Las Provincias, 20-V-2006
El autor lleva a cabo una revisión historiográfica de la figura de Jesús y del significado de ser cristiano en un momento en el que proliferan películas y novelas como ‘El código Da Vinci’ que, en su opinión, deforman la historia evangélica del Hijo de Dios dotándose de un halo de verdad científica para consternación de los fieles a los que aconseja que sigan el dogma católico.
Procuré rezar durante la procesión de la Virgen. A veces, mirando la imag...
Las Provincias, 20-V-2006
El autor lleva a cabo una revisión historiográfica de la figura de Jesús y del significado de ser cristiano en un momento en el que proliferan películas y novelas como ‘El código Da Vinci’ que, en su opinión, deforman la historia evangélica del Hijo de Dios dotándose de un halo de verdad científica para consternación de los fieles a los que aconseja que sigan el dogma católico.
Procuré rezar durante la procesión de la Virgen. A veces, mirando la imagen de la Mare de Déu; en otros momentos, observando los rostros de las gentes del pueblo, conmovidos, risueños, serios, con los ojos brillantes o tal vez llenos de lágrimas; alguien trazando la señal de la cruz; muchos niños pequeños con su cara de asombro; de vez en cuando, pétalos, muchos pétalos de rosa para la Madre. Siempre los gritos de fervor con la misma conclusión: Valencians!, tots a una veu: Visca la Mare de Déu!
Sí, desde el principio, el pueblo de Dios la miró así. Porque lo es. Y cuando fue puesto en duda por algunos, la Iglesia lo proclamó solemnemente en Éfeso, también con el regocijo del pueblo que acompañó con vítores a los Padres conciliares a sus casas, después de la proclamación dogmática. En Cristo –Dios y hombre verdadero– hay dos naturalezas, divina y humana, pero una sola Persona, la divina, que se encarna, que se une a la naturaleza humana. De esa única Persona es Madre la Virgen María.
Esta tierra valenciana, que ama crecientemente a María, sobre todo título, le da aquel que es capital y origen de los demás. Para ser Madre de Dios, es concebida sin pecado original: es virgen, antes del parto, en el parto y después del parto; es la llena de gracia, por lo que Dios no permite la corrupción de su cuerpo, que es subido a los cielos tras su tránsito de esta vida. Todo porque es Madre de Dios. Esto no son puerilidades. Es una mujer como las demás, a la que Dios dota de la gracia plena para ser su Madre.
Porque el Hijo de esta Madre es el Verbo encarnado para nuestra salvación, el Dios-Hombre que vive nuestra vida, trabaja nuestros trabajos, padece el hambre y la sed de los hambrientos y los sedientos, sufre el dolor hasta la Cruz, tiene entrañas de Misericordia con todos los dolientes de la historia en toda clase de sufrimientos. Y a la vez es Dios y, por eso, perdona pecados, resucita muertos, limpia a los leprosos, ama a los pobres –sí, el Evangelio lo sitúa entre los milagros–, da luz a los ciegos, se queda realmente presente en la Eucaristía, resucita al día tercero de su muerte, funda la Iglesia que es cuerpo místico, continuación de su tarea, envía al Espíritu Santo...
Hago estas consideraciones al filo de novelas o películas, que a veces se afirman realidad, para decir después, si conviene, que sólo son ficción. Sí, una ficción sumamente desagradable para el creyente, deformante de la historia real de Jesús. Decía el entonces cardenal Ratzinger que junto a la búsqueda de Jesús por bastantes no cristianos –basta a recordar a Gandhi, fuertemente impresionado por Cristo–, hay justamente en la cristiandad una perturbadora pérdida del significado propio de la cristología. Hablan primero de dejar de lado el dogma para tornar a la simplicidad del Evangelio. Y si lo encuentran como es –exigente porque así es el amor verdadero y con el dogma en su entraña–, doblegan el Evangelio con inverosímiles mentiras, a las que incluso intentan dotar de un aparente soporte científico.
La Biblia –Antiguo y Nuevo Testamento– contiene los libros más estudiados, más rastreados y más contrastados desde todos los puntos de vista. Salir ahora con el Evangelio de Judas –apócrifo y, por ende, falso–, que se conoce desde el siglo IV, o con una novelita de intriga que capta –a la que han seguido decenas con parecidas ideas–, sería sencillamente risible si no fuera un fraude histórico de la historia más grande jamás contada. Una historia real –la del Evangelio– que ha sucedido para que los hombres tengan vida y la tengan sobreabundante, según dice el propio Cristo, una vida que no es de guerrillero ni de hippie, ni de un simple hombre. Es la Vida del Dios y Hombre verdadero que se entrega, para que los humanos disfrutemos la vida nueva, la del que está llamado, por medio de la gracia, a identificarse con Cristo para ser hijo de Dios. Esa es la condición del cristiano, su identidad: ser hijo de Dios en Cristo por la gracia del Espíritu Santo, recibida en los sacramentos, oración, trabajo...
Decía San Jerónimo –ése sí que era una autoridad en la Sagrada Biblia– que desconocer la Escritura es desconocer a Cristo. Quizá suceda lo que se lee en Camino: “Ese Cristo, que tú ves, no es Jesús. –Será, en todo caso, la triste imagen que pueden formar tus ojos turbios... –Purifícate. Clarifica tu mirada con la humildad y la penitencia. Luego... no te faltarán las limpias luces del Amor. Y tendrás una visión perfecta. Tu imagen será realmente la suya: ¡Él!”. Humildad para leer el Evangelio y buscar a Jesús. Bastaría una idea: Dios sabe más. Penitencia para clarificar la mirada. Sí, también esta realidad que parece antediluviana y, sin embargo, es actualísima. Basta ver regímenes para adelgazar, liposucciones, ejercicio físico hasta la extenuación, cirugía estética o para cambiar el sexo. Todo muy cruento. Pues la penitencia cristiana se podría resumir –buscándola básicamente en el cumplimiento del deber– en dos frases de San Josemaría. Una: “haz lo que debes y está en lo que haces” ( Camino ). La otra: “agere contra –negarse a sí mismo” ( Forja ), es decir, olvido de sí para servir a los demás. El traído y llevado cilicio no es lo más importante, tiene su misión y es tan libre como la gimnasia adelgazante. Así es como no faltan las limpias luces del amor, porque la humildad y la penitencia ayudan a escuchar y a ver a Dios.
Otro modo de explicar lo mismo, con distintos matices. Pertenece al Kempis: “Acaece que muchos, aunque a menudo oigan el Evangelio, gustan poco de él porque no tienen el espíritu de Cristo. El que quiera, pues, experimentar todo el sabor de las palabras de Cristo, conviene que procure conformar con él toda su vida”. Ese “gustan poco” puede acaecer en el sentido de que les apetece poco o de que, aun apeteciéndoles, lo saborean escasamente. La causa es la misma: conducta mezquina por la exigencia que comporta el logro de una meta grande: la vida en Cristo.
Son sólo unas pinceladas necesarias sobre quién es el Fill de la Mare de Déu.