Necesitamos redescubrir la cercanía y la actualidad de los santos. Son historia, pero también presente
El Mundo
Hoy, 26 de Junio, celebra la Iglesia la fiesta de San Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei. En Castellón, en la iglesia concatedral de Santa María, a las 8 de la tarde, habrá una Misa en su honor, al igual que en otras muchas ciudades de los cinco continentes, tal como se informa en la página web del Opus Dei (www.opusdei.es). Y dentro de unos días, en Valencia, se inaugura la primera parroquia dedicada en España a San Josemaría, con la presencia del arzobispo de Valencia y del obispo prelado del Opus Dei.
En los medios de comunicación informamos y opinamos de la vida real actual. Tengo la impresión de que, en ocasiones, lo hacemos con un cierto prejuicio de que el hecho religioso apenas forma parte de la vida real actual y, por tanto, aludir a un santo puede sonar a recurrir al pasado o a hablar de planes utópicos para el futuro. Hay una cierta explicación lógica: en efecto, nadie es santo en vida, pues los defectos nos acompañan a todos hasta la muerte. Pero algunos católicos viven heroicamente, santamente, su vida y, de entre ellos, la Iglesia Católica canoniza a algunos.
Benedicto XVI afirmó, hace unos días, que acercarse a Dios no supone alejarse de los hombres. El cristiano que se esfuerza por ser coherente busca la cercanía con Dios y percibe que se incrementa su cercanía con los hombres. Cada cristiano, con su temperamento y personalidad bien distintos en cada uno, participa de los afanes e ilusiones también del dolor- de parientes y amigos, de colegas y vecinos, con la fuerza e intensidad con que vive cerca de Dios, o al menos lo intenta. Por eso, la fe coherentemente vivida aporta un caudal incalculable para las personas y la sociedad, facilita la convivencia en libertad y solidaridad.
Hace unos días, un amigo me dio a leer unas fotocopias de unas cartas del fundador del Opus Dei a un religioso, el Padre Silvestre Sancho. Me impresionó una de ellas, manuscrita en un folio por las dos caras, porque le insistía, una y otra vez, a ese religioso que debía descansar. La invitación al descanso evoca párrafos de los Evangelios y de la propia creación, pero parece que nos hayamos quedado con una cierta visión deformada del Cristianismo, como si fuera una síntesis de prohibiciones y de objetivos casi inalcanzables para ciudadanos corrientes.
Juan Pablo II calificó a San Josemaría Escrivá como el santo de lo ordinario: su vida santa y su predicación incesante tuvieron el eje de que es, en medio de las cosas más materiales de la tierra, donde debemos santificarnos, sirviendo a Dios y a todos los hombres, o -en otras palabras suyas- que cualquier modo de evasión de las honestas realidades diarias es para vosotros, hombres y mujeres del mundo, cosa opuesta a la voluntad de Dios.
Necesitamos redescubrir la cercanía y la actualidad de los santos. Son historia, pero también presente. Son tan cercanos a nosotros como la vida corriente que desarrollamos, si nosotros queremos: es la grandeza de los santos y de nuestra libertad. Me atrae un santo que anima a trabajar
y a descansar.