Relación de testimonios
El truco del Almendruco, Álvaro Sánchez Cosculluela
La Escuela al límite, Enric Torró Vicent
Ofertas de trabajo con niños de la calle de Nicaragua, Rafael Martín Aliaga
Buscando a Jessi entre volcanes, Joan Domenech Escrivá
Los niños nicas son distintos, José María Pérez Chaves
Cuando me hablaron de ir a Nicaragua dudé bastante. Cierto es que el plan me encantaba, pero los miedos y prejuicios tontos me tiraban para atrás. Ya sabes, el miedo a lo desconocido, el precio, la extrema distancia que me separaba de casa, gente que no conocía, y un largo e inevitable etcétera que se derrumbó nada más decidir que me unía al grupo.
¿Qué me llevó a emprender esa aventura? ¿Qué o quién me dio el empujón que pedía inconscientemente a voces? Sinceramente, pienso que fue el Señor quien me condujo, no sólo a tomar la decisión, sino también a disfrutar durante toda la estancia. Los primeros miedos se desvanecieron nada más entrar en contacto con los nicas: en la parroquia, las comunidades, los colegios, el orfanato?
¿Si sentí emoción? Una emoción inmensa, unas ganas locas de conocer y tratar a todos, un ansía en fin, por crecer no sólo como persona, sino también como cristiano y en hacer crecer a los demás en la verdadera misión de cada uno: esforzarse por ser santos. Allí entendí que la verdadera riqueza no es la opulencia material de la que todos, (sí, todos) gozamos, sino que se trata de la alegría y el amor de Dios que ves firmemente arraigados en los corazones de esas almas.
Especialmente impactante para mí fue la visita al basurero La Chureca. Allí te da en plena cara la pobreza más marginal y extrema. Pero lo peor que te puedes encontrar no es la falta de bienes, las tristes y lánguidas figuras que van torpemente caminando de un lado a otro, lo peor? la tristeza reseca del alma- es la sed de Dios que tienen aquellas personas y nadie se la sacia. Por ello, es fundamental saber que hay que ir como cristiano, que has de tener las cosas claras para poder evangelizar a raudales, y que no has de tener miedo alguno por recibir un amor inmenso por parte de ellos.
Pero también hay que saber disfrutar del Pacífico y de las excursiones y visitas a otras ciudades, como por ejemplo, Pochomil, Masaya o el inmenso lago de Granada, donde disfrutamos como niños ante un espectáculo milenario.
Además, los chavales del Hogar te cautivarán como preso suyo y ya no podrás escapar. Exactamente lo mismo en las comunidades de la selva. ¿Sabes el entusiasmo con que nos reciben cada día?, ¿Te imaginas la alegría de apadrinar a uno de ellos?, ¿Y qué me dices de la cara que se nos queda al ver cómo lloran en la despedida?
Así que, como decía Juan Pablo II no tengas miedo ¡Deja que Nicaragua te atrape!!Deja crecer tu corazón en América!
Álvaro Sánchez Cosculluela
2º de Bachiller
Si entendemos la educación como el camino hacia una correcta socialización del individuo, entonces deberíamos centrar todos nuestros esfuerzos en la mejora de la calidad de la enseñanza. Digo esto, porque la experiencia en Nicaragua me ha demostrado, que una mala educación lleva al individuo a un desorden interior, que provoca grandes desigualdades sociales y al mismo tiempo grandes desórdenes culturales.
Hay mucho trabajo que realizar en esta materia. La experiencia como docente en mi España natal, me ha facilitado en estos días el poder explicar cómo y de qué forma pueden mejorar su trabajo muchos profesores con los que me he reunido en muy distintas escuelas. El futuro es un camino largo y duro. La preparación docente de estos maestros roza los mínimos de la cultura europea, grupos desordenados, materiales insuficientes, falta de incentivos económicos, inestabilidad laboral y otros muchos inconvenientes que no hacen más que perjudicar un correcto progreso educativo.
La falta de proyectos curriculares en los centros escolares y la necesidad de elaborar un reglamento que ayude a los docentes a facilitar y mejorar su trabajo, hace desde mi punto de vista, más que imposible que en estos momentos se pueda confiar en un proyecto educativo inexistente.
Es tarea de toda la comunidad educativa centrar todos sus esfuerzos, en un proyecto de futuro que garantice la correcta educación y el derecho a una enseñanza de calidad tal y como se define en los derechos humanos.
