CIUDAD DEL VATICANO, 28 OCT 2006 (VIS).-El arzobispo Celestino Migliore, observador permanente de la Santa Sede ante las Naciones Unidas, intervino el 27 de octubre en la 61 sesión de la asamblea de ese organismo que debate en este período cuestiones ligadas a la promoción y protección de los derechos humanos.
El nuncio centró su atención en tres temas relacionados con ese argumento: "la coexistencia de religiones y comunidades religiosas, la propagación de la religión, incluyendo la delicada cuestión del proselitismo y la relación entre libertad de expresión y religión", y recordó que mientras se celebra el XXV aniversario de la adopción de la Declaración sobre la eliminación de todas las formas de intolerancia y de discriminación basadas en la religión o las creencias, "en muchas partes del mundo un gran número de individuos y comunidades, sobre todo minorías religiosas, carecen de libertad religiosa".
Por otra parte, "la intolerancia religiosa en algunos países está desembocando en una polarización y discriminación alarmantes", y "mientras la tolerancia religiosa se caracteriza por permitir o aceptar creencias y prácticas religiosas en desacuerdo con las propias, ha llegado la hora de superar este tipo de tolerancia religiosa y aplicar en cambio los principios de la auténtica libertad religiosa".
"La libertad religiosa es el derecho a creer, al culto, a proponer una fe y ser testigos de ella", e "incluye el derecho a cambiar de religión y el de asociarse libremente con otros para expresar las propias convicciones religiosas. (...) Si, históricamente, la tolerancia ha sido una tema de disputa entre los creyentes de fe diferente, en esta época ha llegado la hora de exigir más de nosotros mismos, incluyendo un compromiso al diálogo interreligioso".
En este contexto, el nuncio habló de la "importancia indispensable de la reciprocidad, que por su misma naturaleza, es apropiada para asegurar el libre ejercicio de la religión en todas las sociedades", y observó que "la Santa Sede sigue preocupada por las situaciones en las que "se ponen límites a la práctica, observancia o propagación de la religión" y también por "aquellas situaciones donde la religión o la libertad de religión se usan como pretexto o justificación para violar otros derechos humanos".
Hay repetidos casos de intolerancia "cuando debido a los intereses de grupo o luchas por el poder se intenta impedir a las comunidades religiosas iluminar las conciencias y así permitir que las personas actúen libremente y con responsabilidad, según las verdaderas exigencias de la justicia". También es intolerancia "denigrar a las comunidades religiosas y excluirlas del debate público (...) cuando no están de acuerdo con opciones o prácticas contrarias a la dignidad humana".
"En nuestro mundo -concluyó el prelado-, la religión es algo más que una cuestión interna que atañe al pensamiento y a la conciencia. Tiene el potencial de unirnos como miembros de la familia humana" y " no deberíamos subestimar su poder, sobre todo en medio del conflicto y la división, para (...) permitir que los enemigos se hablen y (...) que las naciones busquen juntas la senda de la paz".