He quedado con la atractiva princesa Alessandra Borghese (Roma, 1963) en el Colegio Ballerini de Seregno, un bello pueblecito al norte de Milán. Allí, la muchachada escolar la recibe con vítores, igual que el rector, don Luigi, y los profesores. El día está nublado, pero a ratos luce el sol. La Borghese lleva pantalones de pana naranja y habla de su conversión, como en su obra «Con ojos nuevos», que dentro de unos días la pondrá a la venta en español Ediciones Rialp. En Italia acaba de publicar «Sete di Dio» (Sed de Dios).
—Usted pertenece a uno de los linajes italianos más ilustres. «Con ojos nuevos» narra su conversión. ¿Le ha dado ahora a una representante de la «jet set» por el esnobismo de la religión, como ha ocurrido con otras figuras?
—¿Qué otras figuras?
—Podría mencionar, por ejemplo, a la princesa de Éboli, que tuvo relación con Santa Teresa de Jesús.
—Sé muy bien que quien decide exponer sus sentimientos está siempre en el punto de mira de todos para ser criticado. La gente puede hablar de ese personaje porque ha llegado a ser un factor público. Yo quiero mostrar a los lectores el bien que hay en mí. La razón por la que escribo no es una razón de exhibicionismo, como diciendo: «Ahora que lo tengo todo, voy también a por la religión». Es algo más importante. Es verdad que hay una intimidad especial en nuestro corazón, entre nosotros y nuestro Señor. Pero hoy más que nunca, hablar de nuestra fe es importante. La religión es un hecho público. Por eso yo quiero hablar, con orgullo, con confianza, con mucho respeto, pero también con mucha alegría, del gran tesoro que es encontrar la fe.
—De su libro bastantes, especialmente en Italia, han comentado que les ha cambiado la vida. ¿Qué escritos la han transformado a usted?
—Hay un libro de mi amigo Leonardo Mondadori, «Conversión», que, cuando lo leí, me dio la fuerza para redactar «Con ojos nuevos». Hay otro libro que en estos años me ha ayudado muchísimo a profundizar en mi fe: «La sal de la tierra», del cardenal Ratzinger. Pero están también los Evangelios. Para mí, los Evangelios son una lectura muy importante, en la que hay que penetrar, que ayuda decisivamente a la reflexión.
—¿Tiene usted ambición ahora de triunfar con sus libros? ¿Su campo profesional está orientado en este momento a la publicación?
—Yo soy muy seria, pero no me tomo en serio. De ahí que quiera sorprenderme. Escribir libros para mí no es imponer un suceso o imponer mi persona. Yo, con mis libros, quiero hablar del misterio de la vida, quiero hablar de Jesucristo Nuestro Señor más que de mí. Yo uso mi persona, mi nombre, mi educación, mi talento para escribir y mi personalidad, para hablar de alguien más importante que yo, que puede cambiar la vida de cada persona, que se llama Jesucristo.
—Se ha llegado a comentar que usted podría suceder a Navarro-Valls al frente de la Oficina de Prensa del Vaticano. ¿Le han hecho alguna oferta?
—Conozco a Joaquín Navarro-Valls muy bien. Le tengo un enorme respeto. Pienso que es la persona justa, todavía ahora, con el Papa Joseph Ratzinger, en el lugar justo. Nunca he pensado en sustituirlo. No estoy lo suficientemente preparada para un trabajo tan importante como el suyo.
—¿Pero le han hecho alguna oferta al respecto?
—No, no me han hecho ninguna oferta en ese sentido.
—De alguna manera se la está poniendo a usted como un ejemplo a seguir. ¿Teme no estar a la altura de las circunstancias, que algo la llevara a no tener la intensidad religiosa que ahora parece tener?
—No, no. Yo no me pongo como ejemplo a seguir, sino que soy un instrumento. A través de mis libros, doy un testimonio, en un mundo tan complicado. Yo sólo digo: en mi vida ha acontecido de este modo.
—¿Pero no teme no estar a la altura de las circunstancias en el futuro? ¿Que cambie y no responda al ideal que presenta en sus libros?
—Usted sabe muy bien que un converso es un bocado muy apetitoso para el diablo. Si actúo mal, si caigo, no hago mal a Alessandra Borghese. En un mundo como el nuestro, Alessandra Borghese puede ser reinventada. Yo haría mal a la Iglesia y a Jesucristo. Para seguir en este camino, para estar cerca de la religión, rezo muchísimo. Yo creo en el poder de la oración. Con la oración se puede cambiar el mundo.