No quisiera con estas líneas -de diagnóstico, más que de testimonio- ser negativo. Más bien lo contrario. Un país será lo que sean sus habitantes. La solución de Nicaragua está en la educación. Lo demás son algodones que crean dependencia pero no curan ni evitan las heridas.
Enric Torró Vicent
Maestro
Ofertas de trabajo con niños de la calle de Nicaragua
¿Buscas emociones fuertes para este verano?, ¿estás dispuesto a regalar un mes ¡ya! al Tercer Mundo?, ¿no te importa el riesgo a engancharte al cariño de los niños de los orfanatos? Así de agresivo comienza el folleto editado por la Asociación Almudí de Valencia, que por sexto verano consecutivo ha organizado un Campo de Trabajo en Nicaragua para 25 jóvenes altruistas.
Dicen que viajan a Managua pero en realidad es un descenso al infierno. Bajan a los sótanos y alcantarillas del país más pobre de América después de Haití. Se pagan el billete para trabajar gratuitamente 9 horas diarias del 12 de julio al 9 de agosto, con niños de la calle huele-pega y niños obreros de La Chureca, el segundo vertedero más grande del mundo. Saben que el lema de Naciones Unidas los niños primero allí se cumple al pié de la letra porque ellos son los primeros en morirse o ser desatendidos.
Aquello es una carga de profundidad en plena línea de flotación para todos nosotrosdice el médico y seminarista de tercer curso en Alicante Juan Iniesta-. 900.000 chinqüines (chiquillos) no pueden ir a clase y otros muchos están hacinados en aulas insalubres y mal equipadas. A través de apadrinamientos velamos por la cualificación profesional de esos niños con problemas. Les becamos los colegios, los centros de capacitación o las universidades, para que tengan así, un futuro más esperanzador y dispongan de las herramientas para llevar una vida más digna para sacar adelante su país. El efecto dominó para bien y para mal, funciona. Para renovarles la beca, cada año les pedimos buenas notas y su ejemplo repercute en la gente de su entorno. Pero como siempre, a quien más ayuda todo esto, es a nosotros pues nos abre los ojos. Hay 700 niños churequeros, es decir, 700 niños que trabajan ocho horas diarias, siete días a la semana, en medio de un hedor insoportable, para encontrar entre la basura cualquier cosa que puedan vender y así ayudar a su familia. Esos niños son un ejemplo para nosotros porque encima, se les ve alegres y esperanzados en que algún día entre los despojos se obrará el milagro y encontrarán algo de verdadero valor.
La asignatura pendiente más importante de la Universidad es la solidaridad. Concibo Nicaragua como un campus donde los más pobres de los pobres nos imparten clases de alegría, generosidad y esfuerzo, virtudes que son un buen complemento a las asignaturas que la mayoría de nosotros recibimos durante el curso.
No se sienten filántropos, abnegados, reaccionarios, ilusos o portavoces de la justicia social. No son mitad Indiana Jones y mitad Madre Teresa. No buscan sensibilizar a la opinión pública en favor de su tarea. Simplemente, quieren hacer un poco más respirable nuestro mundo; llaman a nuestra conciencia para hacernos ver que no todo es burocracia, riqueza, calidad de vida y consumismo.
He vuelto -dice el albaceteño de tercer curso de seminario Pedro González- porque esos niños de la calle víctimas de la droga, el paro o la miseria maltratados por sus padres, que se escapaban de sus casas para alojarse en hoyos cavados en los montones de basura, con un trozo de plástico como techo, simplemente me dejaron hecho polvo hace dos años. No me podía quedar de brazos cruzados. Son niños que buscan algo que comer mientras las moscas y los zancudos rondan sobre ellos y los gases y la ceniza caldean aún más el ambiente irrespirable de ese gigantesco basurero. Los parásitos campan a sus anchas, las vacas y perros también rebuscan a su alrededor. Es dramático ver entre las basuras a mujeres embarazadas, a niños desnutridos y raquíticos, a familias enteras enfermas, y a jóvenes descalzos escudriñando en las basuras porque han encontrado un zapato y buscan ansiosamente el otro. He vuelto porque me resisto a dejar a esa gente a su suerte. Gracias a la ayuda del Centro Académico Romano Fundación hemos puesto un granito de arena para ayudarles a salir adelante.
