Audiencia general del 2 de agosto
CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 18 agosto 2006 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención de Benedicto XVI durante la audiencia general del miércoles, 2 de agosto, en la que ofreció una catequesis especial para la Peregrinación europea de 42.000 monaguillos. Tras la catequesis y los saludos en varios idiomas, el Santo Padre lanzó un llamamiento a favor de la paz en Oriente Próximo.
Peregrinación europea de monaguillos
Queridos hermanos y hermanas:
¡Gracias por vuestra acogida! Os saludo a todos con gran afecto. Después de la pausa debida a mi estancia en el Valle de Aosta, hoy reanudo las audiencias generales. Y las reanudo con una audiencia realmente especial, porque tengo la alegría de acoger a la gran peregrinación europea de monaguillos. Queridos muchachos y jóvenes, ¡bienvenidos!
Dado que la mayoría de los monaguillos que se han dado cita en esta plaza son de lengua alemana, me dirigiré en primer lugar a ellos en mi lengua materna.
Queridos monaguillos, me alegra que mi primera audiencia después de mis vacaciones en los Alpes sea con vosotros, y os saludo con afecto a cada uno. Agradezco al obispo auxiliar de Basilea, monseñor Martin Gächter, las palabras con que, en calidad de presidente de Coetus internationalis ministrantium, ha introducido la audiencia, y agradezco el pañuelo, gracias al cual he vuelto a ser un monaguillo. Hace más de 70 años, en 1935, comencé a ser monaguillo; por tanto, he recorrido un largo itinerario por este camino.
Saludo cordialmente al cardenal Christoph Schönborn, que ayer os celebró la santa misa, y a los numerosos obispos y sacerdotes provenientes de Alemania, Austria, Suiza y Hungría. A vosotros, queridos monaguillos, quiero ofreceros, brevemente, dado que hace calor, un mensaje que os acompañe en vuestra vida y en vuestro servicio a la Iglesia. Para ello, deseo continuar el tema que estoy tratando en las catequesis de estos meses. Quizá algunos de vosotros sepáis que en las audiencias generales de los miércoles estoy presentando las figuras de los Apóstoles: en primer lugar, Simón, al que el Señor dio el nombre de Pedro; su hermano Andrés; luego otros dos hermanos, Santiago, llamado "el Mayor", primer mártir entre los Apóstoles, y Juan, el teólogo, el evangelista; por último, Santiago, llamado "el Menor". Seguiré presentando a cada uno de los Apóstoles en las próximas audiencias, en las que, por decirlo así, la Iglesia se hace personal.
Hoy reflexionamos sobre un tema común: ¿qué tipo de personas eran los Apóstoles? En pocas palabras, podríamos decir que eran "amigos" de Jesús. Él mismo los llamó así en la última Cena, diciéndoles: "Ya no os llamo siervos, sino amigos" (Jn 15, 15). Fueron, y pudieron ser, apóstoles y testigos de Cristo porque eran sus amigos, porque lo conocían a partir de la amistad, porque estaban cerca de él. Estaban unidos con un vínculo de amor vivificado por el Espíritu Santo.
Desde esta perspectiva podemos entender el tema de vuestra peregrinación: "Spiritus vivificat".
El Espíritu, el Espíritu Santo, es quien vivifica. Es él quien vivifica vuestra relación con Jesús, de modo que no sea sólo exterior: "sabemos que existió y que está presente en el Sacramento", pero la transforma en una relación íntima, profunda, de amistad realmente personal, capaz de dar sentido a la vida de cada uno de vosotros. Y puesto que lo conocéis, y lo conocéis en la amistad, podréis dar testimonio de él y llevarlo a las demás personas.
Hoy, al veros aquí, delante de mí en la plaza de San Pedro, pienso en los Apóstoles y oigo la voz de Jesús que os dice: "Ya no os llamo siervos, sino amigos; permaneced en mi amor, y daréis mucho fruto" (cf. Jn 15, 9. 16). Os invito: escuchad esta voz. Cristo no lo dijo sólo hace 2000 años; él vive y os lo dice a vosotros ahora. Escuchad esta voz con gran disponibilidad; tiene algo que deciros a cada uno.
