Lo importante es que cada una de las familias que tienen a Dios en el centro de sus vidas sepamos transmitir a nuestros hijos la fe que profesamos
Las Provincias
Para los que tenemos una visión trascendente de la vida, puede, en ocasiones, parecernos que nuestra sociedad ofrece una poco esperanzadora perspectiva, si de vivir de cara a Dios se trata. No hay nada más que contemplar algunas costumbres sociales que parece se imponen entre nosotros; algunos textos legales, con los que determinados grupos ideológicos, con inusitada machaconería, quieren cambiar la concepción cristiana de nuestra sociedad. Parece que no hay nada más que asomarse y mirar lo que nos rodea para tener la impresión de que la afirmación de Nietzsche, de que Dios ha muerto, se está cumpliendo. Sin embargo, existen objetivas razones para los que no queremos alejar a Dios de nuestras vidas para creer que el pensador alemán, como en otras cosas, erró en su diagnóstico sobre el porvenir divino. No, Dios no ha muerto, Dios vive en muchos de nosotros y en nuestros hijos, y ellos serán capaces de transmitir esta vivencia a los suyos, de esto no tengo ninguna duda.
El pasado 25 de mayo, don Agustín García-Gasco, nuestro querido señor arzobispo, tuvo el paternal gesto de recibir a mi familia en su casa y de celebrar para nosotros la santa misa en la capilla del palacio arzobispal. No voy a transcribir aquí las sensaciones de felicidad, de plenitud, que a todos nosotros nos recorrieron el alma, especialmente a mi esposa y a mí, al ver a tanta gente joven acercándose a la mesa del altar de Dios con la alegría del que sabe que ha encontrado el verdadero camino de la vida. En ese momento tuve la sensación, yo diría que el profundo convencimiento, de que Dios no ha muerto, de que Dios vive, y sin duda vive alegre, en muchas de nuestras familias.
Al final, don Agustín, nos despidió en la puerta de su casa, y la calle, esa preciosa plaza que frecuentemente es lugar de encuentro para tantos recién casados, que quieren dejar constancia de que inician su vida matrimonial cerca de la Iglesia, se llenó de jubilosa alegría cuando un grupo importante, pues así era, de niños rodearon a nuestro pastor para despedirse de él. Yo diría que esa imagen de don Agustín unido a tanta juventud tampoco parece muy acorde con la afirmación de Nietzsche. Como antes decía, Dios no ha muerto, Dios vive y vive con alegría en nuestras familias.
Después, cuando camino de mi casa iba rumiando lo que habíamos vivido, emergió en mí la consideración profesional de lo ocurrido esa tarde. Y digo profesional, porque en mi trabajo investigador, durante mi ya larga trayectoria médica, he tratado de plantearme la ciencia a la luz de la evidencia experimental. Y la evidencia social también me anima a pensar que Dios no ha muerto, pues es razonable admitir que considerando el numeroso grupo de familias valencianas que plantean su vida de cara a la trascendencia y son generosas en su apertura a los hijos, en unas cuantas generaciones la mayoría de nuestros conciudadanos tendrán a Dios por referencia. Para comprobarlo basta hacer unos sencillos cálculos.
Es decir, el problema no es saber si Nietzsche tenía razón o la tenemos los que hemos puesto a Dios como objetivo de nuestras vidas. Lo importante no es seguir con el debate de si Dios ha muerto o vive en nuestra sociedad. Lo importante es que cada una de las familias que tienen a Dios en el centro de sus vidas sepamos transmitir a nuestros hijos la fe que profesamos, para tener la seguridad, yo diría la evidencia, de que Dios vive, de que seguirá viviendo en nuestra sociedad.
Por eso, nuestro queridísimo papa Benedicto XVI, en su visita a nuestra ciudad el pasado mes de julio, eligió para ese evento, el acertado lema La familia, transmisora de la fe, porque si esto lo cumplimos, y no tengo ninguna duda de que así será, Dios no habrá muerto en nuestra sociedad, Dios vivirá en nosotros y en nuestros hijos.