Rafael Martín Aliaga
Seminarista de Valencia
Buscando a Jessi entre volcanes
25 voluntarios de la Asociación Almudí trabajan un mes en Nicaragua
Cuando tenía 13 años, leí un reportaje con estupendas fotos del desastre provocado por el Huracán Mitch en Centroamérica. Hablaba de inundaciones, pobreza, refugiados, desastres naturales, nacatamales, chanchos, gallopinto, frijoles, chabolas de adobe, miseria y desolación. Contaba historias de superación en medio de las dificultades y en una de ellas aparecía la foto de Jessi. Una niña de 12 años, tan guapa como pobre, que había perdido a sus padres y hermanos. Mirando su foto una y otra vez, me enamoré perdidamente de aquella niña de ojos tristes y ausentes. Yo iré a Nicaragua y te sacaré de aquel infierno Jessi, espérame me dije para mis adentros. Pensando en ella tarareé machaconamente, durante la edad del pavo, aquella canción de Ducan Dhú: esos ojos negros, no los quiero ver llorar. Años después, Mikel Erantxu, ya en solitario, seguía cantándola igual (¿o más melancólico aún?) y yo me reafirmaba en mi propósito de rescatar a Jessi. He conservado esa foto, ese artículo y ese sueño muchos años sin decirlo a nadie y por fin, este verano he ido a Nicaragua con 25 jóvenes de la Asociación Almudí buscando el rastro de Jessi.
Del 12 de julio al 12 de agosto hemos graduado la vista a miles de personas en la selva profunda de El Crucero una Clínica Oftalmológica de España nos facilitó el aparato, y la Optica Visión Lab nos prometió 500 monturas y cristales graduados ad hoc que ahora enviaremos-; hemos instalado tres aulas de informática en un orfanato y dos colegios -con diez modernos ordenadores cada una-; hemos dado clases de computación -como ellos dicen- a profesores y maestros empíricos (no tienen la correspondiente titulación académica) y titulados; clases pedagógicas al personal docente; dispensario médico; escolarización de niños; higiene bucal; becas universitarias; micro-créditos y mil cosas más. He visto a Jessi en la cara de muchas niñas y niños. Quizá incluso -quién sabe-, era alguna de esas jovencísimas madres con varios bolos a su alrededor, dando el pecho a uno de ellos mientras asistía a mis clases. No lo sé, no lo podía comprobar pues no sabía su apellido. Todas se parecían a ella y en todas veía realizado mi sueño.
Pero mi verdadero encuentro con Jessi fue -no podía ser menos- en el basurero La Chureca. La situación de ese vertedero de las afueras de Managua -el segundo más grande del mundo- es esperpéntica. Cientos de niños, en edad de estar jugando o en el colegio, andan descalzos buscando durante diez horas diarias algo que vender después. Pisan cristales rotos y animales muertos, y de vez en cuando, les pica algún escorpión o serpiente. Tarde o temprano, entre tanto mosquito y parásito cogen alguna enfermedad que les lleva a la tumba, porque no existe la Seguridad Social y no tienen dinero para un médico. A su lado, los niños de los orfanatos son peluches vivientes. Pedí a Dios que mi muñeca, mi Jessi del alma, no hubiera acabado allí. Vi en esos niños, ángeles desterrados de la gloria, perdedores de la sociedad que parten de menos cero. Su presente y su futuro no es atractivo ni prometedor, están atrapados por el día a día, obligados a no faltar ni uno solo para poder alimentarse ellos y sus hermanos.
Nicaragua me ha sacado de mi ensimismamiento. A la vuelta me siento como en cuarentena. No solo he adelgazado diez kilos, es que por dentro me siento en un aislamiento preventivo. Todo lo veo difuminado, desenfocado. Se trata de aplicar nuevas reglas porque las que yo usaba antes han saltado por los aires.