—Había oído decir que el mismo Papa Benedicto XVI presentó su libro. ¿Es verdad? ¿Le consta si lo ha leído y lo que ha dicho al respecto?
—No. No es verdad. Yo conozco muy bien al cardenal Ratzinger. Siempre ha sido santo de mi devoción. Desde hace años lo seguía: para oír sus conferencias, sus homilías... He tenido también el honor de comer con él y de conversar con él.
—¿Sabe si ha leído su libro?
—Yo se lo di en persona, pero entonces era cardenal.
—¿No hizo ningún comentario?
—En aquel momento, no. No sé si lo ha leído. Pero un hombre que tiene tanto que hacer, no pienso que tenga tiempo para leer mi librito.
—¿Se puede confiar en Dios en un mundo en el que el mal se ve por todas partes y en el que la experiencia vital parece indicar que las cosas incluso empeoran con el tiempo?
—Se puede ver un vaso medio lleno o medio vacío. Yo siempre lo he visto medio lleno. Hay mucho sufrimiento, hay mucho dolor, hay muchas complicaciones. Es difícil hoy ser católico. Somos una minoría. Es verdad. Yo trato de buscar el bien, y nunca de ver el mal.
—La fe, la religión, la vida de fe, ¿es ajustarse a unas reglas?, ¿es cumplir los diez mandamientos?, ¿qué es para usted?
—Diría, antes que nada, que es abrir el corazón a un misterio más grande. Pero sobre todo a una persona que todavía vive hoy, que se llama Jesucristo. Jesucristo no es sólo el personaje palestino de hace dos mil años que nos dijeron que resucitó. Jesucristo está vivo aún en la Eucaristía. Allí se le puede encontrar, y ese encuentro puede cambiar la vida. Nuestra religión no es filosofía, no es ideología. Es un encuentro, un encuentro de amor, porque Él, Jesucristo, nos ha amado primero.
—¿Por qué, al parecer, su vida ha cambiado tan radicalmente, y la vida de tantos cristianos, por el contrario, es tan tibia?
—Yo entiendo muy bien a los cristianos que no cambian porque he sido uno de ellos durante muchos años. Tenemos miedo. Miedo de que al cambiar, al abrir el corazón al misterio más grande, al amor de Jesucristo, eso pueda implicar perder nuestra libertad. Yo probé y por eso escribí «Con ojos nuevos». Siguiendo a Jesucristo, a su enseñanza, nos convertimos en seres más libres. La vida se transforma en otra más bonita y más completa. Tenemos que hacer un pequeño acto de coraje, lo que dijo Juan Pablo II en 1978, cuando lo eligieron Papa: «No tengáis miedo, abrid vuestros corazones a Jesucristo».
—¿Pertenece usted al Opus Dei?
—No. No pertenezco a ningún grupo eclesiástico.
—¿Qué le llama la atención de la espiritualidad del Opus Dei, si es que algo le llama la atención?
—Me gusta mucho y respeto mucho al Opus Dei. Me gusta mucho San Josemaría Escrivá de Balaguer. Me gusta mucho don Luigi Giussani, de «Comunión y Liberación». Respeto muchísmo a los Legionarios de Cristo. Estoy muy abierta a todos los movimientos eclesiales que nacieron después del Concilio Vaticano II, en donde los laicos están implicados en la vida de la Iglesia. Pero no pertenezco a ningún grupo en particular.
—¿Por qué vale la pena vivir hoy como cristiano y cuáles son los nuevos valores que hay que descubrir y mantener?
—Los valores son siempre los mismos. No hay nada nuevo. Tenemos sólo que continuar en lo que Jesucristo nos ha enseñado, de una manera renovada, quizá más moderna, pero es siempre la misma tarea, es siempre la misma y única verdad.
—Usted dice que tener sentimientos religiosos, pensando en el budismo, el hinduismo, etc., quizá esté de moda, pero no lo está el ser católico consecuente, siguiendo las enseñanzas de la Iglesia y del Papa. ¿A qué se debe, en su opinión?
—Pienso que hay un poco de superficialidad, como si todo lo que viniera de lejos, todo lo que es exótico, fuera siempre más valioso. Muchas veces encontramos más interesantes las filosofías orientales, pero no sabemos quién es Jesucristo, no conocemos nuestra historia, nuestra cultura, nuestra tradición. Yo he tratado de descubrir nuevamente de dónde vengo, quién soy, a dónde voy y por qué camino marcho. Profundizando en mi religión he hallado una belleza.
