Los valores no son exclusivos de nadie, sino un gran activo social y político que despierta un creciente interés en los ciudadanos
Abc
El primer día de la presente campaña electoral, José Luis Rodríguez Zapatero acusaba a Mariano Rajoy de tener «principios de hojalata». La respuesta del líder de la oposición no se hizo esperar y al día siguiente comparó al presidente del Gobierno con Groucho Marx: «Estos son mis principios y si no le gustan, tengo otros». Al margen de la retórica, ambas declaraciones coinciden en colocar los valores como tema de campaña.
Esta tendencia es común en todos los procesos electorales que se celebran últimamente. En muchas elecciones democráticas se está votando más por valores concretos que por paquetes ideológicos completos y cerrados. Los valores éticos han entrado de lleno y de forma explícita en la escena política del mundo occidental, condicionando el mensaje y la acción de sus principales líderes. Tres casos recientes pueden ilustrar la situación.
Las elecciones francesas han sido, quizá, las más globales de su historia. No sólo por la cobertura mediática, sino porque el debate entre los candidatos ha girado sobre valores que preocupan en todo el mundo. Temas como la autoridad, la feroz crisis escolar, el esfuerzo y la identidad nacional. Esos discursos, ese tipo de mensajes, han dominado la campaña, que ha terminado por interesar de verdad y provocar una participación histórica. Jacques Marseille, catedrático de la Sorbona, señaló que hoy nadie duda de que la retórica filantrópica del «prohibido prohibir» ha resultado nefasta para la sociedad. José Antonio Zarzalejos puso de manifiesto, magistralmente, que el discurso de Sarkozy había sentenciado a muerte la vigencia del acervo de contravalores que introdujo el mayo del 68.
Puede fácilmente concluirse que el vencedor, Nicolás Sarkozy, un hombre político de derechas, conservador y republicano, se presentaba ante la opinión pública francesa y mundial orgulloso de todos sus valores. Su propuesta no era otra que terminar con la exaltación desastrosa del nihilismo demagógico y con el relativismo moral y la hipocresía que habían dominado la vida pública de su país, a diestra y siniestra, al menos durante las presidencias de Miterrand y Chirac. Hoy es presidente de una de las grandes naciones de la tierra.
El segundo ejemplo viene de los Estados Unidos de América donde, hace algo más de un año, se celebraron unas elecciones que devolvieron a los demócratas el control del Senado y de la Cámara de Representantes. En ellas el voto moral también fue decisivo. Las elecciones legislativas norteamericanas fueron acompañadas de un gran número de referendos sobre el aborto, el matrimonio y las uniones homosexuales y la experimentación con embriones. Se empezó a hablar, entonces, de los votantes de valores -«value voters»- como un colectivo clave del mapa electoral. Se trata de una creciente masa de electores que orienta su voto por cuestiones que podríamos denominar «de principios».
El caso de los Estados Unidos pone de manifiesto que el voto moral no es patrimonio de la derecha ni de la izquierda. Los arquetipos ideológicos tradicionales pueden estar resquebrajándose en virtud de la aparición de los votantes de valores. En Dakota del Sur, por ejemplo, fue rechaza una ley que prohibía el aborto en todos los casos excepto en el de peligro para la vida de la madre. Aunque el 56 por ciento de los votantes se opuso, el gobernador republicano Mike Rounds mantuvo su puesto a pesar de que firmó esa ley finalmente revocada. En Arizona, mientras se rechazaba la enmienda destinada a proteger el matrimonio, fueron aprobadas tres medidas aparentemente contrarias a los inmigrantes. En Virginia, se calcula que el 30 por ciento de los votantes demócratas apoyaron la enmienda para proteger el matrimonio.
Esta ruptura de los modelos que se han asociado durante décadas a cada uno de los partidos quedó subrayada por la victoria de algunos demócratas de perfil centrista. El senador demócrata Bob Casey, elegido en Pensilvania, es un católico que ha reconocido públicamente su oposición al aborto. Jon Tester, también demócrata, un ranchero de trazas militares amante de las armas, fue elegido senador por Montana. El nuevo senador demócrata por Virginia, Jim Webb, fue secretario de la Marina con el presidente Reagan. Heath Suler, joven demócrata elegido por Carolina del Norte para la Cámara por primera vez y ex jugador de fútbol americano, se declara devoto cristiano -de religión baptista- y se opone al aborto. Brad Ellsworth, nuevo congresista demócrata de Indiana, es un católico de origen humilde que se opone al aborto y a los matrimonios homosexuales. En los EE.UU. se siguen multiplicando las previsiones sobre el modo de manejar un grupo político tan heterogéneo en algunos aspectos.
Brasil es el tercer escenario del auge de los valores en la vida pública. Allí, su presidente, Lula, recibía hace unos días a Benedicto XVI y declaraba que se siente unido con el Pontífice en la defensa de la familia y la lucha por los más pobres. Valores «de derechas» a la izquierda y al revés, presentando algo parecido a un «ethos asimétrico». Ya Navarro Valls, en su día, denunciaba lo contradictorio que es considerar que algunas cuestiones -como la guerra de Irak- no tienen implicaciones éticas. Discursos como los de Sarkozy o Lula introducen en la política un elemento transversal que conecta con las aspiraciones y los sentimientos de amplias capas de la población.
Los valores no son exclusivos de nadie, sino un gran activo social y político que despierta un creciente interés en los ciudadanos. Una derecha e izquierda distintas son posibles. Ni una es la exclusiva depositaria de los valores tradicionales ni la otra la única defensora del progresismo solidario y sostenible. Con esta filosofía se presentaba recientemente en Madrid una ilusionante iniciativa, la fundación «Ciudadanía y Valores», que reúne a profesionales de diferentes disciplinas y orientaciones políticas preocupados por fundamentar unos valores que sirvan para favorecer un encuentro razonable en el ámbito público, independientemente de los puntos de partida personales.
El discurso de los valores éticos, de los principios, cotiza al alza porque la gente esta interesada en ellos. En los próximos años se avecina una lucha por los votantes de valores. Tal vez sea el singular mar de fondo que explique las sorprendentes acusaciones cruzadas de los que, realmente, son los principales candidatos de las próximas elecciones locales y autonómicas en España. Muchos ciudadanos se sienten alejados de las disputas partidistas, y manifiestan su desagrado por la división de los líderes en los temas que realmente les preocupan. Ha llegado la hora de que nuestros políticos apuesten por los valores por encima de los intereses coyunturales. Si se sitúan en ese terreno, además, se encontrarán allí con millones de ciudadanos.
Javier Cremades, abogado experto en Derecho de la Información