Si se hiciera una clasificación de los viajes según su impacto en el corazón de los viajeros, sin duda el de Nicaragua merecería el primer puesto. Sólo los carteles a la vera de las carreteras merecen un caso aparte: No dé agua a su bebé en los primeros meses. Sólo leche basta; Si toma, no maneje; Contra el polio y el sarampión, teta no. Existe la vacunación; La solidaridad es la ternura de los pueblos; No bote aquí basura; Aterremos las charcas, evite el cólera.; Lávese las manos con agua y jabón; Hecho por y para el pueblo; Pulpería a dos varas al sur;nos hacían gracia, los comentábamos entre nosotros, pero los veíamos como algo anecdótico, al igual que las iguanas -llamadas popularmente garrobos-, los armadillos -cusucos- o las serpientes con que nos topábamos de vez en cuando en la selva.
Lo importante son otras cosas más sutiles, que precisan de una especial percepción, y que a todos nos iban golpeando muy dentro. Cada día, con los ojos y oídos bien atentos, podías distinguir las tonalidades de esa humanidad tan maravillosa de los nicas. Eso es lo que a mí más me ha cautivado. Su serena amabilidad está macerada por siglos de paciencia. Sólo los últimos 35 años han dejado un terremoto, una dictadura, una guerra civil, una revolución y contrarrevolución, un huracán y todas las variantes posibles de corrupción, con resultado evidente: la pobreza golpea al 70 por ciento de la población. Y sin embargo -¿o precisamente por eso?- la gente visita a los enfermos, se quieren y ayudan unos a otros, están alegres, rebosan espiritualidad por todos sus poros, son acogedores y generosos.
¿Rescatar a Jessi de ese infierno? Ha sido más bien lo contrario. Ha sido ella quien me ha liberado del mío. Gracias Jessi porque sin ti nada hubiera sido posible.
Joan Domenech Escrivá
Estudiante de enfermería
Hace ya más de una semana que llegamos de nuestro periplo nicaragüense y parece que aún no me he dado cuenta de ello. Camino por la calle saludando adiestro y siniestro, deseando que los niños corran a mis brazos y hablando sin cesar de un país que me ha cautivado.
Hoy, tras la Misa, fui a conversar con el capellán celebrante, que sabía que yo había pasado casi un mes de voluntario en América, y me confesó que élhabía estado allá durante once años, pero que no quería regresar porque, silo hiciere, se quedaría para siempre. ¡Qué bien comprendió don Miguel (que así se llama el cura) en qué consiste este trabajo de voluntario!
Recuerdo que, cuando a la sombra del árbol catequizaba a aquellas gentes de San Pedro de los Molina, pensaba que yo estaba allí prosiguiendo la labor de evangelización que comenzó hace más de quinientos años de manos de nuestros antepasados; ellos iniciaron a los americanos en el camino de la fe, nosotros completábamos su obra. Sin embargo, y no sé si experimentaron el mismo sentimiento cuando regresaron a la tierra patria, ahora, en mi casa, junto a mi familia, cerca de mis amigos, en mi entorno, soy consciente que la labor la ha hecho Nicaragua conmigo.
Como digo, las catequesis en las comunidades de la jungla, rodeado de personas dispuestas a comprometerse con Cristo, fue una lección. Nosotros, que nos quejamos de vivir en un ambiente hostil al cristianismo, en el que éste parece desfasado y en el que los que no nos avergonzamos de amar la Cruz parece que somos relegados, no nos percatamos que aquellas personas seenfrentan diariamente a una presión por parte de sus "hermanos separados"que, en ocasiones, les hace tambalear, pero que no es óbice para proclamar anuestro Señor y vivir conforme a su divina voluntad.
No obstante, ante la frecuente pregunta sobre qué experiencia destacaría yo de nuestra ayuda, sin lugar a dudas siempre afirmo que el Hogar del Niño. Antes de conocerlos, pensaba que yo era un hombre de piedra con un corazónde hielo; aquellos niños quebraron la piedra y derritieron el hielo... Abrazos, besos, juegos, caricias,... Nunca necesité de ellos. Diariamente rezo por Mylady, Olga, Jorge, Mayda..., y, cuando lo hago, cierro los ojos e imagino que hablo con ellos, que estoy en el patio del orfanato cogido a ellos de la mano.
Más quisiera escribir, pero ¡cuán difícil es describir un sentimiento!
Cuando llegué a Cádiz y me enfrasqué en mi rutina, me pareció no haber salido nunca de ella, que Nicaragua había sido (valga el tópico) un sueño; más, cuando en mi mente lo evoqué, me latió el corazón y supe que había sido verdad.
Muchas gracias.
José María Pérez Chaves
Tercer curso Seminario Castrense
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