¿Qué distingue el cuerpo humano del animal? ¿Qué es lo apropiado a él en todas las épocas y latitudes, en todas las culturas y sociedades? ¿Hay cuerpos más humanos que otros?
Pablo Olmedo.
¿De qué tiene necesidad el cuerpo humano? Esta pregunta se puede formular también así: ¿De qué puede estar desnudo? ¿Cuántas clases y niveles de desnudez existen? ¿Cuál es el fundamento último tanto del vestido como de la desnudez? Son preguntas particularmente pertinentes en nuestra civilización de la imagen —de la imagen femenina, podríamos puntualizar—, donde el cuerpo humano se exhibe, admira, glorifica y manipula como nunca en la Historia, y donde la figura semidesnuda (¿y qué significa semi-desnuda?) asoma por doquier en los medios de comunicación.
Clarifiquemos en primer lugar los términos. La palabra ‘desnudo’ encierra una curiosa redundancia. Proviene de nudus, falto de ropa, a lo que se añade la partícula des, que indica privación, carencia, con la cual se viene a insistir en lo ya expresado: la ausencia de vestido. Se diría que, en su evolución desde el latín, el castellano ha querido acentuar lo que la desnudez tiene de intención, de actitud deliberada, de gesto expresivo, más allá de la mera constatación del dato físico. Al menos en los pueblos civilizados, el sujeto ‘desnudo’ es el que se ha desnudado con un propósito determinado, el que se ha quitado la ropa para algo o para alguien, y lleva esta intención encima, como sustituyendo al traje que se acaba de quitar.
Desnudez, pues, antes que la ausencia objetiva de un complemento físico, es la sensación subjetiva de una carencia moral, o si se quiere, personal. Esto implica una doble percepción: la del cuerpo y la de aquello otro que se considera le corresponde o conviene. ¿Ahora bien, y esta es la pregunta clave, ¿qué es esto que conviene radical y necesariamente al cuerpo humano? ¿Cuál es la cualidad que engloba desde lo material hasta lo simbólico, desde la comida hasta el adorno, desde el abrigo hasta la caricia? Una sola cosa: humanidad, o mejor dicho, humanización. Más allá de sus eventuales necesidades debidas al clima, el alimento o las relaciones sociales, lo que ante todo reclama nuestro cuerpo es precisamente eso: ser de alguien, de una persona sexuada, con nombre y apellidos, con tales circunstancias y relaciones, aquí y ahora. Los modos en que esto se logre son múltiples: el vestido desde luego no es el único, como vemos en los pueblos primitivos tanto actuales como prehistóricos, donde la desnudez se concilia plenamente con la vida en colectividad. La desnudez humana nunca es puramente “fisiológica”. En este sentido los animales están tan lejos de la desnudez como del vestido.
¿En qué consiste, pues, esta especie de “traje” común que envuelve incluso al indígena desnudo? Intentaremos a continuación describirlo en siete notas fundamentales, que nos permitirán en próximos artículos ulteriores indagaciones en el terreno de la fenomenología del vestido y el arreglo personal. Las siete notas son 1) personeidad, 2) intencionalidad, 3) esponsalidad, 4) indigencia, 5) plasticidad, 6) carnalidad y 7) totalidad visual o figura.
1) Personeidad
El humano es un cuerpo de alguien, no de algo; está provisto de identidad, tiene un nombre, una historia, una intimidad. Más aún, es la persona misma en su visibilidad, su concreción en el espacio y el tiempo. No sólo tiene rostro sino que es, todo él, un rostro aumentado. La persona es intrínsecamente relacional, comunicativa, por eso con mi sola presencia mi cuerpo me dice al que tengo delante y le interpelo, le reclamo una respuesta. A menos que esté dormido o inconsciente mi cuerpo habla, y lo hace complementando las palabras verbales, rebasándolas, y a veces sustituyéndolas o desmintiéndolas. Esta locuacidad silenciosa, fruto de la personeidad del cuerpo, es lo que llamamos intencionalidad.
2) Intencionalidad
En virtud de la intencionalidad mi cuerpo nunca está ahí sin más, como un objeto inerte o un animal, sino que su estar es siempre un mostrarse o por el contrario retraerse, en definitiva tomar postura, en todos los sentidos de la palabra, sobre todo ante otra persona: ante el otro asisto o desisto, me persono o me retraigo. Por eso en el hombre no hay una desnudez puramente fisiológica o zoológica, ni siquiera entre los llamados pueblos desnudos, porque también entre ellos la desnudez es de alguien y no de algo; es intrínsecamente narrativa, dialogante, e inquisitiva.
3) Esponsalidad
El cuerpo no sólo es la palabra de carne que me dice, sino que lo hace con tanta más claridad y hondura cuanto más me doy a los demás. Me dice como don. Soy tanto más yo cuanto más orientado al amor. Es lo que se llama significado esponsal (de spondeo: darse, ofrecerse, prometerse). Se refleja en la morfología de mi cuerpo en primer lugar mediante la frontalidad, por la cual todo mi cuerpo se hace uno con mi rostro, se re-capitula (de caput, cabeza) en el gesto de mi cara. Ahora bien, de igual modo que mi cara me en-cara a mi prójimo, también mi cuerpo me hace recíproco a él. Es una reciprocidad esencialmente diversa según se trate de personas del mismo o de distinto sexo. Frontalidad y reciprocidad conducen de este modo a un inesquivable cruce de miradas, típicamente personal, que adquiere especial hondura cuando se da entre varón y mujer. Este cruce de miradas, no necesariamente explícito, es lo que se llama aspectus en latín y look en inglés (1).
