Este prejuicio anticuadamente moderno impide de raíz el estudio del hombre, pues lo reduce a lo menos humano que hay en él, que su estructura biológica.
Pablo Prieto.Almudi.org
Naturalismo y relativismo culturalNaturalismo y mujerNaturalismo y moralConcepción naturalista del cuerpo humano
De las diversas acepciones que tiene la palabra naturalismo nos referimos aquí a aquella doctrina antropológica que interpreta al hombre desde un punto de vista exclusivamente zoológico, reduciendo en él l...
Este prejuicio anticuadamente moderno impide de raíz el estudio del hombre, pues lo reduce a lo menos humano que hay en él, que su estructura biológica.
Pablo Prieto.
Almudi.org
Naturalismo y relativismo cultural
Naturalismo y mujer
Naturalismo y moral
Concepción naturalista del cuerpo humano
De las diversas acepciones que tiene la palabra naturalismo nos referimos aquí a aquella doctrina antropológica que interpreta al hombre desde un punto de vista exclusivamente zoológico, reduciendo en él lo natural a lo animal. Respecto a esta base meramente biológica la cultura no sería más que un suplemento añadido, que habría adoptado formas diversas según las épocas históricas y los lugares. Opresiva e injusta unas veces, adecuada y razonable otras, la cultura vendría a ser en cualquier caso un aditamento postizo. Este prejuicio, típico de la modernidad ilustrada —y por eso mismo ya obsoleto— pretende restringir el horizonte del saber a la mera ciencia experimental. Con semejante filtro el estudio del hombre está viciado de raíz, pues todo se reduce en última instancia a lo menos humano que hay en él, que su estructura biológica. Ciertamente la ciencia experimental tiene mucho que decir sobre lo que el hombre es, pero no acierta a explicar lo que hace con lo que es. En otras palabras, lo que cada cual recibe por naturaleza es sólo el principio de lo que hace de sí con su libertad. El ser humano, en efecto, se ve forzado en todo momento a decidir quién pretende ser, por quién se toma, de qué va, etc., lo cual escapa a la óptica miope del naturalismo. Con esto no queremos decir que el espíritu haya de entenderse como opuesto dialécticamente a la naturaleza. Al contrario, el verdadero saber científico, cuando está libre de prejuicios, sabe advertir en el cuerpo humano el indicio, la pista, la insinuación de su apertura constitutiva al mundo del espíritu. Pensemos por ejemplo en la morfología humana, que manifiesta tan a las claras la orientación de la persona al diálogo y a la convivencia.
Naturalismo y relativismo cultural
Del naturalismo que acabamos de esbozar deriva una noción de igualdad entre los hombres muy extendida hoy. Como es sabido, el ideal de la igualdad, que figura en el lema de la Revolución Francesa, se considera una de las bases del estado moderno. El prestigio de este ideal proviene de la autoridad de la ciencia positiva, que es la que dictamina la común estructura biológica de los individuos de nuestra especie. Lo biológico se convierte así en fundamento de la igualdad, mientras que todo lo demás, o sea la cultura, lo sería de la diversidad. Esta diversidad esencialmente accesoria incluiría cosas como la ética y la religión, que pasarían de este modo a la categoría de costumbres, usanzas y tradiciones populares, más o menos pintorescas. En absoluto cabría esperar, según tales presupuestos, que unos principios éticos o un patrimonio espiritual aporten nada sustancioso a la esencia del vínculo universal; todo lo más se admitiría cierto consenso entre las diversas posturas, con el fin de evitar conflictos. Esta extraña forma de “consenso de cultura”, que es en el fondo sustituir lo uno por lo otro, lo llamamos relativismo cultural, que se traduce en la práctica en relativismo ético.
Naturalismo y mujer
Otra consecuencia del naturalismo es una nueva forma de postergación de la mujer, típicamente moderna, que aflora paradójicamente en algunos intentos de superar las anteriores discriminaciones. Lo mismo que con la igualdad de todos los humanos, también se ha pretendido fundar la igualdad entre varón y mujer en esa abstracción científica que llamamos “lo biológico”. Tal hace el feminismo radical (Simone de Beauvoir, 1908-1986), llamado de la igualdad, en el que se advierte un claro carácter masculinizante. Si el ser humano, en efecto, despojado de ropajes culturales no pasa de simple animal, entonces hemos de distinguir en él al macho, mejor dotado para la vida, de la hembra, lastrada con un cuerpo incómodo y débil; todo lo demás, el genio femenino y hasta el concepto mismo de mujer, no sería sino elaboración artificial y, en la mayoría de los casos, represiva. No obstante otros sectores feministas han rechazado esta postura alegando que la mujer no es sin más la hembra de la especie humana, sino una forma de humanidad distinta y complementaria a la del varón, cuyas peculiaridades radican en su misma condición personal, y por tanto rebasan el mero análisis zoológico.
Naturalismo y moral
Existe también una versión moralizante del naturalismo, cuyo antecedente clásico es la doctrina de Rousseau sobre la bondad natural del hombre. Sorprende comprobar hasta qué punto sigue vigente hoy. Según ella el “lo natural” no sólo es principio de igualdad sino también de bondad, ya que la naturaleza es noble de por sí, mientras que lo falso, opresivo y corruptor proviene de la civilización. La educación vendría a ser, por decirlo con palabra de resonancia actual, una cuestión de profilaxis: preservar el corazón del niño de todo vicio o error, pero absteniéndonos de inculcarle ideal alguno, pues supondría gravar su mente con artificios sociales. Lo adecuado sería fomentar la espontaneidad del niño, para que, libre de coacciones, afloren los valores genuinos que laten en su naturaleza.
En contra de lo que parece, sin embargo, esta exaltación de la naturaleza encierra un exceso de intelectualismo, porque el concepto mismo de naturaleza, aquí utilizado, es un invento cultural típico del siglo XVIII europeo. Por otro lado, el modelo de educación y moral que se propone adolece de ingenuidad, pues desconoce la verdadera tensión dramática del hombre, que pugna por librarse de una opresión aún más honda que la social, y que otros llamamos pecado. En el fondo, toda moral de cuño naturalista (en la cual cabe incluir los movimientos de tipo inmanentista-dualista, como el gnosticismo, el esoterismo, el New Age, etc.) no reconoce una verdadera espiritualidad del alma (por mucho que empleen la palabra alma, espíritu, psique, etc.) sin la cual el hombre no podría asumir su naturaleza para modelarla, apersonarla, orientarla. Además, esperando que el bien “brote” por sí solo de la espontaneidad, el sujeto relega el diálogo, fuente principal de humanización, y con él la vocación fundamental al amor.
Concepción naturalista del cuerpo humano
El naturalismo propone una noción dualista de cuerpo humano: cuerpo y alma se yuxtaponen como dos “cosas”, sin que haya unidad sustancial. La versión moderna del dualismo es el mecanicismo científico, que tiene diversas consecuencias. Para resumirlas digamos que el naturalismo considera al cuerpo humano como material científica, técnica y estéticamente manipulable, hasta el punto de incluirlo, de hecho, en la órbita de los artículos de consumo, especialmente en lo relativo a la sexualidad. Semejante cosificación del cuerpo oscurece las relaciones entre varón y mujer, particularmente el amor esponsal, ya que falsifica su lenguaje, que es el cuerpo.
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