Cristo ha redimido a todos los que libremente lo aceptan: Él es el único mediador universal a través de la Iglesia
La Gaceta
Un documento de la Comisión Teológica Internacional, publicado el pasado 20 de abril, explica las sólidas razones teológicas para sostener lo que dice el título: La esperanza de salvación para los niños que mueren sin haber sido bautizados. Observa el texto que era un tema que convenía aclarar, porque el número de los niños muertos sin bautizar ha ido aumentando en nuestra época relativista, también como consecuencia de la fecundación in vitro y los abortos.
Pertenece a la fe católica que en el cielo sólo se puede entrar sin pecado ni rastro de pecado. Algo falló al principio, como atestiguan la experiencia personal y las culturas, por lo que todos nacemos con una cierta esclavitud hacia el mal, y que llamamos pecado original.
Dios quiere que todos lo hombres se salven. Cristo ha redimido a todos los que libremente lo aceptan: Él es el único mediador universal a través de la Iglesia. En consecuencia, el sacramento del bautismo es necesario para la salvación de todos aquellos que llegan a conocer el Evangelio. Al mismo tiempo, según el Concilio Vaticano II, el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de Dios sólo conocida, se asocien a la muerte y resurrección de Cristo, que es la gracia concedida en el bautismo.
Desde los primeros siglos se ha considerado que los que mueren sin bautizar, pero con el deseo de incorporarse a la madre Iglesia (catecúmenos), o en el martirio, se salvan. Posteriormente se llegó al convencimiento de que todo el que busca la verdad y lleva una vida recta, aunque no haya conocido el Evangelio, también puede salvarse (en misteriosa conexión con Cristo y la Iglesia). Esa línea de razonamiento se amplía ahora para estos niños que, viniendo al mundo con el pecado original, no han cometido ningún pecado personal.
La comunidad cristiana en su fe (Catecismo de la Iglesia Católica), en su liturgia (funerales específicos para estos niños) y en las orientaciones de sus pastores, confiesa, en efecto, la esperanza de que esos niños están en el cielo. La madre Iglesia, representada admirablemente por María, Virgen y Madre, asume la esperanza de tantos padres y reza también por los que nadie reza. A ello ha contribuido, se dice en el documento, un redescubrimiento de la misericordia de Dios, del amor preferencial de Jesús por los niños y de la acción inefable del Espíritu Santo, junto con la gran profundización acerca de la naturaleza de la Iglesia como germen de la comunión anhelada por la humanidad.
Respecto al modo concreto en que Dios les quitaría el pecado original (en todo caso asociación con la muerte y el sufrimiento de Cristo), nos es desconocido. Sólo sabemos con certeza que el sacramento del bautismo es medio seguro de salvación, y por eso sigue en pie, para los padres cristianos, la obligación grave de bautizar a los niños.
De esta manera la teología católica se ha ido distanciando de la explicación del limbo. Un lugar donde esos niños tendrían una felicidad natural, pero sin ver a Dios ni entrar en la vida eterna. Esta doctrina, que nunca ha sido declarada de fe por la Iglesia, permanece como lícita opinión para quien la quiera sostener.
En todo caso, los cristianos tenemos motivos de alegría y agradecimiento a Dios, al comprobar las razones de nuestra esperanza: la infancia rescatada en la esperanza de la madre.
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Ramiro Pellitero, profesor de Teología pastoral en la Universidad de Navarra