Aceprensa
La influencia de la religión en la política está de actualidad. Lo que pasa es que para algunos medios de comunicación el factor religioso en la política mundial se reduce a hablar de guerras de religión, kamikazes y coches bomba. Lo que les confirma algo que sospechaban desde hace tiempo: que la religión encierra dentro de sí un germen de violencia. Frente a este planteamiento, el último libro de Keith Ward, "Is Religion Dangerous?" (1) propone aparcar la retórica para colocar los hechos en su contexto.
En "Is Religion Dangerous?", Keith Ward, profesor de teología en el Gresham College, de Londres, se plantea si la religión es el caldo de cultivo del fanatismo. Parte de la idea de que en lugar de hacer acusaciones genéricas sobre la "peligrosidad de la religión", debemos preguntarnos si una religión en particular en un contexto específico puede ser peligrosa. La respuesta a esta cuestión variará según las circunstancias.
La amenaza del terrorismo islamista ha traído consigo la preocupación por la violencia inspirada en la religión de Mahoma. Pero esta es solo una de las interpretaciones posibles del islam. "En último término explica Ward el Dios del islam es un Dios compasivo y misericordioso; un Dios que condena la violencia y prescribe el respeto al prójimo". Por esta razón, "el terrorismo islamista es una corrupción del islam".
Es cierto que en el Corán uno puede encontrar textos guerreros e invocaciones pacíficas, llamadas al combate contra el infiel y prescripciones de tolerancia. Cada uno destacará lo que quiera. Pero si algunos utilizan algunos de esos pasajes para justificar la violencia, habrá que preguntarse por qué ocurre esto en algunos contextos sociales y no en otros. El islam de Malasia no produce los mismos resultados que el de Afganistán.
Claro que las creencias del grupo terrorista Al Qaeda son peligrosas. Pero, ¿se trata de creencias religiosas? Para responder a esta pregunta, Ward recurre a un informe del Joint Intelligence Committe realizado en 2006 para el servicio de inteligencia británico. Allí aparecen los motivos que inducen a matar a estos terroristas: "la guerra de Irak, la penuria económica, la exclusión social y el descontento con algunos líderes políticos nacionales". La religión no aparece citada por ninguna parte.
En la misma línea, el informe anual de 2006 del International Institute for Strategic Studies concluye que los conflictos más graves que tienen lugar en la actualidad no están motivados por causas religiosas. Así, en Irak y en Afganistán, las principales causas de la violencia son los profundos desacuerdos en torno a problemas que tienen que ver con "etnicidad, identidad, poder, recursos, desigualdad y opresión".
Ward no niega que existan grupos terroristas con motivaciones religiosas, igual que ha habido y hay otros con motivaciones ideológicas secularistas. Es verdad que algunos quieren imponer la ley islámica por medio de la fuerza y el terror. Pero tampoco en este caso se puede decir que el problema esté en las convicciones religiosas. Más bien, está en las raíces ideológicas de las que se nutren tales grupos y en el contexto social y cultural en que se desarrollan. Muchos de ellos son movimientos de izquierdas o bien nacionalistas de extrema derecha, o bien se trata de grupos étnicos. Sólo en un pequeño porcentaje están aglutinados por motivos religiosos.
Por eso, Ward insiste en que es preciso distinguir entre musulmanes e islamistas radicales: no se puede identificar a la mayoría del mundo islámico con los grupos más extremistas.
La religión islámica no es la única que está hoy bajo sospecha. También el cristianismo se ha tenido que sentar en el banquillo de los acusados, especialmente por las culpas del pasado como las Cruzadas y la Inquisición.
Para responder a estas críticas, Ward destaca que "los cristianos creemos en un Dios que condena la violencia y que manda amar al prójimo como a uno mismo, también a los enemigos". Si algunos cristianos han recurrido a la violencia en el pasado, la explicación habría que buscarla en la naturaleza humana: todos los seres humanos son susceptibles de la tentación del mal, sean religiosos o no.
A propósito de esto, Ward recuerda que cualquier sistema de ideas puede ser utilizado para fines execrables. "La democracia liberal puede ser peligrosa y a veces de hecho se ha corrompido, pero esto no significa que la democracia sea una cosa mala o que estemos mejor sin ella".
También hay que tener en cuenta el progreso moral. A nadie se le ocurre decir, recuerda Ward, que el sistema legal británico actual sea malo sólo porque en el pasado aprobara la esclavitud o no dejara votar a las mujeres. El sistema ha evolucionado para mejor.
