Para disfrutar una película no basta con dejarse llevar pasivamente por las imágenes, sino que es necesario ser uno mismo ante la pantalla. He aquí algunas claves para lograrlo.
Pablo Prieto (darfruto.com)
Si somos padres, educadores, sacerdotes, catequistas o simplemente buenos amigos, muchas veces nos pedirán consejo sobre películas que hemos visto o sobre las que tenemos referencias. Es una oportunidad excelente para ayudar a nuestros amigos a formar su sentido ético y estético, y no podemos defraudarles con un puñado de ideas vagas y tópicas. Debemos suministrarles orientaciones útiles y elementos de juicio, de modo que sepan reaccionar con criterio ante lo que la pantalla les ofrece, o incluso prescindir de ciertos filmes que no les aportarán nada.
Para ello hay que huir de la tentación frecuente en pedagogos y sacerdotesde moralizar el cine, es decir, de juzgar sobre las conductas humanas al margen del medio artístico en que aparecen y haciendo abstracción de la experiencia estética, bastante compleja, que supone asistir a una proyección. Todos necesitamos, pues, familiarizarnos con este medio y aprender a interpretar la narración cinematográfica de acuerdo con su lenguaje propio, un lenguaje, por otro lado, que es como la síntesis de toda la cultura contemporánea. Un buen método para lograrlo es leer regularmente e invitar a leer las reseñas de calidad que se van publicando con ocasión de los estrenos, aunque no pretendamos verlos todos, y ni siquiera la mayoría. Aprendemos así a pensar en clave cinematográfica, y a abordar como espectador, es decir desde dentro del cine, los problemas que éste nos plantea.
Porque ver cine, en efecto, no es una pasividad sino una actividad, y de las más intensas. Divertirse no equivale a dejarse llevar frívolamente por cualquier moda, ni el descanso implica acatar sumisamente el cóctel ideológico del momento, bien mezclado con glamour y efectos visuales. Es cierto que para descansar necesitamos muchas veces dejar de pensar, pero nunca dejar de entender. Hay, en efecto, un entender no raciocinante o discursivo sino contemplativo, en el cual la conciencia se mantiene despierta, en actitud crítica y creativa, fiel a su verdad interior, confrontando en todo momento lo que se ve con lo que se es.
Cuando se adquiere este sentido crítico no sólo disfrutamos del espectáculo, sino que aprendemos a vivir la vida cinematográficamente, con creatividad y talante artístico, a protagonizarla desde nosotros mismos. Por el contrario la frivolidad irresponsable ante la pantalla produce caracteres manipulados, gregarios, uniformados, incapaces de pensar o hablar por sí mismos, si no es a base de sacudidas emocionales, como los gags, spots o clips que han visto en la pantalla.
Para facilitar esta difícil tarea de asesoramiento proponemos a continuación un esquema abierto, que puede desarrollarse en diversos sentidos. En él hemos destacado aquellos elementos que nos parecen clave para emitir un juicio ético e implícitamente estético sobre un filme, o más que un filme, sobre su visionado por parte de un grupo determinado y en unas circunstancias concretas.
Claves éticas para juzgar sobre una película
Ante todo hay que advertir que el dictamen ético de una película está en función de los espectadores que de hecho la ven ya que, como toda experiencia estética, el cine está configurado como un diálogo, una comunicación: su significado en parte está dado y en parte se hace al vivirlo.
También hay que evitar circunscribir el dictamen a ciertas secuencias problemáticas de violencia, sexo, diálogos groseros, etc, considerándolas por separado. No se puede perder de vista que el valor o antivalor de tales escenas varía enormemente según se consideren aisladamente o bien integradas en el guión, que es como el alma de la película. Hay que tener en cuenta, por tanto, los siguientes factores:
1. La fuerza unificadora del guión
Como hemos dicho, esta influencia confiere a cada elemento del filme un valor y un significado concreto, del que carecen por separado. En virtud del guión, por ejemplo, una conducta reprobable puede estar al servicio de un mensaje implícito de honradez y virtud.
2. La formación cinematográfica y estética del espectador.
De ella depende el captar la unidad pretendida por el guión. Los profanos en cine, más que el mensaje total de la película, suelen fijarse en determinadas secuencias: de emoción, de intriga, violencia, sexo, etcétera. Ven por escenas sin llegar a captar la unidad. Por eso cuando faltan escenas llamativas o impactantes suelen tachar de aburrida la película porque, según ellos, no pasa nada.
