Se acerca el Encuentro Mundial de la Familia que tendrá lugar en Valencia del 1 al 9 de julio. En estos días previos a la visita de Benedicto XVI facilitamos textos referidos a la predicación de San Josemaría sobre la familia. 23 de junio de 2006 Unión íntima y vital: contemplación Yo querría que no os olvidarais jamás de que Dios os espera en cada instante, en cada ocupación. No hay fronteras entre la oración y la acción. Se trata de una unión íntima y vital: eso es...
Se acerca el Encuentro Mundial de la Familia que tendrá lugar en Valencia del 1 al 9 de julio. En estos días previos a la visita de Benedicto XVI facilitamos textos referidos a la predicación de San Josemaría sobre la familia.
23 de junio de 2006
Unión íntima y vital: contemplación
Yo querría que no os olvidarais jamás de que Dios os espera en cada instante, en cada ocupación. No hay fronteras entre la oración y la acción. Se trata de una unión íntima y vital: eso es la contemplación. He aquí una de las palabras que con más frecuencia escuché, referida a múltiples aspectos, en boca de Tomás Alvira, padre de nueve hijos y eminente profesional de la educación, que fue el primer Supernumerario del Opus Dei. En unas notas manuscritas, fechadas pocos años antes de morir, referidas a san Josemaría, reseñaba: "(...) ya en 1937, él me enseñó el camino para tener presencia de Dios de modo constante".
El profesor García Hoz, primer catedrático de Pedagogía Experimental en España, refleja de este modo aquella misma invitación:
"Corría el año 1940 ó 41 y hacía uno o dos que yo recibía dirección espiritual del Fundador del Opus Dei, aunque no pertenecía por entonces a la Obra. Estaba casado, tenía ya una hija, y esperaba, como ocurrió en la realidad, la llegada de más hijos, teniendo que trabajar para sacar adelante la familia. En estas circunstancias, sin referencia concreta a la posibilidad de que con el tiempo pudiera formar parte del Opus Dei, refiriéndose genéricamente a la orientación de mi vida, utilizó una frase que entonces me llenó de asombro: Dios te llama por caminos de contemplación".
Conviene continuar la cita para observar su reacción. "Personalmente no me era desconocida una cierta terminología de la ascética y mística, ya que yo acababa de hacer mi tesis doctoral en la Facultad de Filosofía y Letras, que serviría después como base para mi primera publicación, "La pedagogía de la lucha ascética". Sin embargo, dicha y escuchada la palabra contemplación hablando de mi vida, la impresión que recibí fue verdaderamente fuerte. No se trataba de una expresión que había llenado la vida de muchos hombres santos que trataban a Dios con cierta familiaridad. No era un tema histórico, filosófico, literario, religioso, sino una cuestión viva y palpitante que yo había de hacer realidad". De otro modo, la doctrina del Cristianismo, la vida de la gracia, pasarían, pues, como rozando el ajetreado rozar de la historia humana, pero sin encontrarse con él.
San Josemaría no proponía agudas abstracciones intelectuales a aquellas primeras personas casadas que acudían a su lado, ni hacía juegos malabares con las ideas. Le interesaba -porque a Dios le importa- que convirtieran los sucesos del "hoy" y "ahora", en cancha permanente, donde librar su batalla cotidiana. Es la misma idea que ahora repite en el campus de la Universidad de Navarra. Os aseguro, hijos míos, que cuando un cristiano desempeña con amor lo más intrascendente de las acciones diarias, aquello rebosa de la trascendencia de Dios.
No es tarea fácil para un ser tan indigente como el hombre, lastrado por la herencia del pecado, pero es hacedera. Requiere constancia en el esfuerzo y volver a empezar muchas veces al día. Dios nos mira, nos oye, y nos habla, cuando le buscamos entre las paredes de nuestro hogar. Siempre está disponible para escucharnos aunque estemos ocupados en dar de comer a un hijo, encolando un mueble o cambiando pañales.
