Según el profesor Salvador Antuñano Alea
El Santo Cáliz de la Última Cena, que custodia la Catedral de la ciudad española de Valencia, funda su verosimilitud en indicios muy razonables --arqueológicos, históricos y de tradición--, pero para los cristianos lo más importante es «su condición de icono sacro».
MADRID, viernes, 7 julio 2006 (ZENIT.org).
Y es que el pueblo cristiano lo venera porque «le representa y le traslada al momento sublime en que el Hijo de Dios nos dejó su Sangre como bebida antes de derramarla en la Cruz»: éste es el sentido del Cáliz de Valencia, explica Salvador Antuñano Alea a Zenit.
Doctor en Filosofía y profesor universitario en Madrid (en la Universidad Francisco de Vitoria), Antuñano se interesó por el Santo Grial a la vista de las conjeturas, los presuntos «poderes mágicos» que le atribuye la leyenda y la confusión de fronteras con historia y realidad. Fruto de su estudio fue el volumen «El misterio del Santo Grial. Tradición y leyenda del Santo Cáliz» (EDICEP, www.edicep.com, Valencia 1999).
Desde el punto de vista arqueológico, el conjunto del Santo Cáliz «está formado por tres partes --describe--: dos vasos de piedra y una montura de orfebrería». Ésta «puede fecharse, de acuerdo con su estilo artístico, entre el siglo XIII y el inicio del XIV», mientras que «el vaso que sirve de pie al Cáliz» «puede datarse en la Medina Azahara de Almanzor, en el siglo X o, si procediera de otro taller, entre ese siglo y el XII».
«La Copa propiamente dicha [el Cáliz], sin embargo, es mucho más antigua», expone el profesor Antuñano siguiendo ahora al catedrático de Arqueología de la Universidad de Zaragoza, Antonio Beltrán, quien estudió el Cáliz por encargo del Arzobispo Olaechea (emérito de Valencia, fallecido en 1972).
Su precisión científica, la comparación que realizó con objetos similares y el análisis crítico de documentos «apuntan a un taller oriental --Egipto o Palestina-- y a los últimos momentos del arte helenístico (siglos II a.C.-I d.C.). –comenta Antuñano--. Se corresponde con el tipo de vasos usados para solemnidades o pertenecientes a casas ricas».
Tras sus estudios, el catedrático de Arqueología concluyó que esta ciencia confirma la verosimilitud histórica del Santo Cáliz, así como que «el pie es un vaso egipcio o califal del siglo X u XI y fue añadido, con rica orfebrería, a la copa, hacia el siglo XIV, porque se creía entonces, firmemente, que era una pieza excepcional».
«El documento histórico escrito más antiguo que nos habla con toda claridad del Santo Cáliz es la escritura de donación del Cáliz, hecha por los monjes de San Juan de la Peña al Rey de Aragón Don Martín I el Humano», fechada «el 26 de septiembre de 1399», sigue el profesor Antuñano explicando a Zenit.
El texto describe «fielmente el cáliz de piedra que se conserva hoy en Valencia. A partir de ese momento su trayectoria está completamente documentada», si bien «antes de esa fecha no conservamos documento que nos hable de él», constata.
Por lo tanto, a «la propia realidad material del Cáliz» se suma «una antigua tradición apoyada por vestigios e indicios razonables», aclara.
Es así que una antigua tradición, que corrobora el fundamento arqueológico, apunta que el Cáliz pasó de Jerusalén a Roma con San Pedro, y con él celebraron los misterios los primeros Papas. Y llegaría en torno al año 258 a España, a la zona de Huesca, enviado por San Lorenzo tras el martirio del Papa Sixto y antes del suyo propio, con la intención de preservarlo así del expolio de la persecución contra la Iglesia decretada por Valeriano.
«Allí estaría hasta la invasión musulmana, cuando los fieles lo salvarían ocultándolo en diversos puntos de la montaña --relata el profesor Antuñano--. A medida que la Reconquista avanza, se consolida también una discreta veneración en diversas iglesias», y «es muy posible que a mediados del siglo XI estuviera en Jaca, conservado por los obispos y que, al instaurarse el rito romano en el Reino de Aragón --año 1071-- pasara al Monasterio de San Juan de la Peña», en cuyo silencio «se conservaría durante más de tres siglos».
