Hoy se dan la mano la tradición y el siglo XXI: las fiestas de la Virgen de Campanar y la consagración de la parroquia de san Josemaría Escrivá
Las Provincias
Así cantan los versos de los gozos a la Virgen de Campanar que, desde tiempo inmemorial, devotos entonaban los feligreses de la antaño espaciosa y amplia huerta cuyas verde tonalidades se perdían en el horizonte. Eran los dominios de las acequias de Rascanya y Mestalla que, cruzándose entre sí y confundiendo sus sequiols y sequiolets, llevaban el fresco murmullo de sus cristalinas aguas a estos campos de la Vega de Valencia, que eran el medio de vida del hombre de la huerta, distribuyéndolas sabia y equitativamente de acuerdo con unas normas de inmemorial tradición que establecían las ordenanzas de las comunidades de regantes de cuyo cumplimiento y justicia se encargaba el milenario Tribunal de las Aguas. Y cruzando ese mar de verdor, sólo interrumpido por la presencia de algunas alquerías, se llegaba al puente y portal Nou, o de Campanar, que daba acceso a la gran urbe.
Y este paisaje llegó hasta los años de adolescencia de quienes hoy peinamos canas; sólo el viejo camí de Trànsits, la avanzadilla de la Ciudad Sanitaria La Fe la Estación de Autobuses, la entonces Clínica de la Sagrada Familia (hoy hospital Arnau de Vilanova) vinieron a interrumpir la paz de este entorno y a preludiar lo que con el tiempo sería inevitable. La presión urbanística fue sacrificando lo mejor de la huerta y modernos bloques de viviendas fueron apareciendo alrededor de un Nuevo Centro comercial que hizo su aparición junto al río y consiguió atraer a la clientela ciudadana que, poco a poco, lo consideraría no tan lejano del centro histórico comercial de la Ciudad. Sin embargo, todavía recordamos los paseos al atardecer por el camí vell de Paterna, la ermita del Cristo del Pouet, sus naranjos, los huertanos inclinados sobre los surcos del patatal, de las cebollas y hortalizas de invierno y de verano, los nabos de Campanar, los mejores para hacer un buen arrós en fesols i naps. Hoy, ya
ni eso. Obligado tributo que hay que pagar al llamado progreso.
Amplias y modernas vías de circunvalación rodean la Ciudad sacrificando la huerta, el Pouet y las alquerías de su entorno; el Nou Campanar, moderna zona residencial con sus padels, piscinas y valladas zonas ajardinadas se extiende por la misma y un amplísimo bulevar de las Cortes con sus rascacielos ha cambiado totalmente el paisaje urbano. Rascanya y Mestalla, el braç de Petra, ya se hallan sepultadas y sus riegos, desaparecidos. La huerta pide a gritos la declaración de zona protegida, al menos para que nuestros hijos y nietos puedan saber lo que fue el paisaje rural que dejaron en sus lienzos los pintores y cantaron nuestros escritores y poetas.
Sin embargo, todo es opinable. No se pueden analizar las cosas con la visión romántica del etnólogo, añorante, pensando que cualquier tiempo pasado fue mejor. Hoy tenemos centros asistenciales, Palacio de Congresos, modernos hoteles, centros de ocio, nuevas y grandes áreas comerciales
; sin embargo, uno admira cómo el pueblo de Campanar ha sabido conservar fiestas, costumbres, tradiciones, deportes, devociones, procesiones
que le recuerdan que todo ello sigue vivo entre sus gentes.
Y, como también crecen las necesidades espirituales de una población en considerable aumento, una nueva parroquia va a ser inaugurada el próximo día primero de julio bajo la titularidad de un santo de reciente canonización: San Josemaría Escrivá de Balaguer, quien subió a los altares en el año 2002. Se suma a la antigua parroquia de la Virgen de Campanar y a la más moderna de San Ignacio de Loyola en el plan de las seis parroquias que, por la permuta de los solares del viejo proyecto de ampliación de la Basílica de la Virgen, va erigiendo el Arzobispado en las áreas de crecimiento de la Ciudad. Estamos convencidos de que, desde su ubicación en la moderna área de desarrollo de la ciudad, el Santo intercederá para proteger a su feligresía y a este singular espacio de la huerta de Valencia.
Y la elección de la titularidad del nuevo templo está más que justificada, dada la estrecha relación que Escrivá de Balaguer mantuvo con nuestro pueblo, cuya idiosincrasia captó desde un principio. Observando la sacrificada labor del agricultor junto al cauce del Turia comentaría: Se dice de los valencianos que son pensat y fet: pura improvisación y falta de continuidad; y yo he comprobado que no es así: a la orilla del río aprovechan para hacer sembrado, y muchas veces se los lleva una riada. Pero no creáis que desisten: vuelven a sembrar de nuevo. Eso no es improvisación, sino perseverancia. Pues en la vida interior hay que saber hacer lo mismo.
También es cierto que largas y frecuentes fueron las estancias del Santo en nuestra Ciudad, dirigiendo tandas de ejercicios en la Casa de las Operarias Catequistas (las Doctrineras) o en la casa de los jesuitas de La Purísima, ambas en Alaquàs; en el Colegio Mayor San Juan de Ribera de Burjasot; en la Casa de Religiosas del Servicio Doméstico de la calle del Trinquete de Caballeros. Su entrañable relación con don Eladio España, hoy en proceso de beatificación, y el Colegio de Corpus Christi; su amistad con el rector del Seminario, don Antonio Rodilla, ilustran su biografía y difusión de su Obra en nuestra Ciudad. La apertura del primer centro El Cubil- en la calle de Samaniego y la primera Residencia de Estudiantes en el rincón de la misma calle, núm. 16, en una vieja casona con acceso también por la plaza de Cisneros, son jalones de los primeros tiempos. Por todo ello, no extraña que la primera edición de su libro más conocido, Camino, tuviera lugar aquí en Valencia; compuesto en los talleres de La Semana Gráfica, fue impreso en Gráficas Turia, en la calle Salvador Abril, 12. Actualmente se han editado de esta obra más de cuatro millones y medio de ejemplares en trescientas sesenta ediciones; su traducción a 43 idiomas explica el impacto de la obra entre personas de las más diversas mentalidades, incluso no católicas.
La última visita que el Santo realizó a la ciudad del Turia fue el 17 de noviembre de 1972, al Colegio Mayor La Alameda, residencia de estudiantes a la que se trasladaron en 1954 desde la calle de Samaniego; fue su residencia la casa de retiros de La Lloma, en la sierra Calderona, cercana a las poblaciones de Rafelbunyol y El Puig. Visitó entonces la iglesia de San Juan del Hospital que, desde 1966, en tiempos del arzobispo Olaechea fue encomendada al Opus Dei para la recuperación del culto, así como el Colegio Guadalaviar, primer colegio promovido por mujeres de la Obra, en 1959. Todavía volvió a la ciudad de Valencia, en enero de 1975, con una deteriorada salud por su pérdida de visión, residiendo en La Lloma. Falleció el 26 de junio de 1975.
Hoy se dan la mano la tradición y el siglo XXI: las fiestas de la Virgen de Campanar y la consagración de la parroquia de san Josemaría Escrivá.