Con ocasión de la aprobación de la LOE en el Congreso por una ajustada mayoría, los medios se han hecho eco de las diversas visiones existentes actualmente sobre la cuestión educativa en la sociedad española, algunas compatibles entre sí, otras no fácilmente conciliables por su desmedido tono. He de reconocer que, sintiendo respeto por todas, estas últimas me producen una cierta desazón, agravada quizá cuando quien las sostiene muestra ser una persona culta y bregada en el razonamiento científic...
Con ocasión de la aprobación de la LOE en el Congreso por una ajustada mayoría, los medios se han hecho eco de las diversas visiones existentes actualmente sobre la cuestión educativa en la sociedad española, algunas compatibles entre sí, otras no fácilmente conciliables por su desmedido tono. He de reconocer que, sintiendo respeto por todas, estas últimas me producen una cierta desazón, agravada quizá cuando quien las sostiene muestra ser una persona culta y bregada en el razonamiento científico. Entre éstos, hay quienes sostienen que, en materia de educación, resulta fundamental la distinción entre formación y adoctrinamiento. Identifican la primera como el ejercicio de la capacidad racional; la segunda, con la presión psicológica ejercida por la autoridad, con independencia de la veracidad de lo que se transmite. En esta línea, señalan que el adoctrinamiento es lo propio de la religión, unido necesariamente a un enfoque dogmático del aprendizaje, en el que la razón no juega protagonismo alguno. Según éstos, este enfoque dogmático atrofiaría la capacidad crítica potencial del niño, y contribuiría a su fácil manipulación. Conclusión a la que alguno llega: «la enseñanza dogmática de la religión debe desaparecer de los centros educativos, protegiendo así a la infancia de esa agresión contra su dignidad y racionalidad» (Levante-EMV, 10 de abril de 2006).
Si formación equivale a discurso racional y adoctrinamiento a sumisión irracional, también yo me rebelo contra el adoctrinamiento; y el que más. ¿Quién no? Pero es que las palabras en ocasiones pueden tener sentidos distintos y su contenido resulta, en consecuencia, movedizo. Pongamos dos ejemplos: ¿Qué contenido tenía la expresión formación en la asignatura Formación del Espíritu Nacional? ¿Era formación o adoctrinamiento? ¿Y la actual asignatura de Educación para la Ciudadanía? Para unos, es formación; para otros constituye un adoctrinamiento insostenible por parte del Estado, sea del Gobierno que sea. Por otra parte, identificar formación en todos los casos con ejercicio libre de la capacidad racional, y adoctrinamiento con sumisión irracional, tampoco cuadra necesariamente con la realidad. Conviene no olvidar que adoctrinar se define como «instruir a alguien en el conocimiento y enseñanzas de una doctrina», y ello presupone el ejercicio libre de la voluntad de quien asimila la doctrina. Uno se adoctrina porque así lo desea, y al servicio de esa asimilación doctrinal pone toda su capacidad cognitiva. Las palabras vuelven a traicionarnos, cayendo fácilmente en tópicos carentes de fundamento alguno. ¿No resulta un tanto atrevida, simplista o reduccionista la relación adoctrinamiento-religión-sumisión-no razón-principio de la autoridad-fácil manipulación?
No soy un experto en religión, pero sí concierne a mi terreno académico el origen de las Universidades en Europa, estrechamente unido a la aparición de las primeras tres disciplinas que gozaron de autonomía docente desde los siglos medievales (XI-XII): la Medicina, el Derecho y la Teología (junto con la Filosofía). ¿Quién negaría el carácter científico de la Teología por el hecho de que cuente con verdades de fe? Respecto a éstas, a nadie se le escapa la distinción entre lo irracional y lo suprarracional (no creo que jamás logre entender la física cuántica, y no por ello la tildo de irracional; sencillamente, supera mi capacidad racional). Por otra parte, es bien sabido que aunque la ciencia teológica se sirve de las fuentes de la Revelación, no por ello cabe afirmar que en su desarrollo no intervenga la razón, bastando el principio de autoridad. De ninguna manera. La Historia muestra que los grandes teólogos han sido grandes pensadores, y su prestigio no les venía por la autoridad divina, sino por el rigor y consistencia de sus razonamientos. A día de hoy escasas personas niegan la valía intelectual de Juan Pablo II o del propio Benedicto XVI. Tachar de dogmática a la religión para crear un clima adverso hacia ella, desprestigiarla, añadiendo luego que en este terreno se sustituye la razón por la no-razón y la sumisión a la autoridad, constituye una falacia insostenible.
¿Educación? ¿Formación? ¿Adoctrinamiento? ¿Enseñanza? Yo creo y apuesto por la libertad. Sea educación, formación, enseñanza o adoctrinamiento (aunque este último término me parece menos adecuado para el sistema educativo), lo importante es, a mi juicio, la libertad: que padres e hijos tengan en sus manos la libertad de educar y ser educados conforme a su voluntad ¿No es este el sentido del art. 27.3 de nuestra Constitución al consagrar el derecho fundamental a la libertad de educación? Luego, ¿por qué tanta discusión sobre la asignatura de religión? Si se procura enseñar con rigor académico y la eligen quienes quieren, ¿a quién debería importar su presencia en los centros educativos? ¿No constituye acaso una lógica consecuencia de la libertad? Pues respetémosla, coincida o no con nuestras ideas el uso y elección que los demás hagan de ella.
Diario El Levante, 20-IV-2006
ANICETO MASFERRER - PROFESOR DE HISTORIA DEL DERECHO Y DE LAS INSTITUCIONES, UNIVERSITAT DE VALÈNCIA