www.interrogantes.net
Alfonso Aguiló
Cuando es más fácil
Según unos estudios de Dolf Zillmann, el enfado suele tener su origen
en la sensación de hallarse amenazado. Una amenaza que puede ser física
o psicológica –sentirse menospreciado, frustrado, etc.–, y produce
una descarga corporal de catecolaminas, más o menos intensa según
la magnitud del enfado, y que cumple la función de generar un acceso
puntual y rápido de la ene...
www.interrogantes.net
Alfonso Aguiló
Cuando es más fácil
Según unos estudios de Dolf Zillmann, el enfado suele tener su origen
en la sensación de hallarse amenazado. Una amenaza que puede ser física
o psicológica –sentirse menospreciado, frustrado, etc.–, y produce
una descarga corporal de catecolaminas, más o menos intensa según
la magnitud del enfado, y que cumple la función de generar un acceso
puntual y rápido de la energía necesaria para la lucha o para la huida.
Paralelamente, se produce una descarga de adrenalina en nuestro sistema
nervioso, que provoca una excitación generalizada que puede perdurar
minutos, horas, o incluso días, manteniendo una difusa hipersensibilidad
que predispone a nuevas excitaciones. Esto hace que las personas suelan
estar más predispuestas a enfadarse una vez que ya han sido provocadas,
estén ligeramente excitadas o se encuentren más cansadas.
Por esa razón, después de un largo día de trabajo, una persona se
sentirá especialmente predispuesta a enfadarse en su casa por las razones
más insignificantes (el ruido o el desorden de los niños, o cualquier
pequeña contrariedad), aun siendo motivos que en otras circunstancias
no tendrían entidad suficiente para provocar esas reacciones.
El enfado suscita una excitación que tiende a disiparse lentamente.
Si durante esa etapa de paulatina desactivación del enfado se presenta
una nueva provocación (lo cual es fácil que suceda, debido a la hipersensibilidad
propia de esos momentos), se producirá una segunda descarga, antes
de que la anterior se haya disipado. Como es natural, este proceso puede
repetirse, y cada descarga cabalga sobre las anteriores, y cualquier
pensamiento perturbador que se produzca durante ese proceso provocará
una irritación mucho más intensa que si se hubiera producido fuera
de él.
Saber
cómo somos
Por
eso, una vez que alguien está inmerso en esa dinámica del enfado,
si no pone un serio esfuerzo por abandonar ese camino, su temperatura
emocional irá aumentando hasta desembocar fácilmente en un estallido
de ira.
—Pero, si es así, la gente enfadadiza tenderá a enfadarse cada vez
más, y por motivos más nimios.
Hay, sin embargo, otro elemento que conviene resaltar. La mayoría de
las personas que son irritables, agresivas o susceptibles, se sienten
muy mal cuando comprueban la facilidad con que pierden los estribos,
y eso hace que se muestren bastante interesados en aprender a dominarse.
Por eso, el remedio más eficaz es conocernos bien, de manera que sepamos
bien cuáles son los tipos de pensamientos a los que somos más sensibles,
para estar atentos a los primeros síntomas del enfado y poner solución.
Aprender
a ser positivo
En el caso, por ejemplo, de que una
persona con la que hemos quedado citados se retrase, hemos de tratar
de buscar una explicación positiva en vez de molestarnos de entrada.
Si tenemos que mantener una conversación ineludible con una persona
que nos resulta molesta, intentamos desarrollar nuestra capacidad de
ver las cosas desde el punto de vista de esa persona. Y para los momentos
críticos, a veces lo más inteligente es tener previstos modos de dominarnos,
como esforzarse en callar, no responder a un desaire con otro, seguir
caminando sin detenerse ante una provocación, etc.
Son
hábitos de comportamiento que no surgen de manera automática, sino
que es preciso aprender. Y el principal problema es que esas habilidades
deben ejercitarse precisamente en los momentos en que nos encontramos
en peores condiciones, es decir, cuando observamos que se acelera el
pulso y nos estamos indignando: es justamente entonces cuando hemos
de recordar todo esto, escuchar, procurar calmarnos y mantener el control.
Sin alterarnos, sin echar las culpas a otros y sin tampoco refugiarnos
en un mutismo rencoroso. Cuando dos personas se están enfadando, la
que normalmente demuestra ser más inteligente es la que sabe callar
o retirarse a tiempo (o si ya están enfadados, la que toma la iniciativa
de la reconciliación).