El traslado del niño al centro del universo también se ha producido en las escuelas
María Calvo Charro, La Gaceta de los Negocios, 27 de febrero de 2007
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La medicina en cincuenta años ha logrado erradicar la mayor parte de las enfermedades que amenazaban a la infancia en el mundo desarrollado. Sin embargo, en la actualidad, están proliferando entre los niños nuevos trastornos relativos, sobre todo, a su desarrollo afectivo y desórdenes de conducta. El origen de estos males lo cifran algunos expertos en un fenómeno curioso que se ha producido en las últimas décadas: la inversión de la pirámide en la que se ubican las relaciones entre padres, profesores e hijos; pasando éstos últimos a ocupar la cúspide jerárquica, asumiendo todo el poder que ejercen con absoluto despotismo. Según Norbert Elias, el cambio más significativo experimentado por nuestra sociedad en los últimos años ha sido la transferencia de la autoridad de los padres a los hijos (Essays regarding the germans; Fránkfort; 1989).
Es la era de la niñolatría en la que los padres no cesan de hacer a los hijos adictos al placer, dándoles todo cuanto desean, cómo y cuando quieren, provocándoles a largo plazo la más inmensa de las infelicidades, pues los convierten en seres carentes de la dimensión adulta, niños eternos, en palabras de Savater, ?envejecidos niños díscolos?. Para estos niños el goce de cualquier tipo es un derecho y ninguna transgresión va acompañada del correspondiente sentimiento de culpa. Como afirma Vicente Garrido, autor del libro Los hijos tiranos. El síndrome del emperador: ?Los padres de toda una generación han crecido con la idea de que la culpa es mala... pero esto es un error. La culpa es un sentimiento antropológico... un auténtico recurso para que el ser humano sea completo?.
El traslado del niño al centro del universo también se ha producido en las escuelas, donde se han impuesto una serie de tendencias pedagógicas que tienen como principio absoluto la eliminación de toda forma de autoridad y disciplina.
La moderna pedagogía, basada en una tolerancia ilimitada y en la ausencia de consecuencias negativas ante los propios actos, colabora además al hundimiento del prestigio y ánimo del profesor que queda relegado a una misión meramente tutelar.
Las consecuencias negativas de este ?endiosamiento? de los niños comienzan a ser especialmente evidentes a partir de la adolescencia, cuando los jóvenes consideran el no estar sujeto a reglas prácticamente un derecho democrático. Como nos muestra el profesor Revol (Sale Prof!, 1999), el desarrollo físico, social y psíquico de los alumnos semeja el de un niño de preescolar, mientras que sus cuerpos poseen ya la fuerza física del adulto, hablan constantemente de sus derechos pero no respetan los de sus propios compañeros.
La ausencia total de límites por parte de los progenitores y profesores ha producido toda una generación de niños ?tiranos? que creen tener todos los derechos y rechazan cualquier tipo de deber u obligación; reaccionando con violencia si no obtienen una satisfacción inmediata de sus deseos. Las cifras actuales de actos de violencia en los colegios españoles son realmente escalofriantes. Sin olvidar otro tipo de violencia aún más grave: la de los hijos hacia sus progenitores. Durante el año 2005 las fiscalías de menores españolas tramitaron 6.000 denuncias de padres que habían sufrido agresiones por parte de sus hijos menores. Estas conductas inadaptadas, como señala Bui Trong, son pasos hacia la descomposición social, hacia la negativa a aceptar cualquier tipo de autoridad dentro de la sociedad.
LA desaparición de toda forma de autoridad en la familia y en la escuela no predispone a la libertad responsable, sino a una forma caprichosa de inseguridad que con los años conduce a la frustración, inmadurez e infelicidad. La propia palabra autoridad proviene etimológicamente del verbo latino augeo que significa, entre otras cosas, hacer crecer. Los niños deben ser educados para convertirse en adultos, no para seguir siendo niños eternamente, incapaces de asumir responsabilidades (familiares, laborales, matrimoniales...).
El efecto de la total permisividad es perverso, pues como dice Platón, el niño sin disciplinar ?resulta ser una bestia áspera, astuta y la más insolente de todas?. Pero, sobre todo, es antinatural, porque hace perdurar indebidamente la vida pueril impidiendo la realización del deseo inherente a todo niño de incorporarse al universo del adulto. En palabras de García Morente: ?El niño quiere ser hombre, quiere organizar el mundo en unidad real, coherente, única, centrípeta, sólida?.
No es posible ningún proceso educativo, ni en la familia ni en la escuela, sin autoridad, entendida ésta como la obligatoriedad de transmitir unas pautas y valores fundamentales, unos criterios y fijar unos límites que ayuden a construir personalidades equilibradas, capaces de obrar con libertad responsable. Pero para esto es necesario liberarnos del miedo a ser demagógicamente tachados de autoritarios o represores y devolver a la familia y a los docentes la dignidad que les otorgaba en el pasado el ejercicio cariñoso de su autoridad.