—¿Qué ve con «nuevos ojos»?
—Veo un mundo difícil, porque seguir a Jesucristo no quiere decir que se tiene ya el camino resuelto. La puerta puede ser muy estrecha. Pero yo sé que ya no estoy sola. Sé que alguien me acompañará en ese camino si tengo fe y confío en Él. Confiar en Él es más que creer, es sentirse hijo.
—¿Se puede ser libre en la Iglesia?
—Nosotros somos los más libres de todos porque podemos también renegar de nuestro Dios, aunque Él nos espere siempre.
—¿Es un católico un fundamentalista, un intolerante, porque en teoría aspira a imponer su credo en la sociedad?
—Decididamente: ¡no! Pienso en un ejemplo de católico, que vivió hace cien años, que se llama Charles de Foucault, y que el Papa ha beatificado hace unos meses. Es un gran ejemplo en nuestros días. Fue a evangelizar a la población tuareg, en África, al final de siglo pasado, cuando de verdad era muy difícil llegar hasta ellos. Pero él no impuso nada. Quería vivir entre la gente y demostrar cómo era un católico. Explicaba que tenía que dar ejemplo para que esa población concluyera: «Mira qué bueno que es este hombre...¡Pues imagina cómo tiene que ser su Dios!». Nosotros, hoy, estamos llamados a ser testigos de nuestra fe, sin imponer nada, con mucho amor, respetando a los otros y también pidiendo que los otros nos respeten.
—¿Tendría que enseñarse la religión en la escuela?
—Yo pienso que es fundamental que haya clase de religión, porque nosotros somos cristianos, de raíz cristiana. Nuestra cultura viene de ahí. Es muy importante enseñar la religión a los niños. Creo que es un error que los padres digan: «Mi hijo decidirá si quiere ser católico u otra cosa». ¡También este problema! ¡Ya tienen tantos problemas, y también éste! Creo que dar los sacramentos a los niños es decisivo y facilita la vida.
—Usted se divorció del multimillonario Costantine Niarchos. ¿Se había casado por la Iglesia? ¿Piensa en un futuro matrimonio?
—No me había casado por la Iglesia. No estoy divorciada.
—¿Piensa en la posibilidad de un futuro matrimonio?
—Yo estoy abierta. Claro: encontrar a un hombre que tenga los mismos objetivos, que quiera festejar la verdad de la vida conmigo... Ahora tengo cuarenta años. Cuando tenía veinte era más fácil. Veremos. Los caminos del Señor son abiertos.
—Por su libro desfilan, entre otros muchos personajes del relieve mundial, los papas Juan Pablo II y Benedicto XVI. ¿Qué es lo que destacaría de ellos?
—Con Juan Pablo II crecí como mujer. Pienso que este Papa tiene un lugar muy importante en la vida de todos nosotros. En la mía en particular me ha ayudado muchísimo, también en la conversión, porque la conversión no es algo de una vez para siempre. Cada día hay que renovar el amor y decir que sí a nuestro Señor, que le queremos. Juan Pablo II dio un testimonio supremo en medio de su sufrimiento. Un testimonio enorme de fe. Benedicto XVI es un grandísimo de la Iglesia, un Santo Tomás de Aquino de nuestros días, no en el sentido físico, porque Santo Tomas de Aquino era muy corpulento, sino por su finura, por su sutileza. Es un Papa muy dulce, muy humilde, y que con su palabra llega derecho al corazón de la gente. Es un Papa que está haciendo un grandísimo trabajo para la Iglesia. Yo me siento en manos seguras con Benedicto XVI, protegida como católica.
—¿Es el sexo una dificultad para los católicos?
—Se puede ver como una dificultad. Pero no es sólo el sexo. Y no es la primera dificultad. La primera dificultad es comprender que sin Dios no podemos hacer nada. Mucha gente habla del sexo pensando que es la gran dificultad. No es la gran dificultad. Si charla con los sacerdotes, con las monjas, verá que el sexo no es la dificultad, la gran privación, que no es una privación, es un don, un don para crecer. Le dirán que no es el sexo. Es convivir con los otros. Es ser fiel a la doctrina de la Iglesia.
Fuente: www.abc.es 8 de abril de 2006Introducción a la serie sobre “Perdón, la reconciliación y la Justicia Restaurativa” |
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