La mujer y el hombre son portadores de una capacidad asombrosa: llevar vida en sus cuerpos para dar lugar a otras vidas mediante la unión conyugal
Uno con una para toda la vida. Con esta sabia sencillez de la experiencia, oí en alguna ocasión definir el matrimonio. No difiere mucho de la bella expresión empleada por el último Concilio, y repetida por Juan Pablo II: comunidad de vida y amor. Porque esa singularísima unión es de uno con una para toda la vida y para comunicar la vida. La mujer y el hombre son portadores de una capacidad asombrosa: llevar vida en sus cuerpos para dar lugar a otras vidas mediante la unión conyugal. Pero esa especial comunión se realiza en el amor, expresa el amor y se transforma en los amores nuevos e inefables, que son los hijos. Esa comunidad de vida y amor de un hombre y una mujer es el matrimonio natural. Otras formas de unión serán una realidad diversa porque son incapaces de crear vidas a través del cariño. Se ama para siempre con el cuerpo y el alma.
Es lógico que sea para siempre. Se transmite la vida, en un contexto que exige fidelidad, porque sólo esta es fecunda, no para la mera producción de seres, sino en su engendramiento, que es algo muy distinto. Un ser humano se engendra, no se produce dignamente entre probetas y tubos de ensayo, o en uniones cambiantes por el capricho; ha de ser natural y nacido de ese amor plenamente humano, que exige entrega única y diferente a todo otro tipo de entrega. Lo de hijos sí, padres no, es demasiado pasado y altamente superficial: un hijo no es un derecho, una mercancía.
Por lo que se refiere a las uniones pasajeras hay que señalar que algunos han convertido la sexualidad en un mero goce hasta el hastío, en pasatiempo insaciable de novedades egoístas, en hedonismo de corto placer que busca enseguida otras experiencias. El sexo descontextualizado del matrimonio y de los hijos es estéril, algo completamente ajeno a su propia esencia, que es vida. Y cuando la produce un encuentro pasajero, sin control, sin familia, es irresponsable por traer hijos fuera de una auténtica comunión de vida y amor, hijos que pagan los platos rotos de una unión efímera, o de su búsqueda fuera del ámbito natural que le es propio.
Sólo la familia natural abierta a la vida y capaz del amor estable merece este nombre y es el único cauce seguro –con la seguridad de que somos capaces los mortales– para crear un espacio de felicidad. En esa familia normalmente constituida no es todo idilio fácil. Hay risas y llantos, problemas y soluciones, dolor y alegría, responsabilidad y trabajo. Hay entrega, la entrega que forja hombres y mujeres capaces de sacar una sociedad adelante. El frivoleo de saltar de flor en flor, el encuentro a ciegas, la fiesta que engancha por una noche, etc., sólo sirven a quienes desean sociedades débiles, sin criterio y sin libertad, aptas para ser dominadas por los detentadores del poder y del dinero, que someten fácilmente al pobre bruto que llevamos dentro.
La familia que la naturaleza ha creado es la constituida por matrimonios que hacen crecer su amor desinteresadamente, que huyen del egoísmo de la fácil infidelidad o de la búsqueda de sí mismos, que se realizan en la entrega y el olvido propio. La maternidad o paternidad responsables no consisten en traer pocos hijos al mundo, si la razón es que restarían posibilidades de vivir mejor, harían imposible el capricho o impedirían la posesión de una nueva vivienda, mejores coches, viajes o todo tipo de instrumentos de diversión.
Estamos en vísperas de elecciones. ¿Qué se promete a la familia generosa? ¿Qué políticas familiares se ofertan? ¿Qué sanidad y libre educación de los hijos? ¿Cuáles son los modelos que se exponen para tirar hacia arriba de la sociedad? ¿Cómo se motiva a los padres y madres a llegar al fondo en la formación de los chavales? ¿Qué tipo de sociedad va a ser su hábitat?
Son tiempos para decantarse en un sentido u otro: para situar la familia por encima del Estado, y no al revés. Para premiar la natalidad. Para responsabilizar a los padres en la educación de sus hijos posibilitándoles que la elijan libremente. Para no desvirtuar el matrimonio con otras opciones que violan la ley natural. Para que no sufran imposiciones ideológicas. Para que el seno materno sea el lugar más seguro del que está llegando al mundo. Para promover virtudes como el amor, la lealtad, fidelidad, sinceridad, generosidad, fortaleza, constancia, laboriosidad, servicio, solidaridad, para ahondar en cuestiones fundamentales, para buscar la verdad, la belleza, el amor.
Todo esto, y mucho más, es apostar por la familia, y hacer de ella una comunidad de vida y amor y, por ende, de civismo, de sociabilidad, de servicio, de comprensión y convivencia.