3. La formación moral del espectador.
Influye en el cine en cuanto que la ética agudiza el sentido argumental de la vida: lo que pasa aquí y ahora tiene un sentido, responde a una intención, se encuadra en una vocación personal, proviene de un pasado y se orienta a un futuro, etcétera. Este sentido argumental predispone admirablemente para entender el lenguaje cinematográfico, ya que el cine, como la novela, es un arte plenamente narrativo y dramático.
4. Secuencias pornovisuales
En virtud del significado esponsal del cuerpo, los gestos abiertamente provocativos, por su repercusión inmediata en la excitabilidad del cuerpo, son inaceptables en el cine, al menos dos motivos:
a) Motivo artístico: la pornovisión contradice la razón de ser del arte dramático, pues donde comienza la exhibición se suspende la interpretación. Y con la interpretación se suspende también la unidad y coherencia del argumento para ceder, por motivos normalmente comerciales, a los bajos apetitos del público, especialmente masculino. En las escenas llamadas X se produce un paréntesis cinematográfico, pues la actriz no actúa como tal, ni la mirada que se provoca en el espectador es auténticamente contemplativa. La contemplación exige un cierto distanciamiento admirativo y respetuoso frente a su objeto, en cambio la pornovisión esclaviza la mirada, la empobrece focalizándola en el reclamo sexual, la torna estrecha y burda.
b) Motivo ético: La pornovisión, como todo el mundo sabe, cosifica a la mujer y, consecuentemente, al varón, desfigurando la complementariedad tanto en la historia como en la conciencia del espectador. Es una dialéctica de degradación que esconde y fomenta otras desviaciones: machismo, egoísmo, violencia, vanidad, miedo, avaricia. Para justificarse, los autores de tales imágenes no sólo buscan la complicidad del espectador que da su aprobación implícita con su asistencia, sino con un discurso pseudoartístico típicamente moderno, donde el esteticismo encaja de maravilla con el relativismo moral.
Por estas dos razones es imposible que la inmoralidad de estas escenas pueda mitigarse por su integración en el guión, ya que lo pornográfico es por definición anti-argumental. Por el hecho mismo de presentar a la persona como cosa, la imagen porno se sustrae al hilo de la historia y queda fuera del guión.
5. Secuencias sensuales o glamorosas
Son aquellas en que destaca la belleza corporal, principalmente femenina, con su lenguaje propio, que es el del amor romántico o esponsal: besos, caricias, miradas, bailes, vestidos insinuantes, encuentros íntimos, etc.
A estos ingredientes podríamos denominarlos eróticos, como es lo habitual, si no fuera por lo confuso y equívoco del término. El concepto de eros, en efecto, ha sido tristemente desfigurado por la teoría psicoanalítica, para la cual no es más que el conjunto de impulsos sexuales de la personalidad (Diccionario María Moliner). Para muchos, por consiguiente, escenas eróticas viene a ser lo mismo que escenas de sexo, lo cual equivale, aunque sea de modo menos explícito, a lo que hemos llamado pornovisión.
Sin embargo entre la sensualidad de que hablamos y la pornovisión no sólo hay una diferencia de grado, es decir, de la mayor o menor carga provocativa o atrevimiento de las imágenes, sino que hay una intencionalidad radicalmente diversa; desde el punto de vista ético son realidades totalmente distintas. El porno (raíz griega que significa prostitución) nace de la lujuria y a ella conduce, mientras que la sensualidad que podríamos llamar romántica o esponsal, en especial el universo del glamour, tiene por fin expresar y realzar la condición sexuada no sexual del hombre, su complementariedad, su llamada al don de sí. Es evidente que en la atmósfera sensual de muchas escenas y películas estos valores aparecen muy velados y oscurecidos, pero eso no impide que subsista esta orientación ética fundamental.
Hechas estas precisiones podemos afirmar que las mencionadas escenas sensuales son plenamente integrables en el guión, y en esa medida, según el contexto y la calidad artística de la secuencia, pueden tener una lectura ética muy positiva. Todo depende del trasfondo humano en que se inscriban estos gestos, diálogos y acciones, y del tipo de amor que den a entender.