Como nos recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica: esta unión "íntima y vital con Dios" puede ser olvidada, desconocida e incluso rechazada explícitamente por el hombre. Pero Dios no cesa de llamar a todo hombre a buscarle para que viva y encuentre la dicha. San Josemaría insistía en tenerle presente entre los quehaceres más ordinarios. Me invocaréis y Yo os atenderé (Jr 29,12). Y le invocamos conversando, dirigiéndonos a Él. Por eso hemos de poner en práctica la exhortación del Apóstol: sine intermissione orate (I Tes 5,17); rezad siempre, pase lo que pase: No sólo de corazón sino con todo el corazón (San Ambrosio, Expositio in Psalmum CXVIII, 19,12 (PL 15, 1471)). Él no nos abandona, somos nosotros los que podemos volver la cara precisamente en el momento en que más lo necesitamos. El desaliento puede presentarse de mil formas, para lo divino lo mismo que para lo humano. Podemos sentirnos como encerrados en una cárcel, pues el alma se nos encoge como una tela abatanada: nada nos estimula ni atrae, nos sentimos incomprendidos por el resto de la familia, la desgana nos ablanda, el horizonte se oscurece, con o sin razón alguna, y cualquier sentimiento nos abandona hasta convertirnos en mármol. Precisamente entonces es cuando Dios espera que nos acerquemos para comentarle nuestro vacío o nuestra turbulencia. Entonces es cuando hemos de tener la seguridad de unas palabras eternas: Os libraré de la cautividad, estéis donde estéis (Jr 29,14). Nos libramos de la esclavitud con la oración.
El ambiente que nos rodea puede aguijonear nuestra sensualidad hasta cubrir nuestros ojos de escamas; los deseos desenfrenados de poder o las ansias irrefrenables de consumir, intentarán anegar parcelas de nuestra vida a ritmo creciente; y un torcido sentido de libertad clamará para desatarnos de nuestros compromisos. Todo esto está presente en nuestra vida, pero con el mismo realismo con el que nos compadecemos de nosotros mismos para consolar el desasosiego de nuestra tibieza, tenemos que recordar la gran verdad que nos recuerda alguien que no estuvo exento de dificultades: Porque estoy convencido de que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni las cosas presentes, ni las futuras, ni las potestades, ni la altura, ni la profundidad, ni cualquier otra criatura podrá separarnos del amor de Dios, que está en Cristo Jesús, Señor nuestro. Esto es más real que la congoja que a veces nos atenaza el alma.
Tener este convencimiento firmemente asentado en nuestro interior, sentirnos amados de esta forma, supone que en nuestra vida familiar, la contemplación cuaja en acción y la acción se vuelve contemplativa. Dios no aparece sólo como un recurso de urgencia al que buscar en ocasiones especialmente críticas. Nuestro encuentro con Cristo no se expresa solamente en petición de ayuda, sino también en acciones de gracias, alabanza, adoración, contemplación, escucha y viveza de afecto hasta el "arrebato del corazón". Nada de esto nos hace despegarnos de la tierra, ni andar por los pasillos de nuestra casa, ausentes, a dos cuartas del suelo. No es así, porque una oración intensa , no aparta del compromiso de la historia: abriendo el corazón al amor de Dios lo abre también al amor de los hermanos, y nos hace capaces de construir la historia según el designio de Dios.
San Josemaría nos desvela un inmenso panorama lleno de esperanza: Ha querido el Señor que sus hijos, los que hemos recibido el don de la fe, manifestemos la original visión optimista de la creación, el "amor al mundo" que late en el cristianismo. Ésa es la luz que es preciso difundir para iluminar tanta oscuridad y evitar tanto tropiezo. Será vivir con naturalidad -es decir, sobrenaturalizándola- nuestra vida matrimonial y familiar.
Encuentro con Cristo en las circunstancias más comunes, santidad personal, unidad de vida, contemplación, son anuncios siempre nuevos que san Josemaría ofrecía a todos los hombres y mujeres en aquella mañana de octubre de 1967 en el campus de la Universidad de Navarra. A las generaciones jóvenes de hoy les reclama el Papa Juan Pablo II con renovada urgencia hacerse "centinelas de la mañana" (cfr. Is 21,11-12) en esta aurora del nuevo milenio. Mientras les recuerda que es importante que lo que nos propongamos, con la ayuda de Dios, esté fundado en la contemplación, en la oración. El nuestro es un tiempo de continuo movimiento, que a menudo desemboca en el activismo, con el riesgo fácil de "hacer por hacer". Tenemos que resistir a esta tentación, buscando "ser" antes que "hacer". Ese es el modo en el que unas pobres criaturas podemos tener el honor de prestarle las manos a Dios.