«Indicios suficientemente verosímiles» se desprenden por su parte del Nuevo Testamento: «resulta posible que Cristo celebrara la Última Cena en la casa de san Marcos»; éste era como un «secretario de san Pablo y de san Pedro, con quien parece que va a Roma», por lo que «no sería extraño que el evangelista hubiera conservado el vaso --un vaso de su vajilla-- en el que el Maestro consagrara la Eucaristía», ni sería raro «que se lo entregara a Pedro y éste a Lino», y de uno a otro a Cleto, a Clemente, y así sucesivamente.
No se puede olvidar que «el canon romano de la misa se elabora sobre el rito usado por los Papas de los primeros siglos» (recién citados), y «en una de sus partes más antiguas, la fórmula de la consagración, presenta una ligera variante con otras liturgias», pues establece las palabras: «del mismo modo, acabada la cena, tomó este cáliz glorioso en sus santas y venerables manos, dando gracias te bendijo, y lo dio a sus discípulos diciendo....», «de tal forma que parece insistir en un cáliz particular y concreto: el mismo que usara el Señor en su Cena», apunta Salvador Antuñano.
El itinerario histórico, bien documentado a partir de 1399, nos lleva a la ciudad de Valencia, que está a punto de visitar Benedicto XVI, donde en 1915 el Cabildo catedralicio decide transformar la antigua sala capitular de la Catedral en Capilla del Santo Cáliz, donde éste quedó instalado en la Solemnidad de la Epifanía de 1916.
Hubo de ser sacado de allí a toda prisa a los veinte años, en el estallido de la guerra civil, tres horas antes de que la Catedral ardiera. «Cuando se extinguió el fuego de la guerra, se entregó solemnemente el Cáliz al Cabildo el 9 de abril de 1939, Jueves Santo, y se instaló en su capilla reconstruida el 23 de mayo de 1943», recuerda el profesor Antuñano.
A partir de entonces se intensifica el culto y la devoción al Santo Cáliz. Y «el arzobispo actual, monseñor Agustín García-Gasco, ha logrado difundir la veneración más allá de los límites de la Comunidad Valenciana», reconoce.
Visto el trasfondo de arqueología, historia y tradición de esta reliquia, si algo importa es su valor como icono sacro. Y es que, «para el Cristianismo, un icono sagrado no es sólo una imagen piadosa», ni siquiera una «representación de un motivo religioso»; es mucho más –advierte el estudioso--: «es un medio para la contemplación espiritual, para la meditación y para la oración».
Lejos de albergar «propiedad “mágica”» alguna, «el icono es sagrado porque su imagen evoca un misterio salvífico y, de una forma espiritual pero real, tiene como finalidad poner a quien lo contempla en comunión con ese misterio, hacerlo partícipe de él», subraya.
Y como «los datos de la tradición y de la historia nos apuntan seriamente la posibilidad de que fuera el mismo Cáliz que el Señor usó la noche en que iba a ser entregado», los cristianos lo veneran porque «traslada al momento sublime en que el Hijo de Dios nos dejó su Sangre como bebida antes de derramarla en la Cruz» por nuestra salvación, precisa.
«Por eso --sintetiza-- el núcleo y fundamento de la veneración del Santo Cáliz está en el Misterio Eucarístico».
Para el profesor Salvador Antuñano, uno de los momentos más importantes de la historia del Santo Cáliz fue la visita del Santo Padre Juan Pablo II a Valencia el 8 de noviembre de 1982: «tras venerar la Reliquia en su Capilla, el Papa celebró la Misa con ella en el paseo de la Alameda».
«La historia del Santo Cáliz seguirá, como sigue la historia de la propia Iglesia, pero el gesto de Juan Pablo II al consagrar en él la Sangre del Señor puede considerarse como el hito que introduce la reliquia en el tercer milenio», concluye.
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