores afectados estimado por el Instituto de Política Familiar (IPF) en unos 450.000.
A Rodríguez le parece, pues, que esa ley protege y potencia a las familias españolas. Sería lógico pensar, a la vista de esto, que el presidente del Gobierno es un campeón mundial del cinismo. Yo no lo creo así. Yo creo que él se cree de verdad lo que dice, porque su razonamiento le parece redondo e incontrovertible: la gente quiere ser feliz, y por eso se casa con la persona a la que ama. Luego, si vienen las dificultades, la gente ya no es tan feliz. Démosle, entonces, la posibilidad -qué digo la posibilidad: el derecho- de buscar la felicidad en otra parte, cuanto más rápida y fácilmente, mejor. ¿Se puede imaginar una política más volcada en la noble tarea de facilitar la felicidad de la gente?
Así parecen discurrir el presidente del Gobierno y los demás pensadores que aprobaron la Ley 15/2005, y también parece no importarles que sus cogitaciones no respondan en absoluto a la realidad, sino que sean una manifestación del pensamiento Alicia, según el cual, por usar la feliz metáfora de Mariano Rajoy en el ya citado debate, amanece porque canta el gallo. La realidad nos muestra que el cien por cien de los divorcios son otros tantos fracasos. Y no fracasos cualesquiera, sino fracasos de todo un proyecto de vida, concebido para durar, para la realización personal de ambos cónyuges y para perpetuarse con los hijos. Yo no conozco ni un solo divorcio que no sea dramático, ni conozco a nadie que conozca un divorcio feliz. Es de mala educación decir esas cosas, y aunque los divorciados proclaman con frecuencia su felicidad, una conversación de muy pocos minutos basta para descubrir que hay que seguir viviendo, y es mejor ver el lado bueno de los desastres vitales, si lo tienen, y si no, hay que imaginárselo.
La búsqueda de la felicidad, en cambio, se sabe que es costosa, pero que valen la pena los sacrificios. Per aspera ad astra, reza el dicho clásico: por caminos ásperos se llega a las estrellas. Lo que ocurre es que no sé si vale la pena explicar esas cosas a los que sólo explotan los espasmos emocionales de los demás en su propio beneficio, aunque eso siembre la vida de gentes desdichadas, que buscan la felicidad yendo de acá para allá sin ton ni son, como pollos sin cabeza.