Tal vez a alguno de vosotros le dice: "Quiero que me sirvas de modo especial como sacerdote, convirtiéndote así en mi testigo, siendo mi amigo e introduciendo a otros en esta amistad". Escuchad siempre con confianza la voz de Jesús. La vocación de cada uno es diversa, pero Cristo desea hacer amistad con todos, como hizo con Simón, al que llamó Pedro, con Andrés, Santiago, Juan y los demás Apóstoles. Os ha dado su palabra y sigue dándoosla, para que conozcáis la verdad, para que sepáis cómo están verdaderamente las cosas para el hombre y, por tanto, para que sepáis cómo se debe vivir, cómo se debe afrontar la vida para que sea auténtica. Así, podréis ser sus discípulos y apóstoles, cada uno a su modo.
Queridos monaguillos, en realidad, vosotros ya sois apóstoles de Jesús. Cuando participáis en la liturgia realizando vuestro servicio del altar, dais a todos un testimonio. Vuestra actitud de recogimiento, vuestra devoción, que brota del corazón y se expresa en los gestos, en el canto, en las respuestas: si lo hacéis como se debe, y no distraídamente, de cualquier modo, entonces vuestro testimonio llega a los hombres.
El vínculo de amistad con Jesús tiene su fuente y su cumbre en la Eucaristía. Vosotros estáis muy cerca de Jesús Eucaristía, y este es el mayor signo de su amistad para cada uno de nosotros. No lo olvidéis; y por eso os pido: no os acostumbréis a este don, para que no se convierta en una especie de rutina, sabiendo cómo funciona y haciéndolo automáticamente; al contrario, descubrid cada día de nuevo que sucede algo grande, que el Dios vivo está en medio de nosotros y que podéis estar cerca de él y ayudar para que su misterio se celebre y llegue a las personas.
Si no caéis en la rutina y realizáis vuestro servicio con plena conciencia, entonces seréis verdaderamente sus apóstoles y daréis frutos de bondad y de servicio en todos los ámbitos de vuestra vida: en la familia, en la escuela, en el tiempo libre. El amor que recibís en la liturgia llevadlo a todas las personas, especialmente a aquellas a quienes os dais cuenta de que les falta el amor, que no reciben bondad, que sufren y están solas. Con la fuerza del Espíritu Santo, esforzaos por llevar a Jesús precisamente a las personas marginadas, a las que no son muy amadas, a las que tienen problemas. Precisamente a esas personas, con la fuerza del Espíritu Santo, debéis llevar a Jesús.
Así, el Pan que veis partir sobre el altar se compartirá y multiplicará aún más, y vosotros, como los doce Apóstoles, ayudaréis a Jesús a distribuirlo a la gente de hoy, en las diversas situaciones de la vida. Así, queridos monaguillos, mi última recomendación a vosotros es: ¡sed siempre amigos y apóstoles de Jesucristo!
[Tras la audiencia, el Papa saludó a los peregrinos en diferentes idiomas. En italiano, sijo:]
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua italiana, entre los que me complace dar la bienvenida a los participantes en el campeonato mundial de twirling y al grupo que realiza la peregrinación en bicicleta de Lurago d'Erba a Jerusalén, organizado por la Obra de don Guanella. Quiera Dios que esta iniciativa contribuya a la causa de la paz en Tierra Santa, duramente probada por los acontecimientos bélicos de estos días.
Me dirijo ahora, en particular, a los numerosos monaguillos. Queridos muchachos, también a vosotros, como a los Apóstoles, Jesús os dice: "Os he llamado amigos" (Jn 15, 15). La amistad con Jesús es el don más hermoso de la vida, y vosotros tenéis la alegría de renovarlo cada vez que desempeñáis el servicio en la liturgia. Permaneced siempre fieles a esta amistad, leyendo y meditando el Evangelio, alimentándoos de la Eucaristía y dedicando tiempo a la adoración de Cristo ante el sagrario. Así seréis auténticos discípulos del Señor, dispuestos a responder con alegría y confianza a su vocación, especialmente si os invita a dejarlo todo para ser con él "pescadores de hombres" (cf. Mc 1, 17). Queridos acólitos, estad seguros de que pido por vosotros, para que seáis siempre amigos y apóstoles de Jesús.
