Francisco Sánchez
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La voz de Galicia
Almudi.org
EL PENSAMIENTO autoritario se reconoce casi siempre porque termina en represión. No me refiero ahora a Putin, que ya ni se sabe cuántos muertos lleva y todavía nadie ha organizado una manifestación contra él, sino a la ley del menor que se debatía ayer. Le ocurre lo mismo que a la del botellón: se intenta reparar con castigos crecientes la decreciente presencia de valores sustantivos, que no es culpa de los menores. Esa ...
Francisco Sánchez
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EL PENSAMIENTO autoritario se reconoce casi siempre porque termina en represión. No me refiero ahora a Putin, que ya ni se sabe cuántos muertos lleva y todavía nadie ha organizado una manifestación contra él, sino a la ley del menor que se debatía ayer. Le ocurre lo mismo que a la del botellón: se intenta reparar con castigos crecientes la decreciente presencia de valores sustantivos, que no es culpa de los menores. Esa bobaliconería que conduce a la superstición de que todo se arregla con leyes acaba de quedar suficientemente acreditada con el caso de la violencia doméstica: no ha ido a menos sino a más. Tampoco decaerá el botellón por mucho que se penalice a los padres, quienes, por cierto, sólo tienen una parte de la culpa, pues no son ellos los que deciden la programación de las televisiones o los contenidos de los planes de estudio, y con frecuencia ni siquiera consiguen enviar a sus hijos al colegio que quisieran.
Son leyes que prefieren lamentar a prevenir y que terminan siempre achicando progresivamente nuestra libertad. La violencia infantil o juvenil no disminuirá por mucho que se incrementen las penas o se les amenace con el horizonte de pasar del reformatorio a la cárcel de adultos cuando cumplan los dieciocho años. Así sólo conseguiremos una superpoblación en los penales, como ya ha ocurrido en otros países, singularmente en Estados Unidos, y empieza a suceder en el nuestro.
La violencia de los más jóvenes casi siempre es fruto del desafecto y de la exclusión, no se cura con cárceles. En realidad, es muy difícil de curar del todo. Pero del remedio más seguro, del que garantiza afecto, estabilidad e integración desde el principio, de ése ni se puede hablar, no vaya a ser que, por reivindicar el papel de la familia, se nos tache de fachas.