Ward admite que hay ejemplos de violencia inspirados en el cristianismo. No obstante, suelen ser situaciones en que se ha mezclado la religión con las instituciones políticas. "La religión no causa la intolerancia. Más bien, es la intolerancia la que se apropia de la religión para lograr un barniz de moralidad". En este sentido, es elocuente la conclusión de un estudio del sociólogo británico David Martin, "Does Christianity Cause War?" (Oxford, 2002): allí donde hay separación entre religión y política, la convivencia entre los miembros de distintas confesiones es pacífica.
¿Es positiva la religión?
A la hora de analizar la historia, algunos pensadores se empeñan en resaltar sólo los males causados invocando motivos religiosos. Pero curiosamente no suelen molestarse en anotar los múltiples beneficios que han traído las religiones. Así, los incontables millones de personas que han dedicado sus vidas al servicio de los demás en nombre de Cristo, de Buda o de Alá son borrados de la historia humana.
Como recuerda Ward, el cristianismo tuvo un claro efecto humanizador en el imperio romano: propugnó la abolición del infanticidio, elevó la condición de la mujer, impulsó la creación de los primeros hospitales e instituciones destinadas a cuidar a los pobres y ancianos...
Más tarde, en las campañas contra la esclavitud, los cristianos tuvieron un papel decisivo Y lo mismo puede decirse respecto de los derechos de las mujeres. Es verdad matiza Ward que no todos los cristianos apoyaron esas causas, pero los que sí lo hicieron se inspiraban muchas veces en sus creencias religiosas. En la actualidad, la religión ha aportado con frecuencia soluciones pacíficas en muchos conflictos.
Aquí Ward da otra vuelta de tuerca: "Cuando la gente dice que la religión es peligrosa, en realidad quieren decir que ellos creen que determinadas prácticas de algunas religiones son peligrosas". Para ilustrar esto pone el ejemplo de los cuáqueros: "Resulta difícil imaginar un grupo de personas más pacífico; no obstante, cualquiera que piense que el pacifismo es inaceptable, pensará que los cuáqueros son peligrosos".
También fue muy criticada Teresa de Calcuta cuando empezó a recoger a pobres y moribundos de las calles. Algunos dijeron entonces que su labor tenía un efecto pernicioso, que la caridad no resolvía el problema de la pobreza y que sería mejor destinar el dinero a fomentar la contracepción. La conclusión de Ward es rotunda: "Aunque uno no esté de acuerdo con los cuáqueros ni con la Madre Teresa, por lo menos tiene que quitarse el sombrero ante la integridad y el heroísmo de estas personas".
Los atentados del 11 de septiembre de 2001 están en el origen de un movimiento intelectual por ahora pequeño, y un tanto difuso. No es un bloque compacto, sino un grupo informal de pensadores que se han propuesto defender el ateísmo planteando un ataque frontal contra la religión. El más conocido es el profesor de Oxford Richard Dawkins, autor de "The God Delusion".
El rasgo común más característico de estos pensadores es que conciben a Dios como un engaño, por lo que tratan de liberar al mundo del dogmatismo de la religión. Lo que parecen decir tácitamente podría traducirse así: "Nosotros hemos alcanzado el puesto más alto en la escala del progreso humano. Vosotros sois supersticiosos y no estáis cualificados para la vida moderna. Pero no os preocupéis: os salvaremos de vuestra ceguera intelectual".
Los "nuevos ateos" miran con admiración todo lo referente a la Ilustración pues, en su opinión, este movimiento liberó a la humanidad de los mitos y de las fantasías religiosas. Aunque Ward no pone en duda algunos logros de la Ilustración, sí cuestiona que la progresiva retirada de la religión de la vida pública haya traído más beneficios. "En determinadas condiciones sociales, el secularismo puede ser causa de graves males mientras que la religión puede salvaguardar el bien".
Conviene no olvidar que las mayores atrocidades de la historia se han cometido en nombre del ateísmo: nunca hasta el siglo XX se había matado tanto, y nunca con tanta saña. "Si hay un sistema de ideas que se pueda identificar fácilmente como fuente del mal (...) esas son las ideologías antirreligiosas de Alemania y Rusia, del Norte de Vietnam y de Corea del Norte".
En contra de lo que sostienen los cruzados ateos de la ciencia, la historia demuestra que "fue el pensamiento religioso, y no el secularismo, quien propugnó la idea de que la naturaleza humana se apoya en la racionalidad. Entre los grandes defensores de la razón se encuentran pensadores de la talla de Anselmo, Tomás de Aquino, Copérnico, Kepler o Newton; todos ellos creyentes".
La fe cristiana ha estimulado la investigación racional del mundo material, al creer que responde a un orden dado por Dios, que el hombre puede descubrir. La creencia cristiana en la dignidad de la vida humana tuvo un papel crucial en el desarrollo de los ideales de los derechos humanos. La religión, concluye Ward, puede ser una de las fuerzas más positivas para el bien de la vida humana.
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