VALENCIA, sábado, 7 julio 2006 (ZENIT.org).- Publicamos la carta que Benedicto XVI ha dirigido a los obispos españoles y que entregó este sábado en la Capilla del Santo Cáliz, en la catedral de Valencia.
Queridos Hermanos en el episcopado
Con gozo en el corazón, doy gracias al Señor por haber podido venir a España como Papa, para participar en el Encuentro Mundial de las Familias en Valencia. Os saludo con afecto, Hermanos Obispos de este querido País, y os agradezco vuestra presencia y los muchos esfuerzos que habéis realizado en su preparación y celebración. Aprecio particularmente el gran trabajo llevado a cabo por el Señor Arzobispo de Valencia y sus Obispos Auxiliares para que este acontecimiento tan significativo para toda la Iglesia obtenga los frutos deseados, contribuyendo a dar un nuevo impulso a la familia como santuario del amor, de la vida y de la fe.
En realidad, la solicitud de todos vosotros ha hecho posible que se haya creado ya un ambiente de familia entre los mismos colaboradores y participantes de las diversas partes de España. Es un aspecto prometedor ante los deseos que habéis expresado en vuestro mensaje colectivo sobre este Encuentro Mundial, y también una invitación a recibir los frutos del mismo para proseguir una incesante e incisiva pastoral familiar en vuestras diócesis, que haga entrar en cada hogar el mensaje evangélico, que fortalece y da nuevas dimensiones al amor, ayudando así a superar las dificultades que encuentra en su camino.
Sabéis que sigo de cerca y con mucho interés los acontecimientos de la Iglesia en vuestro País, de profunda raigambre cristiana y que tanto ha aportado y está llamada a aportar al testimonio de la fe y a su difusión en otras muchas partes del mundo. Mantened vivo y vigoroso este espíritu, que ha acompañado la vida de los españoles en su historia, para que siga nutriendo y dando vitalidad al alma de vuestro pueblo.
Conozco y aliento el impulso que estáis dando a la acción pastoral, en un tiempo de rápida secularización, que a veces afecta incluso a la vida interna de las comunidades cristianas. Seguid, pues, proclamando sin desánimo que prescindir de Dios, actuar como si no existiera o relegar la fe al ámbito meramente privado, socava la verdad del hombre e hipoteca el futuro de la cultura y de la sociedad. Por el contrario, dirigir la mirada al Dios vivo, garante de nuestra libertad y de la verdad, es una premisa para llegar a una humanidad nueva. El mundo necesita hoy de modo particular que se anuncie y se dé testimonio de Dios que es amor y, por tanto, la única luz que, en el fondo, ilumina la oscuridad del mundo y nos da la fuerza para vivir y actuar (cf. Deus caritas est, 39).
En momentos o situaciones difíciles, recordad aquellas palabras de la Carta a los Hebreos: «corramos en la carrera que nos toca, sin retirarnos, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe: Jesús, que, renunciando al gozo inmediato, soportó la cruz, sin miedo a la ignominia [...], y no os canséis ni perdáis el ánimo» (12, 1-3). Proclamad que Jesús es «el Cristo, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16, 16), «el que tiene palabras de vida eterna» (cf. Jn 6, 68), y no os canséis de dar razón de vuestra esperanza (cf. 1 P 3, 15).
Movidos por vuestra solicitud pastoral y el espíritu de plena comunión en el anuncio del Evangelio, habéis orientado la conciencia cristiana de vuestros fieles sobre diversos aspectos de la realidad ante la cual se encuentran y que en ocasiones perturban la vida eclesial y la fe de los sencillos. Así mismo, habéis puesto la Eucaristía como tema central de vuestro Plan de Pastoral, con el fin de «revitalizar la vida cristiana desde su mismo corazón, pues adentrándonos en el misterio eucarístico entramos en el corazón de Dios» (n. 5). Ciertamente, en la Eucaristía se realiza «el acto central de transformación capaz de renovar verdaderamente el mundo» (Homilía en Marienfeld, Colonia, 21 agosto 2005).
Hermanos en el episcopado, os exhorto encarecidamente a mantener y acrecentar vuestra comunión fraterna, testimonio y ejemplo de la comunión eclesial que ha de reinar en todo el pueblo fiel que se os ha confiado. Ruego por vosotros, ruego por España. Os pido que oréis por mí y por toda la Iglesia. Invoco a la Santísima Virgen María, tan venerada en vuestras tierras, para que os ampare y acompañe en vuestro ministerio pastoral, a la vez que os imparto con gran afecto la Bendición Apostólica.
Valencia, 8 de julio de 2006
BENEDICTUS PP. XVI
[Texto original en español
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