[En francés]
Queridos peregrinos de lengua francesa, os saludo a todos con afecto. Después de un tiempo de descanso en el Valle de Aosta, tengo la alegría de acoger a la peregrinación europea de monaguillos. Querido jóvenes, quisiera dirigiros un mensaje que podrá acompañaros en vuestra vida y en vuestro servicio. Los Apóstoles fueron testigos de Jesús porque eran sus "amigos". También vosotros sois ya apóstoles de Jesús. Cuando participáis en la liturgia, prestando vuestro servicio del altar, dais a todos un testimonio. Vuestra actitud de oración, que brota del corazón y se manifiesta mediante los gestos, el canto y vuestra participación, ya es apostolado. Estáis muy cerca de Jesús Eucaristía, que es el mayor signo de su amistad por nosotros. Valorad siempre su gran amor y su cercanía. Queridos monaguillos, ¡sed siempre amigos y apóstoles de Jesús!
[En húngaro]
Saludo con afecto a los fieles húngaros, especialmente a los monaguillos, presentes en gran número, en representación de todas las diócesis. El servicio del altar es al mismo tiempo un testimonio y un apostolado. Sed testigos de Cristo junto al altar y en vuestra vida. De corazón os bendigo. ¡Alabado sea Jesucristo!
[En inglés]
Doy la bienvenida a todos los peregrinos de lengua inglesa, entre ellos los grupos de Escocia e Irlanda, Asia, Noruega y Estados Unidos. Dirijo un saludo especial a los monaguillos de lengua inglesa: ojalá que, al servir en la misa, estéis cada vez más cerca de Cristo nuestro Señor. Sobre todos vosotros invoco abundantes bendiciones de Dios.
[En español]
Saludo a los peregrinos de lengua española. La amistad con Jesús es el más hermoso don de la vida. Lo he dicho hoy a los monaguillos y os lo digo también a vosotros, para que la cultivéis en la participación litúrgica y resplandezca en todas vuestras obras.
[En portugués]
Saludo también a los peregrinos de Brasil y Portugal, principalmente de la parroquia de Santa María la Mayor de Vila Real, aquí presentes, y a los acólitos y monaguillos que participan en esta audiencia. ¡Que Dios os bendiga!
[En polaco]
Saludo cordialmente a los peregrinos polacos, y de modo particular a los monaguillos que participan en la gran peregrinación europea. Sé que en Polonia son numerosos los jóvenes que prestan el servicio del altar. Les deseo a ellos, y especialmente a los que están aquí presentes, que sean siempre amigos y apóstoles de Cristo. A todos vosotros, a los monaguillos y a sus seres queridos imparto de corazón mi bendición.
[En italiano]
Dirijo ahora un saludo especial a los enfermos y a los recién casados aquí presentes. Que el amor de Cristo sea siempre para vosotros, queridos enfermos, fuente de consuelo y de paz; y os ayude a vosotros, queridos recién casados, a hacer cada día más sólida y profunda vuestra unión.
[Llamamiento en favor de la paz en Oriente Próximo]
Invito a todos a seguir rezando por la querida y martirizada región de Oriente Próximo. En nuestros ojos están impresas las escalofriantes imágenes de los cuerpos mutilados de numerosas personas, sobre todo niños -pienso, en particular, en Caná, Líbano-. Repito una vez más que nada puede justificar el derramamiento de sangre inocente, de cualquier parte de donde venga.
Con el corazón lleno de aflicción, renuevo una vez más un apremiante llamamiento para que cesen inmediatamente todas las hostilidades y todas las violencias, a la vez que exhorto a la comunidad internacional y a cuantos están implicados más directamente en esta tragedia a crear cuanto antes las condiciones para una solución política definitiva de la crisis, capaz de ofrecer un futuro más sereno y seguro a las generaciones futuras.
[Traducción distribuida por la Santa Sede
© Copyright 2006 - Libreria Editrice Vaticana]
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