6. Escenas de violencia.
La representación visual de la violencia permite un distanciamiento subjetivo mucho mayor que en la temática sexual, y por eso su integración en el guión ofrece menos implicaciones éticas. Así sucede incluso en películas con grandes valores morales e incluso pedagógicos, como las de género épico y de aventuras, donde suele abundar la violencia.
Hay sin embargo un tipo de violencia gratuita que, más que amoldarse al argumento, lo que busca es provocar una sacudida visceral en el espectador, por ejemplo recreándose en lo sórdido, o despertando pasiones como ira, saña, sadismo, crueldad, etc. En la misma medida que turba la contemplación y banaliza la vida humana, el abuso de este recurso puede perjudicar la calidad ética y estética de la película, convirtiéndola en mero espectáculo morboso, como sucede con frecuencia en la subcultura gore. Además, este tipo de violencia suele ir acompañada de situaciones groseramente sexualizantes y diálogos zafios.
7. Diálogos
El auténtico diálogo posee de suyo un gran valor ético. La vida misma del hombre es dialógica, se configura como una incesante conversación, en la cual cada individuo co-existe con los demás, se descubre y realiza a sí mismo en compañía. Por esta razón los diálogos cinematográficos constituyen un acervo inestimable de nuestra cultura, en los cuales encuentra su continuidad y desarrollo la gran tradición teatral de Occidente.
Hay diálogos, sin embargo, que apenas son tales. En realidad de diálogo apenas tienen más que la apariencia: bien por ser groseros y chabacanos, bien por pedantes, fatuos o formularios. En todos estos casos casi no hay verdadera comunicación, y en el caso de la grosería, peor aún: hay anticomunicación, se interponen barreras, filtros, y se infecta el ambiente con violencia verbal.
El diálogo en el cine puede ser grosero y chabacano en dos sentidos: por la forma o por el contenido.
a) La chabacanería más deletérea es, obviamente, la que se refiere al contenido: sucede cuando los personajes parecen distinguidos y formales, pero revelan un tenor de vida degradado. Entonces, aunque se eviten palabras malsonantes y vocablos obscenos, los diálogos traslucen un fondo inmoral de refinada ordinariez, sofisticada ramplonería, exquisita vulgaridad, lo cual es tanto más pernicioso cuanto más sibilinamente se presenta, dándose por normal. Tales diálogos, como se ve, atañen al fondo de la película, o sea al mensaje total del guión, y por tanto el guión difícilmente puede subsanarlos, pues los diálogos lo infectan de raíz.
b) Es muy distinto, a mi juicio, el caso de los diálogos soeces cuando el fondo es limpio, o intenta serlo. El espectador comprende claramente que quien habla así es tal o cual personaje, porque forma parte de su caracterización, pero sin que el autor del filme lo apruebe o dé por normal. Es el caso de películas sobre ambientes duros o degradados, por ejemplo el cine negro, en que con frecuencia se ponen de relieve destellos de nobleza y valor que laten entre gentes rudas. Cuando esto ocurre, los diálogos gruesos, broncos, son depurados por el guión y el efecto puede ser incluso ejemplar.
8. Idea de fondo
Se trata del mensaje total del filme, que palpita en cada fotograma y en cada detalle, dándoles unidad y sentido. Siempre consiste en un quid humanum, en algo del misterio del hombre que la película viene a revelar y cuestionar: el amor, el tiempo, la muerte, la memoria, el dolor, etc. Este destello fílmico de la verdad del hombre ya supone, de suyo, un enriquecimiento moral tanto para los artistas como para los espectadores. No hace falta, pues, que haya un propósito moralizante o instructivo para que un filme suponga un gran bien para todos.
No obstante existen guiones tramposos en que se escamotea la verdad del hombre y se oscurece deliberadamente algún aspecto de su dignidad y su vocación. Es lo que ocurre, por ejemplo, cuando se da una idea unilateral y reductiva de la persona, o se deforma la imagen de la mujer, de la sexualidad o de la familia. En esa misma medida la película pierde categoría no sólo moral sino estética. Recordemos que moral no equivale a formalidad o convencionalismo sino a calidad humana, hondura personal, intimidad auténtica, que es de donde deriva la intensidad dramática de una historia, y por tanto su belleza. Ética y estética, pues, se dan la mano tanto en la vida real como en su principal espejo, que es el universo cinematográfico.
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