"Los totalitarismos no han desaparecido; se han vuelto más sofisticados (...). Lo más novedoso es que se expanden sin que los ciudadanos se percaten fácilmente de ello"
Diario de Granada
Los totalitarismos no han desaparecido; se han vuelto más sofisticados. Ya no es necesario un general que los inaugure, ni un grupo revolucionario que asalte el "Palacio de Invierno"; ni tan siquiera el golpe de un partido para hacerse con el poder. Hoy se manejan otros hilos; se introducen en la sociedad de forma menos aparatosa. Utilizan la psicología de masas, el intervencionismo social y los poderosos medios de comunicación que la tecnología pone al alcance de la mano. Son el verdadero cáncer de las sociedades contemporáneas, aunque éstas puedan mantener externamente formas democráticas. Lo más novedoso es que se expanden sin que los ciudadanos se percaten fácilmente de ello. Veamos algunos puntos de apoyo en que se basan.
Un camino fecundo y muy actual para su implante es el que se vale de la desvertebración social y cultural. Para ello es preciso ahondar en el rabioso individualismo de las sociedades desarrolladas, atacando o ridiculizando las formas clásicas de cohesión entre los individuos (la familia, la religión, las raíces culturales, la patria, etc.) y sus expresiones. Suele ir acompañado de un paralelo vaciamiento moral, gracias al cual los miembros de la sociedad no son capaces de discernir entre lo bueno y lo malo, la verdad y la mentira. Es lo que se ha dado en llamar la "dictadura del relativismo": puesto que no hay verdades absolutas, es más, la Verdad no existe, cualquier verdad parcial o, simplemente, la mentira disfrazada de verdad puede llegar a sustituirla sin gran problema.
Este fenómeno tan irracional, para que sea digerible, debe presentarse con el aval de la tolerancia, que, como una buena capa, todo lo tapa. De esta forma, la inconsistencia se convierte en virtud y, de paso, cualquier propuesta "vendida" desde el Poder puede colar, siempre que se la presente así. En contraposición, se rechazará como fanático e intolerante a quien tenga convicciones sólidas y enjuicie desde ellas las cosas, aunque no esté en su deseo imponerlas. Éste es el peor sambenito que hoy te pueden echar. Ciertamente, las personas o instituciones que, como la Iglesia, pretender decir algo con valor normativo son atacadas en su nombre, sin mediar contemplaciones y, a veces, con virulencia.
Se trata a continuación de inducir unos determinados tópicos sustitutorios (a veces muy simplones) y comportamientos, que el "consumidor" asumirá sin darse cuenta ni percibir de manera cabal sus implicaciones. Conviene, sin embargo, que con ellos pueda regalársele el oído y le proporcionen al adoptarlos una sensación de utilidad. De esta forma, el camino para la instauración de un totalitarismo silencioso se realiza más fácilmente. Se entiende así que ideas erradas, sin una mínima base crítica, incluso destructivas para la persona, vayan afianzándose socialmente.
El impulso desde el Poder, aprovechando los medios a su alcance (enseñanza, discriminación en el ejercicio de su protectorado cultural o el control de los medios de comunicación al servicio del mismo), resulta, cómo no, de una ayuda inestimable. No se trata tan sólo de que las informaciones ofrecidas sean sesgadas, sino de que utilicen métodos modernos (mover la sensibilidad, no hacer autocrítica, primar lo excepcional sobre lo corriente, etc.) para ganar el asentimiento de las masas a ciertos temas considerados prioritarios por los estrategas del totalitarismo.
Puede completarse el cuadro con la satanización del opositor, del disidente. Tras provocarle, se le atribuyen reacciones exageradas, ideas intolerantes y actitudes peligrosas, tales como la crispación, el juego sucio o, sencillamente, el ir contra la democracia. Se le convierte así, automáticamente, en un enemigo del pueblo, en un fascista, xenófobo o reaccionario, según los casos, con claro provecho del acusador.
Por último, englobándolo todo, importa promover, como un factor importante, el miedo a posibles represalias de distinta índole (acoso personal y/o familiar, amenazas, obstáculos para el reconocimiento y la promoción, anulación y, en casos extremos, muerte) a cargo de quienes representan las posiciones exclusivistas. Los totalitarismos clásicos añaden también una red de "espías", asalariados o espontáneos, que trabajan para el Poder convencidos de la bondad del sistema o por ser beneficiarios del mismo, actuando en operaciones de "limpieza", denuncia y vigilancia.
Tal es el panorama que puede presentársenos, si los ciudadanos no apostamos por la libertad de espíritu y de conciencia día a día, a pesar de su, a veces, elevado coste. La democracia no está asegurada del todo.
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Manuel Bustos Rodríguez es catedrático de Historia Moderna de la Universidad de Granada.