Las Provincias, 14-VII-2006
Es natural que los medios de comunicación hagan sus libres valoraciones sobre el histórico viaje de Benedicto XVI a Valencia. Incluso pueden emplear esa libertad para arrimar el ascua a su sardina –porque hay sardinas– tanto en relación a las cifras de asistentes como a la interpretación de las palabras del Pontífice, o bien para referirse al guante blanco, reservado para el Gobierno de la nación. Ocurre siempre pero, tal vez sin quererlo, se desvía la atención de lo...
Las Provincias, 14-VII-2006
Es natural que los medios de comunicación hagan sus libres valoraciones sobre el histórico viaje de Benedicto XVI a Valencia. Incluso pueden emplear esa libertad para arrimar el ascua a su sardina –porque hay sardinas– tanto en relación a las cifras de asistentes como a la interpretación de las palabras del Pontífice, o bien para referirse al guante blanco, reservado para el Gobierno de la nación. Ocurre siempre pero, tal vez sin quererlo, se desvía la atención de los puntos delicadamente claros expuestos por el Papa.
Querría referirme en primer lugar al matrimonio natural, evocado varias veces en la tarde del sábado cuando, con el Catecismo de la Iglesia Católica, decía: “Dios que es amor y creó al hombre por amor, lo ha llamado a amar. Creando al hombre y a la mujer, los ha llamado en el matrimonio a una íntima vida de comunión entre ellos de manera que ya no sean dos, sino una sola carne”. O cuando en la mañana del domingo, se refería a la necesidad de respetar el matrimonio indisoluble, entre un hombre y una mujer, que dan origen a la familia. De esta hizo muchas afirmaciones que nos comprometen. Vamos a quedarnos ahora con la idea de que es el ámbito privilegiado donde cada persona aprende a dar y recibir amor. Cuántas ideas caben aquí –algunas glosadas también por el Papa– acerca de lo que ese amor requiere: servicio, comprensión, escucha, perdón, humildad, responsabilidad, entrega, sacrificio..., en fin, todo lo que un verdadero amor postula.
Naturalmente, hubo muchas referencias para la familia cristiana, comenzando por la gracia que proporciona el sacramento del matrimonio, que comporta una verdadera vocación a la santidad. Me venían a la memoria unas palabras de Camino que leí hace muchos años: “¿Te ríes porque te digo que tienes ‘‘vocación matrimonial’’. Pues la tienes: así, vocación”. Porque no existen olvidados de Dios, que pensó en cada persona, desde antes de la creación del mundo, y la llamó para una misión concreta. Esa decisión divina otorgó a la mayoría la vocación de casado. Pero muchas de las afirmaciones papales iban dirigidas a cualquier matrimonio natural, como la profunda relación interpersonal entre esposo y esposa, vivida con la mejor armonía para dar seguridad a los hijos y mostrarles el amor y la belleza verdaderos; la apertura del matrimonio a la vida, sin banalizar el amor, sino haciéndolo sano, fuerte y libre; el derecho de los hijos a nacer; el “sí” a la aceptación de los hijos y el correlativo “sí” de los hijos a los padres; la necesidad de formar en las familias personas libres y responsables; el derecho-deber de los padres en la tarea de ser los primeros y principales educadores de sus hijos, etc.
Lo específicamente cristiano no destruye lo humano sino que lo perfecciona y lo ordena a la salvación. En este sentido, instaba a todos a proclamar la verdad integral de la familia como Iglesia doméstica y santuario de la vida. La fuente suprema es el amor que Cristo nos ha revelado y que Él se hace garante del amor humano, sensible, afectuoso y misericordioso que ha de presidir la familia. En las dos homilías hizo particular hincapié en el tema del encuentro: la transmisión de la fe en la familia. Venimos –decía– ciertamente de nuestros padres, pero venimos de Dios que nos ha llamado a ser sus hijos. De ahí la responsabilidad de educar a los hijos en la fe, respetando la libertad, sabiendo que nadie responde por otro, pero teniendo los vástagos a la vista el testimonio creíble de la fe paterna, de su amor y esperanza. Hablo de la oración en familia, de la formación en la libertad originada en el amor al bien y a la verdad. Ante las familias de los seminaristas, se refirió a que el amor, la entrega y fidelidad de los padres, constituyen el clima propicio para escuchar la llamada divina y acoger el don de la vocación.
Se ha dirigido el Papa a las diversas instancias eclesiales para que la familia tenga todo el apoyo que necesita en las circunstancias comunes y en las duras, a fin de contribuir a la promoción del verdadero bien de la familia en la sociedad actual.
En este sentido, instaba a los obispos a proseguir una incisiva pastoral familiar, que haga entrar el mensaje evangélico en cada hogar. Habrá que poner imaginación, cariño, empeño, claridad, valentía y audacia, para que el evangelio de la Familia llegue completo a todos, también en aquellos aspectos menos populares o que puedan comportar el heroísmo cristiano que hace de nuestra fe algo que une realmente al Dios vivo y no un producto descafeinado que no puede mover a nadie.
El Papa sabe que ese camino del creyente no es fácil. Precisamente en el mensaje a los obispos, firmado en la capilla del Santo Cáliz, decía: “Seguid proclamando sin desánimo que prescindir de Dios, actuar como si no existiera o relegar la fe al ámbito meramente privado, socava la verdad del hombre e hipoteca el futuro de la cultura y la sociedad”. En efecto, lo que salva al hombre es revelada en Cristo. Lo que no sea eso puede contener semillas de verdad, pero no el progreso completo de la persona.
Pidió a los gobiernos que el objeto de las leyes sea el bien íntegro del hombre, la respuesta sus necesidades y aspiraciones. Sólo esto ayuda a la sociedad, la salvaguarda y la purifica. Ahí es capital la familia, verdadera escuela de humanización del hombre. “Salvarán a este mundo nuestro de hoy –declaraba San Josemaría–, no los que pretenden narcotizar la vida del espíritu y reducirlo todo a cuestiones económicas o de bienestar material, sino los que saben que la norma moral está en función del destino eterno del hombre: los que tienen fe en Dios y arrostran generosamente las exigencias de esa fe, difundiendo en quienes les rodean un sentido trascendente de nuestra vida en la tierra”.
Quizá esas palabras resumen la amable exigencia del Papa a todos. No solamente a quienes algunos podía esperar, sino a cada uno en el lugar que le corresponde. Hace falta reflexionar, rezar y actuar. Seguro que podemos comenzar viviendo intensamente la oración del Papa a la Virgen: “Ampareu-nos nit i dia en totes les necessitats, puix que sou, Verge Maria, Mare dels Desamparats”.