4) Indigencia
Por ser personal, nuestro cuerpo manifiesta la libertad espiritual de que está penetrado, y lo hace en términos de indigencia, desvalimiento, dependencia radical de los demás a todos los niveles. Desde su nacimiento, en efecto, el hombre es constitutivamente pobre —lo cual es ya la primera forma de desnudez— pues para sobrevivir necesita de la asistencia, el aprendizaje, el diálogo, en definitiva la cultura. A diferencia de los animales la humanidad no se nos da hecha sino que hay que inventarla creativamente, asumirla como autotarea. Esta autohumanización comienza en y por nuestras manos, en las cuales, literalmente, nos encontramos. Las operaciones manuales se prolongan a su vez en instrumentos, adornos y vestidos, sin los cuales alguien está y se siente “desnudo”.
Indigencia equivale también a inespecialización funcional y morfológica: no tenemos garras o pezuñas sino manos, porque nuestra acción está tan abierta a infinitas posibilidades como nuestra libertad. Esta capacidad de adaptación es lo que llamamos plasticidad.
5) Plasticidad
Lo mismo que el entendimiento está orientado a la infinita variedad de lo real, esa misma apertura indeterminada y universal redunda en el cuerpo y se refleja en su morfología. Éste también sabe y entiende, y su modo de hacerlo es reflejando expresivamente todo lo que hay, haciéndose espejo del mundo: con el gesto, la postura, el movimiento, el arreglo y todos los demás lenguajes a que da lugar. El cuerpo se hace a las cosas de modo prodigiosamente versátil y dúctil. Y esta plasticidad no se limita al arte dramático sino que está presente de modo en todas las formas de encuentro interpersonal dotándolas de genuino carácter creativo, incluso artístico.
6) Carnalidad
Como agudamente hace notar Julián Marías, en inglés no es lo mismo flesh, carne específicamente humana (p. ej. en la frase “lo he sufrido en carne propia”) que meat, o sea el comestible, y por extensión la carne animal (“me gusta la carne de ternera”). La de los animales posee, en efecto, un significado completamente distinto: es músculo, elemento fisiológico, materia orgánica. En cambio la humana posee significado personal. Este significado se manifiesta en el tacto, de una intensidad y riqueza tan singulares en el hombre, que lo hace, paradójicamente, el ser vivo más corporal de cuantos existen. El tacto es el modo primordial en que el cuerpo es dado a la conciencia; sentir equivale por ello a vivir. Por el tacto, mi cuerpo lo siento a la vez exterior (cinestesia) e interior (cenestesia) a mí; hacia dentro capto las sensaciones de mis órganos, y hacia fuera los objetos y el movimiento, de ahí la ambigüedad constitutiva del vestido: revela velando y descubre cubriendo; es una apariencia que hace posible una aparición.
Asumidas espiritualmente, estas experiencias pueden vivirse simbólicamente como una constante cruce dentro-fuera cuya puerta es la piel (cutis). Aquí se encuentra el fundamento del llamado sentido figurado del lenguaje, basado en la espiritualidad del cuerpo, palabra original y originante. Edmond Barbotin denomina circulación de sentido a este intercambio incesantemente entre sentido literal y figurado que se da en nuestro pensamiento y nuestra conversación, y se plasma de mil modos lingüísticos y visuales. Ahora bien, más allá de los signos visuales que posibilita, el cuerpo es en sí el signo de los signos, y por eso hay que considerarlo como figura o totalidad visual.
7) Totalidad visual
Hemos dicho que nuestro cuerpo no sólo tiene rostro sino que en cierto modo lo es. Significa que el semblante se amplía de modo natural en el cuerpo dotándolo de cierto orden simbólico entre sus partes y confiriéndole proporción, armonía, sentido, en una palabra: integridad. La integridad visual es lo que llamamos figura, que podemos definir como un todo dotado de sentido. En el caso del hombre la figura nunca es resultado de una mera descripción física sino que entraña un elemento moral: la identidad. El cuerpo humano es una palabra que pronuncia incesantemente dos frases: “soy yo” y “¿quién eres tú?”. Es constitutivamente dialogal: dice alguien a alguien. Ahora bien, en virtud de la reciprocidad mencionada antes esta manifestación del cuerpo como figura acontece en el encuentro interpersonal. Son dos las miradas que, simultáneamente, se ven viéndose ver y haciéndose ver. Hay una sutil pero innegable implicación moral en toda presencia física, por trivial y prosaica que parezca.
En virtud de esta reciprocidad visual la figura, ya sea vestida o desnuda, posee un significado irreductiblemente relacional, que no puede omitirse sin caer en cierta cosificación, igualmente recíproca. Así sucede sobre todo con la imagen sexualizante de la mujer, en especial la pornografía.
Pablo Olmedo
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NOTAS:
(1) Sobre el cruce de miradas véase el artículo de Pablo Prieto Aspecto y presencia personal.
Introducción a la serie sobre “Perdón, la reconciliación y la Justicia Restaurativa” |
San Josemaría, maestro de perdón (1ª parte) |
Aprender a perdonar |
Verdad y libertad |
El Magisterio Pontificio sobre el Rosario y la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae |
El marco moral y el sentido del amor humano |
¿Qué es la Justicia Restaurativa? |
“Combate, cercanía, misión” (6): «Más grande que tu corazón»: Contrición y reconciliación |
Combate, cercanía, misión (5): «No te soltaré hasta que me bendigas»: la oración contemplativa |
Combate, cercanía, misión (4) «No entristezcáis al Espíritu Santo» La tibieza |
Combate, cercanía, misión (3): Todo es nuestro y todo es de Dios |
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